-Capítulo 34: "Viajando hacia el destino"-

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— ¡Vamos, Alma! —rogaba su amiga, envuelta en una bata morada.

—No podré ir, lo lamento. Tengo un importante examen para el que estudiar. Además, estoy al tope de faltas, no es como que pueda darme el lujo de agregar dos a mi prontuario —a pesar de lo triste que estaba por lo que pronunciaba, una sonrisa seguía jugando en sus comisuras.

—Si dices la verdad, ¿por qué estás al borde de la risa? —puso sus brazos en jarras, con ambas cejas levantadas.

Era una escena graciosa de ver, considerando que eran las ocho de la mañana y que estaban paradas en medio del pasillo.

—Me río porque anoche no te vi ni a ti ni a Felipe luego de lo de las velas; me río porque no dormiste en mi cuarto y ahora apareces en la mitad de mi casa con una bata; y, sobre todo, me río porque has dejado la puerta de la pieza abierta al salir y desde aquí veo a mi primo semidesnudo. Así que sí, creo que de eso me río.

Para cuando terminó su discurso improvisado, toda la sangre de Lar ya se había agolpado en sus mejillas.

—De acuerdo, puedes reírte, mientras no divulgues las razones.

Al sonrió.

—Por cierto: una pena que no vayas al viaje. Y bueno, qué vamos a hacer —se volteó e ingresó a la pieza de Felipe nuevamente.

Esta vez, cerró la puerta.

— ¡Avísale a Fran! —le gritó, volviendo a su propia habitación.

~

— ¿Entonces? ¿Quiénes vamos al final? —cuestionó Fran, a través del teléfono.

—Ju, Benja, Feli y yo. Aparte de vos, claro. Te avisaremos para pasarte a recoger. Será como al mediodía, calcula nuestro súper conductor — contestó Lar, emocionada.

—Okey. Nos vemos a esa hora.

Tras escuchar que le devolvían el saludo, colgó.

Su madre no le había dado autorización, aunque la conseguiría, costase lo que costase.

No seas cobarde.

Vamos, es solo tu madre.

Vas a estar con tus amigos, no vas a matarte frente a ellos. Habrá que hacerle entender eso a mamá.

Se dirigió a la cocina. Aún llevaba sus pantalones de pijama y su campera deportiva. Sus pies descalzos impidieron que algún ruido alertara a la señora Sárter, que estaba de espaldas a la puerta, de su presencia.

—Buenos días —saludó al llegar. Notó como su madre se estremecía ligeramente por el susto.

—Hola, cielo. Es agradable verte despierto tan temprano —puso unas tostadas sobre la mesa.

—Sí, es que recibí una llamada de mis amigos —comenzó, a la vez que agarraba la jarra de jugo y se servía una poco.

Clara se sentó, esperando que su hijo hiciese lo mismo.

—Van a salir de viaje por las vacaciones. Y me preguntaba... —paró por un segundo y se ubicó frente a su madre —, me preguntaba si yo podía ir.

La mujer casi se atraganta con su café. De inmediato recobró la compostura.

—Fran, no lo sé. Acabas de... —fue interrumpida.

—Sé lo que hice, mamá. Y no fue por un impulso, ni porque quería llamar la atención. Lo hice porque no quería seguir viviendo —soltó —. Era consciente de mis acciones, no estaba en trance. Ahora también lo soy, así que me gustaría reconstruir mi vida y salir con mis compañeros —la miró fijo.

Sus ojos azules penetraban los de su madre, del mismo tono.

—Está bien —se rindió —, puedes hacerlo. ¿Cuándo se irían?; ¿cuánto tiempo?; ¿con quién?

Dijo todo lo que sabía y se marchó, satisfecho con sus habilidades para la persuasión.

Paso 1: Convencer a mamá. Listo.

Paso 2: Armar la mochila.

Paso 3: Desayunar. Listo.

Paso 4: Pasarla bien y mandar al inconsciente a otro continente. En proceso.

~

Las nubes comenzaban a cubrir el cielo, y algunos relámpagos se veían en la lejanía. Cada pequeño detalle indicaba que sería un mal día.

— ¿Nos vamos, Fran? Aún debemos pasar a buscar a Lar —exclamó Felipe, subiendo en el asiento de enfrente.

El aludido dio una respuesta afirmativa y se metió en la parte de atrás, quedando en medio de Benjamín y Julia.

Al llegar a casa de los Lécaris, donde estaba Lar, se bajó a ayudar.

—Hola —saludó a ambas chicas, una de ellas aún con bata.

—Yo voy a subir al auto —sonrió Lara —. Los dejo para que se despidan.

Alma rodó los ojos hacia su amiga para, un segundo después, volver la vista a Franco.

—Me apena mucho que no puedas venir —se removió incómodo.

—A mi igual, créeme —dio un paso al frente.

—Creo que debo irme, Felipe se enojará si desorganizo su plan de viaje.

—Claro, solo espera un segundo —lo detuvo —. Tengo una extraña sensación en el estómago así que me gustaría hacer algo antes de que te marchases.

Previo a que el ojiazul contestase, los labios de la chica ya se encontraban sobre los suyos.

Lento, dulce.

—Ahora sí, puedes irte en paz —se separó y le brindó una gran sonrisa.

Él no pudo devolvérsela.

Ella no te quiere, Fran. Quiere a Marcos.

Está contigo para que no te mates.

No te quiere.

Se giró y caminó al auto.

Cuando llevaban una hora aproximadamente, comenzó el diluvio.

— ¿Qué tal la llevas, Feli? —preguntó.

—Muy bien, la verdad —la mano de Lara se colocó sobre la de él en la palanca de cambios —. Ahora mucho mejor —desvió un segundo la vista del camino para observar a su novia —Te amo, ¿sabías?

—Sí, lo sé —sonrió —. Yo también. Y lo haré aún más si vuelves la vista al camino.

Felipe retomó su tarea de concentración con una expresión de felicidad en el rostro.

— ¿Falta mucho para que lleguemos?—preguntó Benja.

—Vamos a tardar un poco más por la neblina.

Cuando alguien estaba por contestar (nadie recuerda quien) algo los cegó: una especie de luz que ocupó todo el parabrisas delantero.

Fran sintió que se iba hacia adelante y quedaba en el hueco entre los asientos. Una punzada de dolor se hacía paso por sus piernas, al mismo tiempo que su vista comenzaba a ser manchada por motas de color negro.

La oscuridad lo arrastraba a la fuerza a pesar de que él, por primera vez en su vida, no quería ir con ella.

Varios colores predominaban en su propia negrura, y le frustraba no saber qué pasaba.

De repente, sintió que alguien lo estaba tirando del brazo, pero no era eso lo que le dolía. Le molestaba el pecho.

Poseía una extraña sensación, como si le faltara algo en su corazón. En ese momento no podía determinar qué.

Cuando se dejó absorber y ser llevado por un agujero negro, una sola cosa se quedó grabada en su confundida y vacía mente, una simple frase que permaneció allí como si la hubiesen puesto con fibrón permanente:

Hemos chocado.

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