-Capítulo 35: "Hospital, mi viejo amigo"-

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    El zumbido de un fluorescente le molestaba, al igual que la fuerte luz que emitía.

Abrió sus azules ojos con pesadez y observó a sus costados. Estaba solo en una blanca habitación, otra vez.

— ¿Mamá? —susurró. Su voz salió ronca.

Tengo sed.

Tengo sed.

Su mente no funcionaba con claridad y ni siquiera recordaba que había pasado.

—Fran, mi amor —exclamó Clara, corriendo hacia la cama —. Has tenido un accidente cuando ibas en el auto de tu amigo —le acarició la cabeza, por lo que un agudo dolor lo invadió.

— ¿Dónde están los otros?, ¿qué me ha pasado?

—A ti, nada. Gracias al Señor —contestó, de forma suave —. Una de tus amigas tenía un golpe grave, creo haber escuchado que iba al frente.

Lara.

Lara.

Debo encontrar a Lara.

— ¿Los demás?, ¿están todos bien?

El repentino silencio de su madre lo asustó.

—No sé qué pasó con tus amigos, Fran. Sólo escuché a las enfermeras y hablé con los Lécaris. Al parecer esta chica es la mejor amiga de su hija; el primo de la chica, Felipe, también estaba aquí.

Franco intentó ponerse en pie, sin embargo, un peso y dolor adicional lo hicieron reaccionar.

¿Dónde me duele? Pierna.

¿Qué tengo? Yeso.

— ¿Por qué tengo esto, ma?

—Te diste la pierna izquierda contra el freno de mano y por la fuerza del impacto te quebraste. Además no podían sacarte porque otra chica había caído sobre tu espalda.

Julia.

Debo encontrarlos a todos.

—Necesito algo, unas muletas, cualquier cosa. Quiero verlos.

—Fran, lo mejor es que estés en cama — intentó recostarlo. Al verlo sentado, con una bata de hospital, la Señora Sárter no pudo contener más las lágrimas y lo abrazó —. ¡Oh, Franny! No sabes el pánico que sentí. Casi me matas a mí en los últimos dos meses —murmuró, oliendo su cabello —. Te amo tanto, no me dejes por favor.

Franco le correspondió el abrazo hasta que se calmó.

—También te amo, mamá. Y amo a mis amigos, por lo que quiero encontrarlos.

Clara asintió, limpiándose las lágrimas. Se dio la vuelta y tomó algo que había en la esquina.

Sí, ¡muletas!

¿Cómo no las vi antes?

—Gracias —le dio un beso en la mejilla a su progenitora y puso sus brazos donde debía.

Al segundo intento, ya podía caminar con dos armatostes a sus costados.

Frenó a una enfermera en el pasillo y le pidió indicaciones.

—Apellidos, por favor.

—Peruti, Lacour, Gamnier, Tornel.

—Veamos... —corroboró en su lista —. Uno está en sala de espera, los otros dos en una pieza compartida y... — levantó la vista con pena —. Lo siento mucho, Gamnier está en la morgue.

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