Capítulo XI: Afortunado

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No tardaron mucho en llegar a una sala vacía, Carlos fue el primero en entrar y ubicarse en un sillón que se encontraba casi a la esquina del lugar. El blanco con el que las paredes habían sido pintadas, solo hizo que Charles se sintiera mucho más ansioso; de hecho, los latidos de su corazón seguían siendo frenéticos y ni hablar del temblor de sus manos, era incontrolable.

Observó al piloto español durante un largo periodo de segundos, en donde el silencio se hizo aún más tormentoso y asfixiante. No sabía cómo dirigirse hacia él, no después de las cosas que le soltó la última vez, le daba vergüenza simplemente pensar que Carlos lo veía como un inestable emocional de primera, como alguien que necesita ayuda urgente, básicamente como un neurótico.

Charles sabía que su estado emocional no era el mejor, al igual la excesiva desconfianza que siente por todo y todos, aunque no es justificación, esa es la razón por la que se comporta así con la gente, estando alerta y muy a la defensiva. Escondió esa cara de Carlos desde que se unió al equipo, pero ya no podía seguir haciéndolo.

Debería gustarle por lo que soy.

Realmente no le iba a debatir si es que le decía que ya no lo quería de nuevo en su vida, o si le decía que estaba loco, lo iba a aceptar, independientemente de lo que fuera. Después de todo, Carlos no tenía ningún derecho de quedarse con alguien como él.

— ¿Puedo saber qué es lo que te ha estado pasando durante las últimas semanas? —la gruesa voz del otro piloto resonó en el incómodo ambiente que se había formado en aquel lugar, la seriedad con la que Sainz hablaba era algo a lo que Leclerc no estaba acostumbrado, lo que lo hizo sentirse pequeño.

Carlos tiró a la basura su plan de no hablarle a Charles, hasta que este le pidiese disculpas. De alguna manera debía de intervenir para acabar con el martirio de una vez por todas y si no era el monegasco quién daría el primer paso, sería él. Porque no podía soportarlo más.

Los ojos de Charles se fijaron en el español y se humedecieron, el piloto de Mónaco dio un par de pasos hacia delante y se sentó al lado de su compañero de equipo, soltando un par de lágrimas traicioneras que fueron el inicio de su rompimiento.

— ¿Qué sucede, ser perfecto? —la expresión del madrileño cambió por completo, de manera repentina.

Relajó su entrecejo y miró a Charles a los ojos, no dudó ni un segundo en estirar sus manos, para tocar las del contrario, sintiendo lo frías que estaban y con el plan de detener el incontrolable temblor de estas.

—Han...han pasado muchas cosas —a los pocos segundos contestó Leclerc, con su rostro empapado de lágrimas —. No me siento bien.

El de ojos cafés se acercó más, envolviéndolo en un abrazo que pretendía ser reconfortante, sintió que el monegasco recostaba su cabeza sobre su pecho, sin dejar de llorar.

Las manos de Carlos inconscientemente apretujaron a Charles, acercándolo cada vez más a su pecho y tratando de calmarlo.

—Si no me cuentas no lo entenderé —agregó en un tono de voz un poco más bajo —. Estoy dispuesto a escucharte y ayudarte con lo que sea.

Apenas se podían escuchar los sollozos del otro piloto en aquella habitación, lo cual hizo del ambiente algo mucho más triste.

Sainz no sabía el grado ni el nivel de dolor que el otro llevaba en el interior, no sabía que aún tenía cosas sin resolver, traumas sin ser tratados, que tenía heridas que de vez en cuando sangraban sin parar. Era consciente de que Charles no estaba bien, pero no sabía hasta que punto sufría.

—Perdóname por todo —después de un rato escuchó la voz del contrario —. Perdón por todo lo que te dije, yo confío mucho en ti, Carlos, pero aún tengo miedo.

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