-Epílogo-

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La brisa alborotaba su pelo, tomado en una coleta.

Su vestido negro era el mismo que había utilizado con anterioridad, en una situación similar. Al igual que el dolor.

Se había prohibido llorar, sin embargo, detrás de sus anteojos oscuros, las lágrimas amenazaban con caer indiscriminadamente, rompiendo así la fachada que le había llevado tanto tiempo construir.

Es que todo había sido tan rápido...

Pero su vida era lo que iba con el botón de acelerar encendido, y el bebé que llevaba en su vientre era una gran prueba de ello.

— ¿Alguien quiere decir unas palabras? —cuestionó el sacerdote, observando atenta a los presentes.

Al mirar el cajón por quinta vez en el último cuarto de hora, Lara descubrió que tenía muchas cosas que quería decir.

Casi da un paso inconsciente al frente, no obstante, logró detenerse a tiempo.

Lo principal que hubiese gritado era que todo era mentira; que era una farsa y que la estaban engañando; que ni Fran ni Felipe estaban muertos...

Que ella no estaba sola.

Se mordió el labio inferior y bajó la mirada.

Nadie se acercó al atril, ni siquiera la Señora Sárter, la cual se mantenía seria y con la vista perdida en un costado.

La primera gota se deslizó fuera del lagrimal de Lar. La limpió con rapidez.

El hombre canoso que llevaba adelante la ceremonia dio la misma por finalizada, provocando que la gente comenzase a dispersarse.

Nadie quería ver cómo descendía el ataúd.

A lo lejos, la rubia logró divisar a sus amigos, que ni siquiera se miraban entre ellos.

Alma no estaba.

Suspirando, se acercó al grupo.

—Hola —susurró.

Guido volteó hacia ella, revelando unas grandes ojeras. Al parecer no era la única que no había podido pegar un ojo.

— ¿Cómo estás? —preguntó este.

Ella alzó una ceja.

Inventaría un nuevo diccionario de palabras y frases para decir en funerales. Después de todo, ya era una experta.

—Lo siento, fue una pregunta tonta —una mueca extraña se instaló en la cara del ojimiel cuando, al recorrerla con la mirada, notó su abultado estómago.

Advirtió que los otros se habían alejado unos pasos por lo que, frunciendo el ceño, le preguntó al chico qué sucedía.

—No me hablan —farfulló.

— ¿Qué sucedió? —le puso una mano sobre el hombro, preocupada.

Sus sentimientos estaban revolucionados y no creía poder sostener otra mala noticia; no en el entierro de Fran.

—Franco le contó a Paula que me acosté con Ema en una fiesta. Juro que no sé qué sucedió, estaba muy borracho. Conclusión que me pelee con él... Ese día —tragó saliva con lentitud.

Lara volvió a arrugar la frente.

— ¿Estás seguro de que fue Fran?

—Sí, ¿quién más podría haber sido? Era el único que lo sabía.

— ¿Ema, tal vez? —retiró su brazo y lo dejó colgar a su lado.

—No lo creo —negó este —. Tampoco la beneficia mucho el que se sepa que durmió conmigo —su cara se tornó irónica.

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