CAPÍTULO 49

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    "¿Qué hubiera pasado si...?", es normal caer en la frase dubitativa por excelencia, en la interrogación que remonta a un error pasado, al remordimiento causado por el accionar fallido que produjo la desazón y el sentimiento de culpa, al anhelo de intentar cambiar lo sucedido, y evitar sentirse mal y miserable consigo mismo. Entonces, cuando una mala decisión toma iniciativa dejando un mal resultado, surge esta construcción lingüística acentuada en el condicional, generando como consecuencia, una lluvia de "¿Qué hubiera pasado si salía más temprano?", "¿Qué hubiera pasado si no aceptaba el empleo?", "¿Qué hubiera pasado si no lo rechazaba después de la primera cita?"... "¿qué hubiera pasado si no discutía con Natalia?"... ¿qué hubiera pasado? Nada o quizá, todo. Tal vez las consecuencias hubiesen sido las mismas, los resultados y las situaciones se hubieran mantenido iguales, o tal vez, el destino hubiera cambiado y la suerte se hubiese torcido a favor del damnificado. Solo se trata de supuestos, de vanas conjeturas, de hipotéticas respuestas al "¿Qué hubiera pasado si...?".

   El alba anunció el comienzo de un nuevo día, viernes, a solo un día de su reencuentro con Víctor, a un día de la desaparición de Natalia.

   A duras penas consiguió abrir los ojos, aquella noche trágica decidió dormir en el coche a base de gritos angustiados y lágrimas espesas. La espalda le dolía demasiado y las cervicales crujían tras una larga noche de la más profunda incomodidad. Se miró en el espejo y percibió dos grandes bolsas negras alrededor de sus ojos, pues las malditas ojeras habían hecho su fugaz aparición en un rostro abatido, víctima del cansancio.

   Optó por volver al trabajo, pues estaba a dos calles de allí, además, la licencia que se había tomado ya no servía para otra cosa que tener tiempo libre, inútil. Sin embargo, debía buscar a Natalia, todo lo ocurrido era su culpa y no podía resignarse a perderla, por lo tanto, acabaría aceptando los dos días que le quedaban y utilizarlos para dar con el paradero de su amiga, quien, al igual que Verónica, se hubo encontrado con aquel misterioso cazador. El caso Verónica Warren tendría que esperar, pues ahora, hallar a su amiga con vida era su prioridad.

   Desayunó en la cafetería donde había compartido un café por primera vez con Juan, mientras pensaba en la posibilidad de contactar a la policía, no obstante, esta idea fue desechada, puesto que no buscaba alarmar a nadie, no debían enterarse de lo sucedido, ni en el pueblo, ni en el colegio, ni mucho menos en la localidad donde había crecido, qué dirían sus padres, sus viejos amigos, sus conocidos... Ana sabía que no tenía tiempo que perder y que era vital un poco de ayuda, que no podría hacerlo sola, así que pensó en Juan, en la tranquilidad de ir acompañada por un citadino, que conociera el bosque y sus alrededores; o en Lucía, su fiel compañera, la que siempre estaba dispuesta a darle una mano en lo que fuera, en aquella muchacha que siempre estaba allí para ella, aunque eso implicara correr algún riesgo. Juan era la mejor opción, no obstante, pediría explicaciones y se encargaría de juzgarla; a decir verdad, ambos la interrogarían y luego la juzgarían, tanto Juan como Lucía. Por lo pronto, Ana pagó su consumición y se encaminó al bosque para comenzar, por su propia cuenta, el peritaje. Solo le hacían falta piedritas para marcar el camino cual Hansel y Gretel, su teléfono celular por si algo le ocurría y la firme decisión de encontrar a Natalia.

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENWo Geschichten leben. Entdecke jetzt