CAPÍTULO 5: LA NACIÓN PARÁSITO

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La tropa llegó a Krabularo tras viajar por dos días. Kin y Dara se durmieron al poco rato de iniciar el viaje. La deficiente alimentación, las condiciones climáticas adversas y las caminatas constantes los habían debilitado. Estando acurrucados, pegados uno al otro, le daba una sensación de ternura a Gerark. Solicitó a sus hombres que hicieran el menor ruido posible, para no despertarlos.

Llegando a las puertas de la ciudad, la tropa de Gerark intimidó por un momento a los comerciantes y viajeros que aguardaban su entrada o salida de la misma. También, al transitar por las calles de la ciudad, los plebeyos murmuraban y especulaban por su presencia.

Frente a la puerta principal de palacio, Gerark despertó a los dormilones.

—¡Ya levántense, niños! —Abrieron los ojos, estremecidos por la intensa voz del hombre.

Se apearon de la carroza. Escoltados por Gerark, sus hombres y otro equipo de soldados que los recibió, atravesaron los pasillos del palacio, con rumbo a la sala del rey.

Dara examinaba las paredes marmoleadas, decoradas con frisos dorados y escarlatas, los talludos pilares de granito rojo que se alzaban a cada lado. Nunca imaginó ver algo diferente a las casas de adobe y madera donde vivían los plebeyos. Kin, por su parte, caminaba tembloroso, con una mirada seria, buscando en su mente las palabras correctas para confrontar a su abuelo.

Después de un extenso recorrido llegaron a las puertas de la sala real. Kin se tragó el miedo que sentía y trató de relajarse para estar sereno; contrario a la situación de Dara, quien comenzó a temblar tanto que su lánguido cuerpo parecía desmoronarse. Al entrar, Dante se encontraba de espaldas, viendo los jardines y el bosque a través del ventanal. Escuchó el crujido del portón y los pasos, intuyó que había llegado su nieto, pero no se volteó.

—Así que al final regresaste. Supongo que te divertiste. Fue un gran escándalo el que armaste. No te pedí algo que no puedas hacer —dijo con voz calmada, reprimiendo su enojo.

Pero Kin no pudo reprimirse. Quería golpearlo. Adoptó una posición ofensiva y empuñó su espada, pero Gerark lo sujetó del hombro, instigándolo con su mirada a tranquilizarse. Inhaló profundamente para calmarse.

—¡No te confundas, abuelo! No he venido para seguir tus caprichos, he venido por mis propias razones. —Estaba tenso, conteniendo las ganas de golpear a Dante.

—Gracias, caballeros, por traer a mi nieto de regreso. Ahora, por favor, les pido que se retiren. Tú también, Gerark —ordenó, sin voltear a verlos aún—. Gerark, antes de retirarse, le dio una palmada en el hombro a Kin y cerró el portón.

—Entonces... ¿Cuáles son tus razones? —Se giró, instalando una mirada fulminante sobre Kin y Dara.

—Yo... le hice una promesa a ella. Le prometí que encontraríamos a su madre —contesto con voz trémula. Dante soltó una carcajada tan fuerte que reverberó en todo el salón.

—¿Encontrarla? ¿Tú piensas encontrar a alguien, niño? ¿Crees que hacerlo es tan fácil como decirlo? ¡Le mentiste a esa niña! —estalló con furia—. Y, por cierto, ¿quién es ella? ¡¿Quién eres tú, niña?!

—Yo...

—Su madre y ella fueron secuestradas por unos enmascarados. Ella logró zafarse y la encontré sola en el bosque —interrumpió Kin al verla tan nerviosa.

—¿Enmascarados? Ya lo entiendo mejor. Cada kronus, desaparece como un centenar de plebeyos por culpa de esos enmascarados, según los reportes. Con suerte, descubrimos sus bases y rescatamos a unas cuantas personas. Algunos nunca aparecen. ¿Aún piensas encontrar a la madre de esta... plebeya, Kin?

—¿Por qué hacen eso? ¿Por qué secuestran a las personas? —preguntaron al unísono con timidez.

—Cómo podría explicarlo... es más, no debería hacerlo, esta información no es para niños como ustedes, pero lo haré para mostrarte la realidad.

Ambos dejaron atrás el temor y estaban impacientes por la respuesta de Dante, en especial Dara.

—Esos enmascarados pertenecen a una organización oculta: los lushrow. Se ocultan en los bosques, lugares despoblados, de difícil acceso, y entre nosotros mismos. No sabemos cuántos hay ni quiénes son sus líderes. Sospechamos que un grupo de personas controla toda la organización. Sabemos que están bien organizados, igual que un país, con sus rangos y sus normas. Secuestran plebeyos para que sean sus esclavos y engendren soldados para ellos. Roban nuestros cultivos y materiales para realizar sus actividades. Incluso tienen espías en el palacio, ya descubrimos a varios. Sabemos que una afición absurda por el creador los une. Todos los países trabajan para detener sus acciones, pero nunca hemos llegado a sus líderes. Lo cierto es que quieren poder, quieren imponerse en nuestros territorios, aplastando a todos los habitantes de Krabularo. Trabajamos para detenerlos, para mantener nuestra soberanía, la paz de los habitantes.

Kin y Dara escucharon atentamente. Dara se puso muy triste y dejó caer una pequeña lágrima después de conocer lo que hacían esas personas y lo que podría pasarle a su madre.

—No me has respondido, Kin. ¿Aún piensas ayudarla? ¿Iras contra esa organización para encontrar a esa mujer?

Kin agachó la cabeza por varios segundos y enmudeció. Un estridente silencio inundó el recinto mientras replanteaba su respuesta.

—Olvidé mencionarte algo. Creemos que los enmascarados... causaron la muerte de Dámaris —acotó mientras agachaba la cabeza y miraba a Kin de reojo.

Ese último comentario hizo que dentro de Kin estallara un frenesí de coraje, apabullando cualquier duda existente.

—¡Sí! ¡Encontraré a la madre de Dara! ¡Me haré más fuerte y derrotaré a esos malditos! ¡Por mi tía! —gritó con fuerza, tanta que se obligó a retener una lágrima.

—¿Y cómo piensas hacerlo?

—Yo... no acepté ser soldado real para hacer que te enojes, pero me convertiré en uno, como tanto quieres, para cumplir mi promesa.

—Sé que te presioné mucho —se arrodilló y puso una palma sobre su hombro—, pero es porque no tengo más que ofrecerte, perdóname, Kin.

El muchacho apartó la mirada, conmovido. Aunque ahora tenía "motivaciones", para Dante no dejaban de ser palabrerías de un niño inmaduro.

"Lo siento, Kin, este es el único destino que te aguarda"

—¡Pero tengo una condición!

—¿Ah, sí? ¿Cuál? —dijo con mucha curiosidad.

—Es Dara. Mi condición es que Dara se quede y reciba entrenamiento para convertirse en soldado real. 

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