Capítulo 70

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Lo que estoy haciendo no es para retomar lo que tenía, sino para aliviar un poco la incertidumbre de los demás al haberse involucrado con alguien como yo.

Fui a casa de Julieta el lunes, un poco tarde, la señora fue la que me abrió y se veía bastante bien, es decir, luce casi igual que antes, aunque sigue trasluciendo tristeza cansada en la mirada.

Me dijo que Julieta estaba en el patio trasero, donde se la pasa últimamente, y me dio permiso de ir.

La vi de espaldas, en un columpio, meciéndose. Me acerqué y atrapé las cuerdas cuando vino hacia mí.

—¿Podemos hablar? —pregunté.

Se incorporó enseguida, bastante asustada debo decir, expresión que vi en cuanto me miró.

—... ¿Qué haces aquí?

—Quiero hablar contigo.

Desvió la mirada y enredó los dedos cerca de su estómago. Miró a distintos sitios hasta que por fin regresó sus ojos a mí.

—Está bien —dijo en voz baja.

Se dirigió al límite de la casa, a una barda de piedra en la que se sentó, así que yo también, solo que con las piernas colgando una en cada lado.

—Nada más te pido que me escuches y no te volveré a buscar —le solicité. Su silencio de un minuto lo interpreté como que ya podía empezar. Suspiré—. Mis padres eran familia de acogida, recibían a un niño cada dos meses y se quedaban con nosotros un par de semanas, pero una de esas niñas se quedó en varias ocasiones hasta que mis padres decidieron adoptarla definitivamente. Esa niña es Raina.

»Ella se convirtió en mi hermana y la quería como tal. En ese entonces, yo tenía doce años y ella once. Raina era agradable, inocente, simpática, del tipo que se hace querer por todos —ladeé la cabeza porque lo que sigue es cómo es que nuestra relación se transfiguró—. Conforme pasó el tiempo, yo... empecé a verla de otra manera —Tal como supuse, Julieta comenzó a asustarse—. Nunca hice nada al respecto porque sabía que estaba mal, ante todos éramos hermanas, y del mismo sexo, así que tenía que olvidarme de lo que sentía.

»En fin, cuando teníamos quince y catorce años, estábamos jugando en un parque abandonado que estaba cerca de donde vivíamos; subimos a una casa en un árbol y esta se vino abajo, las dos caímos poco más de diez metros; yo me golpeé en la nuca, es por eso que se me olvidan las cosas y no retengo ni nombres ni rostros; Raina parecía más lesionada, así que llamaron una ambulancia, la llevaron a un hospital y el médico dijo que había entrado en una especie de coma como por una hora.

»Despertó y no parecía que le hubiera pasado nada, estaba exactamente igual que antes. La dieron de alta, volvimos a casa y, luego de unos días, ella empezó a hacer cosas muy raras: antes le daban miedo los animales y mis padres encontraron una caja debajo de su cama, donde guardaba insectos que yo espero hayan estado muertos cuando los recogió; era yo la que la defendía en la escuela y después empezó a ser ella la que lo hacía; las cosas que le gustaban le dejaron de interesar y, las que no, ahora le gustaban. A veces era como otra persona totalmente diferente.

»Ella tenía su propia habitación, la que siempre estuvo predispuesta para los niños de acogida, y nunca dormimos juntas, pero... un día fue a buscarme a mi habitación, muy tarde... —Me cuesta mucho trabajo decir esto, sobre todo a Julieta. El que me mire me lo hace todavía más difícil—, y fue la primera vez que tuvimos relaciones —La miré sabiendo, y no me equivoqué, lo que encontraría; está confundida, además de asqueada. Es la reacción de todos—. Tuvimos ese tipo de relación durante mucho tiempo y mis padres nunca lo supieron —Tomé aire, porque falta lo peor—. Cuando tenía diecisiete, mi mamá se embarazó y, el problema fue que un compañero en la escuela le dijo a Raina que ya no la necesitábamos en mi casa y que la devolverían al orfanato. Eso la hizo enojar mucho.

En el vino y el café | TERMINADA | ©Onde histórias criam vida. Descubra agora