CAPÍTULO 6: ES TRABAJO DE LOS DOS

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Dante y Dara se quedaron pasmados con la petición de Kin.

—Imposible. ¡Los plebeyos no pueden convertirse en soldados reales! ¡Y no voy a quebrantar eso por tus caprichos! No cometeré el mismo error, no dejaré que mi familia se involucre con plebeyos.

—¡Entonces voy a escapar de nuevo!

—¿Crees que lo permitiré?

—Entonces —desenvainó su espada y la apuntó contra su mismo cuello— me cortaré la cabeza. ¡No pienso convertirme en soldado real si no aceptas eso!

—¡¿Crees que puedes chantajearme así, mocoso?!

Empezaron a discutir violentamente. Kin alegaba que acepten su decisión, amenazando e insultando cuando su abuelo se negaba. Dante rechazaba una y otra vez su pedido, a lo que Kin respondía con uno nuevo, y un berrinche más estruendoso. Dara solo estaba parada, quieta, con la cabeza gacha, queriendo esfumarse. Dante no pudo controlarse más y le propinó un fuerte manotazo a Kin, haciéndolo caer. Dara soltó un grito de espanto.

—No me quieres —acusó mientras sobaba su mejilla hinchada—. Nadie más que mi tía me quería. —Sus ojos caramelo, rabiosos, le hicieron recordar momentos del pasado. No era la primera vez que veía dichos ojos, enfurecidos y tristes.

"Parece que solo le enseñaste... a ser terco"

Se puso a reflexionar. Podía simplemente obligarlo, pero, por esta vez, quería tomar en cuenta esos sentimientos.

"¿Acaso no lo aprendí? Ya no repetiré mis errores, no quiero que lleguen a enojarse conmigo"

—¡Hey, niña! ¿Qué sabes hacer? Supongo que algo sabes hacer, por algo te trajo mi nieto —inquirió.

—¡¿Yo?! ¡Curandera, señor! Mi... mamá y... yo... curanderas... —sollozó como respuesta, le temblaban las rodillas al hablar.

—¿Curandera? Sí, puede ser útil —mencionó tras mirarla de forma curiosa.

Luego se desvió a Kin. Escondía su rostro con las manos, para no revelar su incontrolable impulso por llorar. Era un niño, después de todo.

—¡Está bien! —espetó rendido—. Haré que la niña participe en la selección. Como no es de familia real será difícil hacerlo, así que no te prometo nada. Por mientras deben entrenar, solo falta un janus para la prueba.

Kin se recuperó en menos de un segundo. Una sonrisa de par en par se dibujó en su faz. Abrazó a Dara de improviso. Ella se dejó contagiar con su alegría, mientras Kin la estrujaba con sus brazos.

—¡Ahora váyanse! —gritó el rey, interrumpiendo el momento de felicidad.

Fugaron de la sala, impetuosos. Dara salió con la respiración agitada. La presencia y palabras del rey aplastaron su delicado espíritu. Gerark entró en su lugar y les pidió que lo esperaran.

—Kin... —murmuró, todavía temblando.

—¿Qué?

—¿Por qué...?

—Dije que te ayudaría, no que lo haría por ti. Además, así puedes quedarte en el palacio. Yo solo no podré hacerlo —confesó riendo.

—Pero yo no sé pelear, tampoco soy buena curandera como mi madre...

—No te preocupes, el viejo se encargará —discrepó alegremente.

—No estoy segura...

—Yo estaré contigo —consoló, ruborizado—, solo debemos... entrenar juntos.

—¿Y qué es la "selección"?

Justo apareció Gerark que, oyendo su pregunta, la respondió con presteza.

—La selección es un torneo donde muchos jóvenes, de familia real, pelean para medir su fuerza y ser aceptados en la escuela de soldados reales. Kin, así como el resto de participantes, entrenó desde pequeño para tal evento.

La respuesta de Gerark agobió a Dara, que se sentía dentro de un mal y chocante sueño. El portón de la sala se abrió, dejando ver a un serio y altanero Dante.

—Gerark, lo dejo en tus manos —indicó de forma seria.

—Sí, su majestad —contestó de igual manera.

Tan rápido como apareció, Dante cerró la gran puerta y se volvió a meter sin decir más.

—Síganme —ordenó Gerark, manteniendo la seriedad en su hablar.

—Sí, señor Gerark —afirmaron los pequeños.

—Por cierto. ¿De qué hablaste con tu abuelo, Kin? ¡Dímelo todo! —Su tono cambió y sus ojos empezaron a brillar por la curiosidad.

Así Kin, Gerark y Dara caminaron por los pasillos mientras Dara relataba la discusión entre Kin y su abuelo (porque a Kin le avergonzaba hacerlo). Después, Gerark intentó explicarle mejor a Dara sobre los soldados reales y la selección. Luego de unos minutos, entre tanta charla, llegaron a su destino: el cuarto de Kin.

—¿Por qué nos trajo aquí? —preguntó el propietario.

—Verás, como escapaste de la nada y trajiste a esa niña de la nada... ahora este será su dormitorio. Tú vendrás conmigo a otro con máxima seguridad, para asegurarnos de que no escapes. Será tu castigo, muy merecido por cierto.

—Pero... —balbuceó con muecas de disgusto

—Por cierto, desde mañana empezará su entrenamiento, principalmente el tuyo, niña, Kin ya sabe pelear. Más tarde vendrán algunas sirvientas para atenderte. Y tú, ¡ven conmigo de una vez!

Kin hizo un puchero y se resistió a moverse. Gerark tuvo que llevarlo de las orejas.

—Y una cosa más. El entrenamiento será conmigo, descansa bien —acotó antes de retirarse.

Dara se sentó en la cama mientras asimilaba lo sucedido. Más tarde, como dijo Gerark, entraron unas sirvientas que le trajeron comida y un cambio de ropa. También le dieron algunas indicaciones antes de retirarse. Físicamente logró recuperarse.

La cama era suave, y por mucho, mejor que su lecho de paja donde solía dormir, pero no se sentía cómoda. Por pensar en su nuevo destino, "que le impuso Kin", no lograba conciliar el sueño. Miedo, no, ansiedad, no, alegría, no, tristeza. Una mezcla de emociones perturbaba su mente.

Kin no se hallaba en una mejor situación. Las personas, el palacio, su abuelo, todo ya era conocido; sin embargo, ahora se sentía extraño, todo se sentía diferente, nuevo. Todo era tan familiar, pero tan extraño a la vez.

Pasaron una noche de sentimientos encontrados en sus inexpertos corazones, una noche que antecedía el principio de sus nuevas aventuras juntos.

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