CAPÍTULO 8: EMPIEZA LA SELECCIÓN

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Debido al nerviosismo, Dara estuvo despierta por gran parte de la noche. Apenas entró luz en su dormitorio, se cambió de ropa y devoró la merienda que le trajeron. Se encaminó al salón de entrenamiento. Al llegar vio que Gerark estaba sentado en el suelo, bebiendo el líquido de una botella.

—Buenos días, maestro, ¿Qué hace aquí tan temprano? ¿Qué es eso? —preguntó sorprendida.

—Siempre llego temprano. —Tomó un sorbo más y ocultó la botella con disimulo.

"Sí, como no"

Pronto llegó Kin y los tres partieron hacia el lugar donde sucederían las peleas de la selección: el Coliseo central de Krabularo.

Un enorme recinto de forma ovalada que tenía cuatro pisos. El primer piso tenía varias entradas en forma de arco. Estas daban acceso a un laberinto de pasadizos que conducían a los diferentes pisos. En el centro se ubicaba la arena: una plataforma delimitada por unas oxidadas rejas de hierro, cuyo piso había sido cubierto con arena roja. Cuatro filas de gradas rodeaban esta plataforma.

Cuando llegaron, el lugar estaba repleto de personas, entre jóvenes y adultos de la nobleza y realeza militar. El acceso a los plebeyos estaba restringido. Faltaba hora y media para los combates; aun así, había mucho alboroto y emoción. Adolescentes practicando con sus armas, padres motivando con bendiciones y palabras de aliento, soldados reales haciendo apuestas previas al espectáculo. Todo el escenario asustaba a la pequeña Dara, que se apegó a Kin y Gerark mientras recorrían el sitio.

—Bueno, chicos, pronto empezará la selección. —Gerark se detuvo repentinamente—. Ya me tengo que ir, asegúrense de ganar.

—¿Qué? ¿No se va a quedar, maestro Gerark? —objetó Dara, quien se aferró a su antebrazo mientras lo miraba con ojos tristes.

—De verdad quisiera verlos, pero tengo unos asuntos que debo atender.

—No se vaya —insistió, apretando con más fuerza.

—Desde ahora en adelante, van a estar solos en muchas ocasiones. De cualquier forma, su ingreso ya está asegurado, ¿no es así? Ya no hay más que deba hacer por ustedes.

—Pero, maestro... —agachó la cabeza y sollozó.

—Cálmate. —Sacudió su fina cabellera y se hincó de rodillas frente a Dara—. Desde hoy comienza tu propio camino, pero no te preocupes, tal vez lleguemos a vernos de nuevo.

Dara soltó el brazo de Gerark lentamente y secó las lágrimas en sus ojos.

El soldado se paró y se alejó. Dara lo siguió con su mirada hasta que desapareció en la multitud. Kin, por su lado, también se entristeció, pero no lo mostró. Continuaron caminando hasta que Kin frenó de golpe.

—Un momento, Dara, voy a buscar un lugar para... ya sabes... —dijo mientras cubría su entrepierna con nerviosismo.

—¿Qué? ¿Cuál lugar?

En un parpadeo, Kin se alejó corriendo.

—¡No te muevas! —gritó a lo lejos.

Resultó conveniente que ese rincón no era muy transitado por la gente. Se sentó y se puso a ver con aburrimiento el panorama. De pronto, sintió que tocaron su hombro. Se quedó helada. Cuando agarró el coraje para voltearse, un hombre voluptuoso y bien vestido, que cubría su rostro con una capucha violeta de terciopelo, era el responsable.

—¿Qué hiciste? —preguntó el hombre.

—Pe... ¿Perdón? —respondió temblorosa.

—¿Qué hiciste con mi nieto? —reiteró con voz grave.

Entonces todo se aclaró. Recordó esa voz, aunque solo la escuchó una vez. Era el rey de Krabularo, Dante.

—No... entiendo a qué se refiere —dijo tartamudeando en extremo.

—Desde que mi hija murió, Kin se volvió callado y solitario —suspiró—. No parecía llevarse con nadie. No hablaba mucho con él, pero siempre me contestaba enojado. Sin embargo, desde que llegaron lo vi sonreír... como lo hacía con Damaris. Pensé que tenías algún parecido con ella, pero una plebeya como tú no se le puede comparar. ¿Cómo lo hiciste?

Dara enmudeció. No sabía que contestar y además temblaba tanto que no podía articular palabras.

—Él te valora mucho —continuó—. Si es por mantenerlo así —carraspeó—, haré lo posible para que puedan seguir juntos.

Nuevamente, no contestó, pero se perfiló una tímida sonrisa en su cara.

—Espero que comprendas lo que eso implica, niña plebeya, meterte aquí no fue sencillo —acotó amenazante. Levantó su cuerpo y se esfumó.

Dara se quedó pensativa, risueña, hasta que llegó Kin.

—¡Uf! Ya me siento más... ligero. Menos mal que no te has movido —suspiró aliviado—. ¿Qué pasó? —preguntó al notar su infantil sonrisa.

—Perdón, nada, —contestó, volviendo en sí—. ¿Estás seguro de que vamos a pasar la selección?

—Sí, hablé con el viejo hace tres daius, y me dijo que ya arregló todo.

»Ven conmigo, tenemos que ir a ese lugar. —Apuntó a la primera fila de gradas—. Ahí se reunirán los participantes.

Dicho espacio ya estaba ocupado por un grupo de participantes. Las miradas se pusieron sobre Kin y Dara cuando llegaron. Todas transmitían rechazo. Kin les devolvía el gesto, Dara solo agachaba la cabeza.

Resistieron el ambiente huraño hasta que un sonido agudo reverberó en todo el coliseo. Dieciocho varones de túnica roja tocaron una especie de flauta. El público se calló y tomó asiento. Una persona estaba en el centro de la arena, el supervisor. Detrás y encima de la arena estaba el estrado, ahí se encontraba Dante, acompañado por ocho generales de la realeza militar. Eran los jueces de la prueba. El coliseo fue subyugado por un absoluto silencio. Los hombres de rojo tocaron de nuevo sus flautas. El supervisor infló su pecho y comenzó su discurso.

—¡Señoras y señores de Krabularo, es un honor para mí dar inicio a los combates de selección! ¡De aquí saldrán nuevos soldados reales que enorgullecerán a sus familias y nuestro país! Como siempre, las reglas serán explicadas antes de iniciar los combates.

El supervisor infló de nuevo el pecho para seguir.

—¡Está prohibido el uso de armas regulares, deben usar sus armas de madera! ¡Si el participante es desarmado, pierde automáticamente! ¡Yo indicaré cuando inicia y termina una pelea, siempre velando por el bienestar de nuestros jóvenes!

»Detrás de mí están los jueces, que después de analizar cada pelea, votarán para seleccionar a un participante. ¡Ganar la pelea no garantiza que el participante será escogido, su desempeño en combate será tomado en cuenta para la decisión final! Dicho esto, ¡doy por inaugurada la selección! —El público elevó aplausos por un breve instante.

»¡En este kronus tenemos cuarenta y ocho participantes, hijos e hijas de familias reales! ¡Solo doce llegarán a ser seleccionados! ¡Tendremos veinticuatro enfrentamientos, los últimos cuatro decidirán a los integrantes de soporte!

Dante se puso al frente de los jueces en el estrado para continuar. Uno de los jueces le entregó un pergamino, lo abrió y se dirigió a los espectadores:

—¡Los participantes de cada enfrentamiento fueron escogidos al azar! ¡Anunciaré a los participantes del primer encuentro! —Tomó una pausa mientras solicitó a sus acompañantes que le aclararan lo que estaba escrito en el pergamino.

»¡Primera pelea! ¡Keiner Astarosa contra Liam Alciziam!

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