CAPÍTULO 10: UNA PELEA POCO ESPECTACULAR

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Estalló un gran cuchicheo tras el anuncio de los participantes. Rumores y habladurías corrían por todo el recinto:

—¿Ese no es el nieto del rey Darío? ¿Por qué no tiene su apellido?

—Sí, creo que lo es.

—Si no recuerdo mal es un kuyichi.

—Pobre niño.

—Escuché que se escapó de la ciudad.

—¿En serio?

—Es verdad, me lo confirmaron.

—¿Cómo pudo perdonar el rey esa falta? Qué descaro.

—El otro niño, dicen que su padre es un asesino desertor.

—¿En qué están pensando los generales al permitir que su hijo pelee?

—Déjalo en paz, los niños no tienen la culpa por los errores de sus padres.

—Por precaución, deberían excluirlo.

—Ellos no deben pagar por el crimen de sus padres.

—Pero el nieto del rey se escapó, ¿no? Eso no es culpa de sus padres. Eso es imperdonable.

—El anterior kuyichi no se dejaba ver mucho, ¿podremos ver más de este?

—No lo sé.

—¿Qué tan fuerte será el nieto del rey?

—¿Su oponente tendrá oportunidad de ganar?

El bullicio aumentó de manera exponencial mientras los jóvenes se aproximaban a la arena. Las voces de aliento y ofensa comenzaron a ejercer presión sobre ambos.

—¡Solicito a todos los asistentes que no hagan tanto ruido, por favor, para iniciar la pelea! —gritó el supervisor con una voz muy ronca.

Los jueces también discutieron sobre los participantes, discusión de la que Dante no fue partícipe.

—Bien, jóvenes, pierden si sueltan su arma o declaran que se rinden —exclamó enérgicamente para opacar la bulla del público.

—¡Sí, señor! —afirmaron al unísono.

El supervisor elevó su brazo y, tan pronto como lo hizo, el público enmudeció. Entonces lo bajó de nuevo, esta vez con menos fuerza debido a las numerosas repeticiones que había hecho de este movimiento.

—¡Empiecen!

Los contrincantes permanecieron estáticos, mirándose frente a frente, sin odio, temor, ningún sentimiento hacia el otro. El joven de cabellera negra y ojos lila tomó la iniciativa. Efectuó un potente salto y cargó su espada encima de su cabeza para propinar una estocada vertical. Kin amortiguó el impacto con su espada, pero el choque le hizo flexionar las rodillas. Tuvo que retroceder para cubrirse de los implacables embates del rival.

Estando cerca de la reja, se asentó firme sobre la arena y contuvo la siguiente estocada. Tras resistir varios segundos, la desvió y le hizo perder el balance a Ishein. Kin giró ciento ochenta grados sobre su eje y le asestó una estocada en las costillas. Ahora Kin atacaba e Ishein se defendía. Los ataques se volvieron más intensos y repetitivos, pero las personas continuaron observando con devoción.

"En realidad no parecen muy fuertes, pero resisten bastante" pensó el colectivo.

"Ese... no es el Kin que conozco... si yo fuera su oponente... podría matarme con facilidad" pensó Dara. El rey observaba sin emocionarse. La actuación de su nieto era decente, pero nada fuera de lo común.

La dureza y persistencia de ambos contrincantes alargó la batalla por varios minutos. A medida que la coreografía se hacía más monótona, los espectadores perdían la emoción. Este último encuentro excedió la duración de los anteriores; donde el golpe final o el voto de rendición venían a los pocos minutos, pero algo estaba claro: estos dos jóvenes no se iban a rendir pronto.

Las espadas chocaron por última vez. El fuerte choque hizo eco en todo el coliseo. Ninguno de los dos tenía fuerza para ejecutar otro movimiento. La arena roja estaba cubierta por el sudor, sangre y astillas acumuladas de las anteriores peleas.

—¿Ya te rindes? —exclamó Kin, con la respiración entrecortada.

—¡Tú ríndete! —contestó Ishein de la misma forma.

Los dos perdieron la fuerza y dejaron caer sus armas al mismo tiempo.

—¡Increíble! ¡Dejaron caer sus armas al mismo tiempo! La decisión del ganador pasará a...

—¡Todavía no termino! —exclamaron a todo pulmón. Se embistieron mutuamente para comenzar una pelea de puños. El público hizo un grito de ovación.

El supervisor, antes de intentar separarlos, estableció contacto visual con el rey. Este le devolvió un gesto de afirmación. Captó el mensaje: no interponerse.

—¡Vamos, Kin, no te rindas! —gritó Dara con una mano sobre su pecho. Los participantes voltearon a verla, se ruborizó y encogió para seguir pasando inadvertida.

Kin e Ishein se lanzaron puñetazos y patadas con la poca fuerza que les quedaba. El público los alentó al ver su determinación para seguir peleando.

"No... no puedo más...".

Poco a poco la consciencia y fuerza de Kin se desvanecían. El otro muchacho, Ishein, de igual forma estaba por desfallecer.

De pronto, Kin percibió un calor intenso, proveniente de su pecho. Mientras más crecía tal sensación, la fatiga disminuía. Su visión se aclareció, sus puños temblaban, algunos mechones de su pelo se pintaron de blanco crema. Pudo sentir que una ingente fuerza tomaba su cuerpo, pero este no aceptaba semejante poder. Quería darle un golpe a Ishein para terminar la pelea, sien embargo, sus músculos estaban totalmente rígidos. Quedó con los brazos colgados, mirando a Ishein. Estaba petrificado, su cuerpo temblaba y sus pupilas no se movían. Las piernas lo traicionaron y lo dejaron caer al suelo. Mientras colapsaba, Ishein se dejó caer al mismo tiempo.

—¡Ambos participantes han caído! ¡Qué increíble pelea, señores! ¡Una ovación para estos participantes que demostraron ser todos unos guerreros! —exclamó el supervisor con los brazos levantados.

A continuación, se acercó al estrado de los jueces para intercambiar opiniones y recibir indicaciones. Por su parte, los espectadores no dejaban de ovacionar a los protagonistas del combate.

—¡Es un empate, señores! ¡Es un empate! ¡Con esta maravillosa presentación termina la primera fase de la selección! Reanudaremos los enfrentamientos de la siguiente fase tras una pausa de medio kanus (media hora).

Kin e Ishein estaban conscientes, pero no podían levantarse. Dara se precipitó hasta la arena para socorrer a su amigo.

—¡Kin! ¿¡Estás bien!? —preguntó con los ojos llorosos.

—Sí... ¿Podrías ayudarme...? —dijo con un hilo de voz.

Dara se arrodilló y jaló de sus brazos para que pueda sentarse con su propia fuerza. Le quitó la ropa y comenzó a palpar su torso en busca de lesiones. Cada vez que tocaba una, Kin gemía por el dolor. Ishein, por otro lado, fue socorrido por una mujer adulta de apariencia fina, que lo ayudó a levantarse y desplazarse lejos de la arena.

—¡Auch! Más despacio, Dara.

—No es cuestión de hacerlo despacio, es cuestión de que tienes un montón de moretones y heridas, además, tu cuerpo está muy caliente. ¡Por qué eres tan imprudente! —reprendió con firmeza.

—¡Ay, ya! ¿No puedes decir otra cosa mientras me curas? —bromeó con quejidos.

—Lo siento. —El coraje con el que antes habló se desvaneció. De la nada, envolvió al muchacho herido con sus brazos y estrechó su cuerpo contra el suyo.

»Bien hecho, Kin —afirmó dulcemente.

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