Epilogo: Una nueva generación.

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-Con cuidado, mi amor- le dije, ayudándolo a sentarse.

-Siéntate a mi lado- murmuró, sin poder elevar más la voz.

Con los ojos llorosos, me acurruqué en su regazo y acaricié su blanco cabello.

Estas últimas semanas realmente había estado muy mal; se cansaba con facilidad, dejaba frases a medias, se olvidaba contantemente del nombre de los objetos, se quedaba sentado mirando al vacío... Todo eso y más como muestra de que ya no le quedaba mucho tiempo. Era prácticamente los síntomas que empieza a tener un hombre de 70 años, pero su cuerpo no envejeció ni un día.

Paseé mis manos por su pecho y besé su mejilla con ternura.

-Siempre has sido muy cálido- me sonrió, con sus dientes blancos y perfectos -Quisiera escribir algunas cosas en... Bueno, tú sabes... El... Mi...- frunció el ceño, luchando por concentrarse.

-No te fuerces- le dije, acariciando su rostro.

Suspiró y miró por el balcón, perdiéndose en su mente.

Luego de un rato, terminó por quedarse profundamente dormido entre mis brazos, y aproveché la ocasión para extraer su reloj de bolsillo de su saco.

Con sigilo, lo abrí y corroboré lo que me temía: Las manecillas iban cada vez más lento.

Deposité el objeto en su lugar y besé su cabello, abrazándolo con fuerza.

La noche cayó y yo me eché a llorar, triste por lo que se avecinaba.

-Ya lo sabías desde hace muchísimos siglos, no deberías derramar tus preciosas lágrimas por culpa mía- dijo de pronto, aun recostado en mis brazos y con los ojos cerrados.

-Eso no significa que vaya a dejar de dolerme- respondí.

-Es inevitable. Tiene que suceder.

-Lo sé.

Finalmente, abrió sus ojos y me miró a través del cristal de sus lentes, mostrándome sus brillantes y dulces ojos grises.

-Ya es la hora- se puso de pie y me tomó de la mano, levantándome.

No dije una sola palabra mientras él actuaba.

Sus movimientos eran lentos y pausados, además de que ya no tenía mucha fuerza para hacer algunas cosas, por lo que tuve que acudir a ayudarle.

-Eso es todo- musitó -Solo quiero subir a mi habitación.

-Claro, mi amor. Te ayudaré.

Comenzamos a caminar, pero se detuvo repentinamente y frunció el ceño. Giró sobre sí mismo y miró sorprendido hacia el escritorio. Al descubrir lo que miraba no pude evitar soltar un sollozo.

Su bastón, que siempre lo seguía a todas partes sin importar que estuviera haciendo, se quedó justo donde lo dejó reposando, el escritorio.

Sonrió nostálgicamente y continuó su camino.

El corazón se me hundió ligeramente, pero lo seguí.

Una vez en su recámara, se recostó en su cama, dejando caer un jadeo de suspiro de cansancio. Yo me arrodillé a su lado y como siempre acostumbraba, pasé mis dedos por sus mechones blancos y los acaricié con toda la ternura.

-Me siento agotado.

Finalmente, después de 25 siglos de negarse rotundamente a ello, aceptó el cansancio que corrompía su cuerpo.

-Es normal, mi amor. Así debe ser- sonreí mientras mis ojos se cristalizaban.

Luego de unos minutos, su respiración se hizo irregular y me miró con terror.

El Nuevo Preceptor ࿐  [ BibleBuild ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora