Capítulo 12.

40 5 4
                                    

No sabía cómo había llegado hasta ahí.

Estaba en una de esas habitaciones que odiaba tanto. Las rodillas dobladas y los múslos abiertos en par. Una bonita y gorda polla profanaba su agujero una y otra vez sin perder el ritmo, sin perder el tiempo, pero él tenía perdida la cabeza.

Gritó con fuerza cuando sus caderas se sacudieron en respuesta a un combo de golpes certeros contra su próstata, su cabeza enterrándose en la almohada y su espalda arqueándose.

Lo último que recordaba eran ojos redondos, piel blanca y dos mejillas con enormes hoyuelos, por sabía que eso había pasado hacía ya tiempo.

Se aferró a los hombros todavía vestidos del muchacho, apretó la tela entre sus dedos y continuos sollozos comenzaron a brotar de sus labios, con palabras que sonaban quebradas y necesitadas en el mismo nivel.

—Otra vez, por favor… ¡Ah, justo así!

Los dedos de sus pies se movieron para evitar la tensión y finalmente de encogieron.

—Mgh, Minho…

La risa que escuchó lo sacó de la necesidad de su cabeza mientras que, por el contrario, su necesidad física siguió siendo complacida de una manera deliciosa.

—Vaya imbécil, y creía que yo era uno verdadero.

Sabía que se había drogado y que no era la primera vez que estaba con este chico. Recordaba varias corridas en diferentes lugares, a diferentes horas y en diferentes situaciones. Condones llenos por todos lados y manos que cubrían su boca, pero no recordaba ese rostro de ninguna otra parte.

—¿Nunca te dijeron que es de mal gusto gritar el nombre de una persona en medio del coito con otra totalmente diferente?

No sonaba ni se veía enojado, por lo que supo que no era su novio o algo parecido, sin embargo sí que parecía ofendido y eso le dió la idea de que era un tipo que vivía de aliviar su ego y no meterse en relaciones.

Bajó sus manos al redondo culo cuando los empujes se suavizaron, sonrió inocentemente y lo animó a retomar el ritmo.

—Lo siento, estoy demasiado drogado, no recuerdo tu nombre y necesito algo para gritar, soy ruidoso…

El chico se rió suavemente y se inclinó para chuparle el labio superior, luego el inferior con más fuerza hasta que Beomgyu lo sintió palpitar, retomando el bombeo de la sangre en su boca.

—Sé que estás jodidamente drogado, dijiste que lo tenías bajo control.

—Bueno, no me he detenido, así que tampoco lo hagas… —Volvió a estrujar ambas nalgas en sus manos y exigió: —Apura. Cógeme muy duro. Rápido.

Y entonces el chico estaba haciéndolo gritar nuevamente, gemir sin detenerse, sin embargo se tragó el único nombre que quedaba en su mente en la inconciencia.

No había música ya, sólo voces cansadas fuera de la habitación, quejas y pequeños golpes en la puerta para sacarlos de ahí, que eran respondidos por el tipo sobre él con simples:

—¡Ya casi!

O, por otro lado:

—¡Vete a la mierda, estoy trabajando en algo aquí!

Beomgyu se dió cuenta después de ser navegado a través de su orgasmo para que el otro chico consiguiera el suyo propio, que la razón por la que habían personas tan desesperadas porque abandonaran esa habitación y nada de música, era porque la fiesta había terminado. Algunos rayos del sol se colaba por las persianas que cubrían el ventanal y los iluminaban apenas.

Youngblood.Where stories live. Discover now