-Capítulo 40: "La ebria y el caballero"-

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  Fran acomodó el cuello de su camisa blanca por quinta vez frente al espejo. Con cuatro botones desprendidos y un jean desgastado, se dispuso a salir del cuarto consciente de que Alma lo esperaba abajo.

Frenó en el umbral y soltó una carcajada por el cliché que simbolizaba el hecho de que la chica pasase a buscarlo a él.

El argumento que ella había planteado era que sus padres creían que iría a una pijamada con Julia y Paula y no a una ruidosa fiesta, como en realidad sucedería. Sin embargo, a pesar de que había elegido creerle, desagradables ideas habían comenzado a rondar por su mente.

Tal vez no quiere que sus padres la vean contigo.

Sacudió la cabeza, intentando ignorar a su voz interior.

Convenciéndose a sí mismo de que nada debía arruinar esa velada, comenzó a bajar las escaleras con la letra de una canción deslizándose por sus labios.

Unos momentos antes, de forma paralela, Nicolás y Alma esperaban en el living.

El primero se encontraba sentado en el sillón con las piernas cruzadas, usando su ropa para dormir con rayas multicolor. Sus ojos azules penetrantes y curiosos se clavaban en la chica, quien se encontraba intimidada por el color tan parecido al de su amigo.

Por otro lado, llevando la contraria al aire de descanso que se respiraba en la casa, Alma traía un vestido blanco de encaje hasta la rodilla con una manga descubierta y la otra envolviendo su brazo de forma amplia hasta llegar a la muñeca, donde finalizaba con un delicado puño de flores rosas. Una corona de florecillas del mismo tono rodeaba su frente, provocando que la parte superior de su ondulado cabello quedase ligeramente elevada.

— ¿Cuántos años tienes? —decidida a cortar el silencio, se paró frente al niño, con solo una mesa ratona separando a ambos. Instaló una sonrisa cálida en su rostro.

—Ocho —se limitó a responder él.

Tras unos minutos en los que sólo se oían los pasos de Fran arriba, el pequeño volvió a hablar.

— ¿Tu eres la novia de Franny? —cuestionó.

Ella se sonrojó y cambió el peso de un pie a otro. Los tacones rosas comenzaban a molestarle.

—No —dudó al responder.

— ¡Ah! —exclamó él, poniendo su atención en el vaso de agua que llevaba entre las manos.

Incómoda, Al caminó hasta un relegado aparador y se fijó en la reducida variedad de cuadros que descansaban sobre este. Observó uno a uno los monótonos marcos marrones que solo albergaban fotos de un, aún más pequeño, Nico.

Estaba por finalizar su búsqueda de una foto de Fran, cuando lo vio en una pequeña fotografía del fondo, casi oculta: tenía unos nueve años aproximadamente, con un flequillo largo que le tapaba casi toda la frente y una expresión pintando su rostro que era impensada para un niño de esa edad. Ni siquiera sonreía, y lo que demostraban sus ojos retorció el estómago de Alma.

Tristeza; una tristeza que nadie debería conocer con tan pocas primaveras encima.

Desvió su mirada cuando escuchó unas zapatillas bajando los peldaños de dos en dos.

Se volteó y notó que Nico sonreía.

— ¿Por qué sonríes? —no pudo evitar que su parte curiosa tomase posesión de ella, desplazando lejos la compasión que sentía segundos atrás.

—Hoy va a ser una buena noche —dijo, en un susurro.

Ella frunció el ceño, confundida.

— ¿Por qué lo dices?

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