Capítulo 1.

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—Gyunnie, saluda…

Yeonjun miró al pequeño niño que se escondía tras su madre, mirándola en busca de compasión, como si saludarlo fuera lo peor.

A Yeonjun, su madre le había dicho que nadie que ignorara su presencia merecía ser llamado amigo, pero entonces ahí estaba ella, dándole pequeños empujoncitos en la espalda y animándolo.

—Corre, cariño, ve a verlo tú.

Estaban en una nueva casa, con nuevas personas y en un ambiente similar pero al mismo tiempo muy diferente al que estaba acostumbrado en su hogar.

Su padre se había ido hacía poco, su madre había llorado demasiado y había dormido todas las noches siguientes invadiendo la pequeña cama de Yeonjun y abrazándolo contra su pecho sin darse cuenta de lo mucho que a él le molestaba tanto calor y poco espacio, pero que no se atrevía a decírselo porque no quería herir sus sentimientos.

Frunciendo el ceño y con los labios abultados de disgusto le dió una mirada molesta a su madre y comenzó con pasos seguros y firmes hacia donde el ojito redondo de Beomgyu se asomaba con curiosidad y vergüenza al mismo tiempo.

Sus rostros se encontraron desde muy cerca y pudo ver las tonalidades de rojo subiendo una tras otra sin parar hasta que el niño estuvo rojo como un tomate maduro, sus mejillas brillando por el color, como si estuviesen a punto de estallar.

Sin cambiar la expresión de su rostro, aunque un poco sonrojado también, extendió la mano para saludar al niño.

—Hola, Gyunnie, soy Yeonjun… —Pero si creyó que el rostro pequeño y nuevo ya estaba demasiado rojo, la forma en que pareció intensificarse lo puso asustado, hasta que las risas de sus madres llamaron la atención de ambos, quitándoles un poco de su incómodo momento sobre socializar.

—¡Oh, bebé! —Fue la madre de Beomgyu quien habló, llevando la mano que no acariciaba el cabello de su propio hijo al cabello de Yeonjun, peinándolo cuidadosamente. —Gyunnie es sólo un apodo cariñoso, pero mi bebé en realidad se llama Beomgyu. Aunque parece que le gustó que lo llamaras así, mira lo tímido que está…

Yeonjun apartó la mirada del rostro bonito de la mujer y volvió a encontrarse con Beomgyu, que ya estaba con la cara escondida en el abrigo largo de su madre.

—¿Quieres jugar, Bumgyu?

—¡Beomgyu! —Gritó el niño, sin apartarse de su escondite, aunque poco a poco, al entender la pregunta, fue saliendo para mirarlo. Finalmente, le tendió la mano para moverse juntos mientras asentía.

Tomados de las manos, Yeonjun miró a sus madres y sacudió su mano libre para cada una antes de que Beomgyu comenzara a arrastrarlo con más fuerza de la que parecía tener, directamente hacia su habitación para buscar sus juguetes y quedarse ahí.

Las cosas cambiaron rápidamente.

Se acostumbraron a verse. Fueron amigos, estrechamente cercanos.

Se acompañaban a todos lados, se apoyaban y se cuidaban mutuamente mientras crecían.

Ninguno era tímido ya, al menos entre sí, porque Beomgyu tenía algún tipo de personalidad extrovertida–introvertida que le arruinaba muchas cosas y lo ponía ansioso, pero Yeonjun siempre estaba ahí para mostrarle que estaba bien.

Tres años después de conocerse, con nueve y siete de edad, Yeonjun y su madre se habían mudado frente a la casa de Beomgyu, cuando su padre había comenzado a buscarlos y decía cosas sin sentido, mientras que se veía y olía raro, por lo que la mujer había decidido que lo mejor era evitar que los encontrara nuevamente.

Youngblood.Where stories live. Discover now