CAPÍTULO 35

34 14 6
                                    


    La sombra se hizo presente hasta adquirir forma humana, Ana se dio vuelta desde el suelo, asustada, y lo vio, a Juan parado delante de ella, también empapado, la ayudó a incorporarse y la levantó del suelo.

—Te estaba llamando mientras iba detrás, ¿por qué corrías?

—Creí que era ella.

—¿Ella?
Ana hizo caso omiso a la pregunta, simplemente lo tomó de la mano y lo llevó hacia el colegio, una vez allí, completamente empapados, hablaron más tranquilos.

—Me quedé anotando la dirección que necesitas en una servilleta, esperá, está en mi bolsillo —Juan sacó de sus jeans azules una servilleta doblada en cuatro mitades y riendo dijo— El agua hizo su trabajo, ¿no te parece? —Más luego agregó, mientras Ana pensaba "¿Treinta? ¿Tendrá más de treinta?"—, sin embargo, estar empapada te sienta bien.

Ese comentario le sacó una sonrisa después de tantos nervios, aun así, necesitaba que le contara algo más acerca de su abuela, de sus vicisitudes en Torres de marfil, ¿por qué se fue de allí? ¿Qué es lo que vio? Mientras cavilaba, Juan pareció adelantarse a su deseo.

—¿Tenés algo que hacer el sábado?

—No —respondió Ana.

—¿Te parece tener una tercera cita?

—¿Cita? Yo no recuerdo que hayamos tenido otras dos —respondió con picardía.

Juan volvió a reír, parecía que sabía que Ana se derretía cada vez que lo hacía, de pronto, mientras no podía apartar su mirada de su perfecta sonrisa, recordó que el sábado lo había reservado para Víctor— El sábado no puedo.

—Dijiste que podías.

—Pero ahora no puedo, está reservado.

—Ya entiendo —Juan bajó la mirada— ¿Cómo se llama?

—¿Quién?
—Él o ella.

Ana se tomó unos segundos para responder —Víctor.

Juan se quedó en silencio unos segundos, luego, se acercó a Ana y le dijo al oído— Ya te pasé la dirección, visitala en cuanto puedas.

Ana vio cómo aquel muchacho, dueño de una sonrisa perfecta, de una actitud encantadora y de un atractivo que no había visto jamás, se alejaba hacia el pueblo.

  No sabía qué sentía en ese preciso momento, qué debería hacer, salir con Víctor, el que fue su gran amor, al que no veía hacía cuatro años, o, aceptar la invitación de Juan, al fin y al cabo, solo era una cita, además era tan agradable a la vista.

  Un recuerdo fugaz, la obligó a volver a la realidad: Andrea, aquella aparición, la de la tarta de ciruelas, la mujer causante de su internación, la que la intoxicó. Si llevaba dos años de muerta, ¿cómo era posible que hubiera sido capaz de interactuar con ella? Humanamente imposible, no cabía en su entendimiento ni en el de nadie más, no obstante, ella la vio, de eso estaba segura. Lo último que pronunció antes de que se desvaneciese fue Verónica Warren, sin dudas de que la abuela de Juan la había conocido, eso mismo tenía que averiguar, no sin antes visitar primero a Rosa López.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora