Capítulo V: Receso de verano

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Cuando el receso de verano inició, poniendo en pausa todas las actividades de la fórmula 1, desde ingenieros hasta pilotos, Carlos no dudó en hacerle una propuesta a Charles.

Recordó que en una ocasión le había mencionado que Madrid estaba dentro de la lista de "Lugares que debía conocer antes de morir", así que tomó aquello como excusa para invitarlo a pasar las vacaciones en su ciudad natal y así pasar mucho más tiempo con él; desde el Grand Prix de Austria en el que ni siquiera ganó un punto por un daño en el monoplaza y el GP de Hungría en el que quedó sexto, lo había notado muy desanimado.

Charles tenía la tendencia de alejarse de todos cada que algo le iba mal y Carlos se había dado cuenta de aquello desde hace tiempo, sabe que él hace eso para no explotar frente a la gente y evitar lastimar a los de a su alrededor. Es consciente de la cantidad de estrés que Leclerc tiene por el momento es inmensa, pues continúa en su lucha por el Campeonato Mundial y no es como si las cosas fueran fáciles para los pilotos de Ferrari, aunque pareciese que sí.

De alguna manera logró convencerlo de realizar el viaje con él y, tras presentarle a su familia en una cena que ellos habían hecho por la ocasión, pasó varios días paseando con él por Madrid, enseñándole todo, absolutamente todo del lugar que lo vio crecer, haciéndole probar dulces y comida típica del país, maravillándolo por completo con la experiencia y, sobre todo, despejándole la mente. Aunque también visitaron varias ciudades españolas que dejaron a Charles encantado.

Desde entrenar en la mañana, hasta largas caminatas en la noche, su día a día se resumía en ambos acompañándose y acercándose mucho más, porque sí, eso había sucedido. Después de que Charles haya interactuado con la familia del que ahora era su guía turístico, se abrió ante Carlos, hablándole de temas relacionados a él, su vida e incluso su infancia, haciéndole recordar al madrileño por milésima vez la razón por la cual estaba enamorado de él y también el porqué lo admiraba un montón.

Los pilotos de Ferrari habían escogido la playa como una opción para su caminata nocturna, se habían ido de Madrid hace un par de días, aventurándose en un viaje improvisado; la brisa fresca de la noche chocaba contra sus pieles y movía sus cabellos de un lado a otro despeinándolos, esta era la clase de ambiente tan relajante que Charles tanto adoraba. Tras caminar por más de una hora en la solitaria playa, los dos se sentaron en la arena viendo cómo la luz de la luna se reflejaba en el incesante mar, el cual, casualmente tenía la marea un poco baja, el silencio que los envolvía era cómodo y tranquilo, escuchar el sonido de las olas y el viento, los tenía ensimismados.

Nadie supo cuántos minutos pasaron así, solo acompañándose, hasta que el de Mónaco finalmente rompió el silencio.

—Amo la playa —empezó a hablar con una linda sonrisa decorando su rostro, su mirada estaba fija en el conjunto de agua salada que tenía en frente y se enfocaba en sentir como el viento tocaba su piel —. Y no porque haya crecido en una isla, sino que realmente me encanta la playa.

Carlos se quedó en completo silencio expectante a su compañero de escudería, el cual lucía etéreo a su parecer. La luz de la luna reflejándose sobre su rostro y resaltando el inigualable color de sus ojos, lo mantuvo enternecido, adoraba, adoraba por completo aquellas orbes y su color tan precioso.

—Es como...no sé, es un lugar que me hace completamente feliz —continuó hablando el otro —. Es sanador, por así decirlo, el nivel de paz y tranquilidad que me genera es inexplicable.

—La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar —finalmente habló Carlos, haciendo que Charles se gire de manera casi instantánea a verlo. Su rostro estaba decorado por una enorme sonrisa, la cual se encargaba de achicar un poco sus brillantes ojos que tenían un enorme parecido al mar —. O eso leí en una frase.

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