CAPÍTULO 28: MANU

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El país de Laria se ubica al oeste de Krabularo, capital de Rurucen. A pesar de la cercanía, el clima es muy diferente. Predomina el ambiente cálido y húmedo, al cual se tuvo que adaptar la flora y la fauna para subsistir. El país entero es una jungla de inmensa biodiversidad; lo opuesto de Rurucen, país en el que las especies arbóreas son limitadas y pocos animales habitan sus planicies y valles.

Incontable variedad de peces y aves recorren los ríos y cielos de Laria. Los habitantes se ganan la vida extrayendo estos recursos; ya que la densa jungla no cede mucho espacio para cultivar la tierra.

—¡Miren los árboles! —señaló Yendry.

—Tranquilo, son solo árboles —menospreció Gerark.

Un grupo de soldados larienses aguardaba en la frontera, con la intención de guiar a la caravana de Krabularo. Los condujeron por caminos de roca, labrados por los antiguos habitantes del país.

—Es verdad, hay muchos árboles —comentó Dara, imaginando todos los menjurjes que podría hacer con sus hojas y cortezas.

—Este país es reconocido por ello —acotó Gerark al notar entusiasmo en ella.

Caída la noche, acamparon a las orillas de un río, sobre una planicie creada por los antiguos habitantes, observándose escombros y restos de presencia humana en los alrededores. Continuaron su viaje al amanecer.

—Oye, chico, ¿estás bien? Te siento más callado que nunca —le preguntó Gerark a Ishein, que seguía acurrucado en su manta.

—Déjeme en paz —musitó.

—¿Te sientes mal? ¿Tienes algún problema? Si quieres puedo ayudarte.

—Estoy bien... solo váyase.

"Caramba, estos niños..."

El resto del equipo charlaba con los soldados. Escuchaban las historias de su "juventud" (pues la mayoría de ellos no pasaban de cuarenta kronus) y los consejos de vida que les daban. Y así, entre pláticas y consejos, pasaron cinco días de viaje.

Tras ver un paisaje arbóreo y monótono por todo ese tiempo, avizoraron una gran planicie en mitad de la jungla, como oasis en el desierto. En medio se alzaba una ciudad amurallada, rodeada por diversos caminos de piedra que desembocaban en su puerta principal. Toda la tropa se impresionó al verla.

—¡Es... una ciudad! Como Krabularo —exclamó Dara.

—Sí, pero Krabularo es más grande —recalcó Yendry.

—Silencio, niños —carraspeó Gerark—. Estamos llegando a la capital de Laria, la ciudad de Manu.

Sus calles ornamentadas eran una belleza. No había casa, puesto de venta ni taller que no tuviera un jardín o árboles en su fachada. Un delgado riachuelo atravesaba la ciudad, paralelo a su calle principal. Entrando ya en la zona residencial de las clases altas, fueron deslumbrados por los gigantescos jardines, de gran diversidad arbórea y floral, que opacaban a las residencias mismas, cuya suntuosidad era igualmente soberbia.

La delegación se detuvo en la puerta del palacio, construido enteramente con piedra negra pulida, exclusiva de las más profundas minas del país. A diferencia del palacio de Krabularo, edificado con mármol. Enormes pilares de piedra negra, cuyos capiteles representaban monos, jaguares y guacamayos, adornaban los exteriores. La puerta, bañada en oro, tenía en su centro el símbolo de una estrella con seis puntas, hecha con hojas de plátano, el sello de la familia fundadora.

Un grupo de mujeres, que vestían prendas de cuero reforzadas con maxentita, estaban esperando a la comitiva en ese lugar.

—¡Es un gusto recibirlos, caballeros de Rurucen! —exclamó una de ellas; robusta, morena y alta, con el cabello blanco y los ojos de un felino.

—Es un gusto para nosotros visitar este país —contestaron Jerjes y Gerark, apeándose del carruaje para saludar.

—Soy la general Minami Uxiabar, bienvenidos a Manu. Esperamos que la reunión sea de beneficio para ambos países —dijo mientras se turnaba para estrechar sus manos.

—Deseamos lo mismo, general Uxiabar —asintió Jerjes con una mirada coqueta, retribuida con una sonrisa de la dama.

—Síganme, caballeros, los llevaremos con nuestra reina, ella quiere saludarlos personalmente. —Jerjes, el canciller Zoridan, Gerark, sus alumnos, y una parte de los soldados, acompañaron a la general Uxiabar y su tropilla.

Los pasillos eran estrechos, comparados con los del palacio en Krabularo. Las paredes estaban decoradas con frisos y pinturas que representaba diversos tipos de vegetación y escenas de guerra. Había diversas esculturas de piedra negra que representaban a personajes reconocidos y animales.

La puerta de la sala real era de gruesa madera naranja, del árbol llamado huujuksu, reforzada con placas de maxentita en forma de escamas que la cubrían por completo. Encima, el busto de una mujer con una corona de rosas y orquídeas, cuidadosamente tallado en la pared.

La general Uxiabar empujó el portón con sus fornidos brazos, revelando un salón alfombrado con pieles de oso. Un descomunal estante repleto de libros y pergaminos, junto a un escritorio blanco, grande también, eran los únicos muebles.

—¡Caballeros! —proclamó en voz alta—. Están delante de la señora Nayeli Utamyssis Urawon, actual reina de Laria. —Cada uno de los presentes se arrodilló en señal de reverencia para la mujer sentada en el escritorio, que inspeccionaba unos libros.

—¿Ya llegaron los representantes de Krabularo? Bienvenidos, su presencia es grata para mí. —Cerró su libro y se paró. Delgada, pómulos caídos y ojeras prominentes, bordeaba los cincuenta kronus de edad. Cabello gris, oculto bajo una corona dorada con diamantes incrustados. Vestía un manto transparente de seda naranja, que cubría todo su cuerpo, y dejaba ver la armadura que traía debajo.

—Es un honor conocerla, mi señora —comentó Jerjes, alzando la mirada.

—Señora, reina —saludó Gerark—, estoy aquí presente con el kuyichi de nuestro país. Entiendo que usted conoce las razones de su presencia en esta sala. —Con una seña, incitó a sus alumnos a erguirse y agachar su cabeza en señal de reverencia.

—Gracias, señor...

—Gerark, Gerark Sonagakure, mi señora. Discúlpeme.

—Gracias, señor Gerark de Krabularo —completó—. Usted está en lo cierto, ya estoy enterada. Luego hemos de profundizar en ese tema.

—Gracias a usted.

—Por el momento quisiera saber, ¿cuál de todos estos jóvenes es el kuyichi?

Cuando Kin estaba preparándose para contestar y presentarse, el chirriante sonido de la puerta abriéndose llamó la atención de los presentes. Apareció una mujer, alta y delgada, vistiendo una pechera, una falda circular verde y sandalias tipo gladiador. Sus rasgos faciales eran idénticos a los de la reina: ojos color esmeralda, pestañas delgadas, labios estrechos, cabello rosa. En definitiva, una versión más joven de ella.

—¡Madre! —rugió con emoción—. ¿Ya están aquí? ¿Ya está aquí?

—Sí, hija, estaba preguntando...

Antes de que pudiera completar su frase, la chica realizó un potente salto que la llevó a caer en frente de Kin, levantando una corriente de aire por todo el salón.

—¡Eres tú! ¡Tú eres el kuyichi! —señaló mientras tocaba la frente de Kin con su dedo.

FeelcoreWhere stories live. Discover now