-Capítulo 38: "Recuerdos"-

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Con la conversación que escuchó el día anterior a hurtadillas olvidada, Fran se subió al auto de su madre esbozando una débil sonrisa.

Hoy debía ser un buen día.

Primero que nada iría a hablar con Lara y a decirle que nunca podría estar decepcionado de ella. También quería brindarle todo su apoyo, después de todo el bebé sería el hijo de dos de sus mejores amigos.

Bajó y se enfrentó con la parte delantera del instituto.

De repente, cosas que le habían sido indiferentes hasta ahora le llenaron la mente: el peso de su mochila en el hombro, los anteojos de sol resbalándose lentamente por su nariz debido al calor, la textura de las paredes, las palabras escritas en los vidrios...

Tal vez suicidarse y no morir en el intento ayudaba a volver a enfocar la vida.

El dolor lo golpeó en la mitad de las escaleras: le dolía saber que no habrían más bromas; más escapadas para ir a la cafetería; le dolía saber que su vida se volvería tan monótona.

Subió dando zancadas.

Mientras más rápido, mejor.

Su casillero lucía tan gris como siempre, sin embargo, notó una pequeña palabra tallada. Era un detalle tan mínimo que se le podría haber pasado por alto a cualquiera.

No a Fran, por supuesto.

Muérete.

Por un segundo el chico se sintió frustrado, impotente. Sintió que todos eran tan huecos, que no lograban dimensionar la amplitud de sus palabras.

Porque, literalmente, lo que más deseaba Fran era morir. Y nadie lo sabía.

Una voz áspera y tosca lo distrajo.

Era Guido, más distante que nunca.

— ¿Por qué los lentes?

Fran se tragó los comentarios sarcásticos que se le ocurrieron cuando su amigo pasó por alto el saludarlo.

—No querrás saberlo.

—Te lo estoy preguntado por algo, Franco.

La frialdad de Guido llegó hasta su corazón.

¿Era posible esfumar la amistad de un día para el otro?

El pensamiento provocó que lo embargase un gran enojo.

Cerró el casillero de un portazo y lo miró, quitándose las gafas oscuras y revelando dos aureolas moradas abajo de sus ojos: ojeras.

—No me llames Franco —su voz, en un firme murmullo, descolocó al ojimiel.

— ¿Ahora recurres a la violencia con tus amigos? ¿No te bastó con Marcos o contigo mismo?

Los escasos pasos que había comenzado a avanzar Fran en otra dirección se detuvieron.

Sus manos se hicieron puños.

— ¡No me ignores!

Giró e intentó trasmitirle su ira a través de la mirada.

Claro que lo que predominaba en su interior era una herida, abierta y palpitante.

— ¿Así te consideras mi amigo? —se acercó a él —. ¿Sacándome en cara que quise suicidarme?

Guido pareció helarse. Reaccionó casi al instante.

—Fran... Baja la voz.

— ¿Te molesta la palabra? A mí no —abrió los brazos en el aire y gritó —. ¡Intenté suicidarme!, ¿de acuerdo? No quería seguir viviendo esta maldita vida, y ahora mucho menos-—pegó un puñetazo al casillero que se encontraba junto al de las gafas y prosiguió su camino.

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