Alteza | parte II

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Los meses en los que se hicieron los preparativos para la boda pasaron en un suspiro. Su prometido llegó a su reino una mañana nubosa, pues la boda se llevaría a cabo en la capital de Drakkar.

Desde el primer momento las doncellas de su madre secuestraron a su prometido, por lo que ni siquiera había podido darle la bienvenida al que estaba destinado a ser su nuevo hogar.

Cuando por fin despejó su agenda de las fastidiosas reuniones con comerciantes vagó por las habitaciones buscando a ese príncipe que se dedicaba a hacer travesuras, y lo encontró en un lugar poco convencional, que extrañamente era muy obvio si se trataba del príncipe Izuku.

Se quedó de pie observando la escena con una sonrisa divertida, esa que desde que Izuku llegó a su vida se estaba volviendo frecuente.

Su problemático prometido estaba escalando por el costado de una de las torres de vigilancia; a unos metros de altura había metido medio cuerpo entre el barandal de roca, y ahora pataleaba en el aire buscando un lugar de donde apoyarse.

El príncipe Bakugo se llevó una mano a la cara para contener su impresión y sus risas. Luego imitó las acciones de su prometido, escaló unos metros hasta alcanzarlo para ayudarlo a entrar a la torre. El otro príncipe cayó con un grito de sorpresa.

Izuku había intentado alcanzar a una cría de dragón que vió volar hacia la torre, y por fin creyó atraparla, claro que olvidó un pequeñísimo detalle: los dragones pueden volar.

La juguetona criaturita de escamas voló lejos cuando el príncipe intentó alcanzarla. Izuku hizo un puchero desde su sitio al ver como el dragón parecía burlarse de él.

—¡Eres cruel, creí que éramos amigos! —le gritó al dragón.

En respuesta a sus quejas el dragón dió vueltas en el aire y se alejó, dejando al príncipe con una mueca de enojo y frustración. Cuando sus ganas de volver al castillo superaron su enojo decidió que era tiempo de irse, fue entonces que se dió cuenta que bajar no iba a ser tan fácil como subir. Estaba a unos cinco o seis metros de altura, en una torre de roca alejada de cualquier persona que pudiera ayudarlo a bajar.

—Creo que con esto ya no necesito preguntar cómo te metiste en ese granero y luego no pudiste salir —dijo el príncipe de Drakkar desde algún lugar desconocido.

—¡¿Alteza?! ¡¿Príncipe Bakugo?! —gritó, buscándolo por sobre el barandal de roca.

Lo encontró por el sitio por donde él había subido, su prometido lo miraba sin ocultar cuánta gracia le causaba todo ese asunto.

—Llámame Katsuki, dejemos las formalidades —siguió el rubio. Puso dos dedos en su boca y silbó.

Un estruendo sacudió hasta los cimientos de la torre, luego, desde debajo de la escarpada colina emergió un imponente dragón de color negro y ojos escarlata.

El príncipe Izuku no salió de su impresión, ni siquiera pudo gritar cuando el dragón lo sujetó con sus enormes garras, ni cuando lo elevó más alto que la torre misma.  Sus gritos comenzaron cuando la feroz criatura lo dejó caer al vacío.

Por suerte para él ya estaba a unos dos metros de altura, y cayó sobre los brazos de su prometido, aún así siguió gritando, creyendo que caería a una muerte segura.

El príncipe Bakugo rodó los ojos sin quitar su sonrisa, ese príncipe de las pecas le causaba un torbellino de sentimientos difíciles de explicar.

Lo llevó entre sus brazos a una banca de roca al pie de la torre de vigilancia, desde donde podía verse el castillo a la distancia, y lo dejó ahí para que se repusiera del susto.

—Creí que moriría —susurró Izuku.

—Él no te soltaría si yo no sé lo ordenaba —respondió el otro príncipe, quien se sentó junto a él—. La verdadera cuestión aquí es ¿por qué pensaste que subir ahí era buena idea?

—¡¿Los dragones te entienden?!, ¡¿y obedecen tus órdenes?!, ¡¿hablas idioma dragón?! —preguntó Izuku tan rápido que apenas podía respirar.

—Sí. Sí. Y no. Parece que es algo que se hereda con el paso de las generaciones, sólo los descendientes de mi madre pueden entenderse con los dragones, por eso necesitamos herederos de sangre —explicó el príncipe con tranquilidad.

—Oh…

Izuku bajó la mirada y su tono se volvió amargo, aquello no pasó desapercibido por su prometido.

—No puedo cancelar este matrimonio, pero puedo hacer lo posible para que te sientas cómodo aquí —insistió Bakugo—. Así que ¿hay algo que pueda hacer por ti?

—Respóndeme algo… ¿Qué edad tienes? —preguntó Izuku en un murmullo, pues aquella cuestión lo tenía intrigado desde el momento en que supo que debía casarse.

—Veinticuatro —respondió Katsuki extrañado por la pregunta, mientras Izuku soltaba un sonoro suspiro.

—Gracias a los dioses, cuando te ví me sentí mejor, pero ahora de verdad me alegro que no seas un anciano…

—¿Qué? —Katsuki le siguió el juego, sin contener su risa por las palabras de su prometido.

—¡Mi madre dijo que los reyes dragón viven mucho tiempo! ¡Creí que el príncipe sería un viejo de quinientos años! —se lamentó, y se escondió entre sus ropas cuando su prometido estalló en carcajadas. —¡No te rías, para mí era algo serio!

—Si yo fuera un anciano de quinientos años no me casaría con un niño de diecinueve —dijo Katsuki cuando consiguió calmar su risa.

—¿Y… antes de nuestro compromiso… había alguien de quién estuvieras enamorado? —insistió Izuku, de nuevo ocultando la mirada.

—No —respondió simple, pero sintiendo un hueco en el estómago por las posibilidades de que su prometido sí tuviese a alguien— ¿Qué hay de ti, había alguien antes de mí?

—No, mi padre es estricto, y cuando mi madre se enteró de mi condición puso dos guardias de su ejército a cuidarme, así que los pretendientes no se acercaban mucho.

—Eso me alegra —dijo sin pensar, ganándose una mirada extraña de Izuku—. De esa forma no tengo que sentirme culpable por robar a alguien ajeno.

Sus palabras causaron un sonrojo en su prometido, pero más importante que detenerse a admirarlo, fue buscar ese regalo que desde el principio no pudo darle, se trataba de un collar hecho de piedras preciosas.

Lo extendió frente a Izuku, quien se quedó sin palabras con el rostro aún sonrojado. Katsuki se acercó lo suficiente para poner la joya con cuidado, por fin admirando a su prometido adornado con las joyas de su región.

—Que sea una promesa, Izuku, de que te protegeré y amaré por el resto de mi vida.

Tomó su mano con delicadeza y besó su dorso con ternura. El príncipe Bakugo había hecho una promesa que jamás debía romper.

[...]

Al día siguiente la boda del siglo se celebró.

En la catedral central de Drakkar había nobles de todas partes del continente, reunidos para presenciar la unión de dos almas y dos reinos. Pues Izuku, el príncipe de Yuei, debía tomar cierto elixir que lo uniría para siempre a su esposo, uno que fundiría su corazón con el de Drakkar.

El príncipe de Yuei fue entregado en el altar por su padre. El sacerdote dió una ceremonia. Al final dos reinos se unieron, y dos jóvenes compartieron un beso como firma de su alianza.

Aquel día Izuku y Katsuki Bakugo se convirtieron en príncipes de Drakkar y Yuei.

KatsuDeku [One-Shots]Where stories live. Discover now