Capítulo 2

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—¿Cómo te sientes?

—Estoy bien.

Mamá me miró con esa sonrisa amable que indicaba que no me creía nada, pero se mantendría callada porque su hijo pequeño estaba dentro de un psiquiátrico. Estiró la mano como si quisiera tocar las mías entrelazadas sobre la mesa, pero se detuvo a la mitad y miró a uno de los enfermeros en la puerta detrás de mí. No tenían permitido tocarme, ni yo a ellos por motivos de seguridad.

—El doctor Castle dice que estás mejorando.

Solo asentí porque no le creía. Si fuera verdad me dejaría salir de aquí, pero solo repetía lo mismo: "aún no, aún no estás listo".

—¿Cuándo podré volver a casa?

Ellos se miraron entre sí sin saber qué responderme. El silencio fue la mejor forma de hacerlo.

🥀

Cinco meses después ya era diciembre y yo seguía encerrado en el psiquiátrico. Ni siquiera entendía qué esperaban de mí o si solo me tendrían ahí por siempre. Incluso le dije al doctor Castle lo que él quería escuchar. Dije que había sido mi culpa, que mi mente estaba creando cosas que no existían, que por supuesto no había existido una criatura ni nada por el estilo. Él solo me miró y anotó cosas en su libreta sin responderme por un largo tiempo. Me cambió los medicamentos, quizá pensó que estaba aun más loco que antes.

Vimos un especial de Año Nuevo en la televisión. Se hizo la cuenta regresiva, pero apagaron la pantalla antes de gritar "¡Feliz Año Nuevo!", porque habían pacientes sensibles al sonido de los fuegos artificiales y a las luces de colores parpadeantes y efímeras.

Mis papás vinieron la semana siguiente y me preguntaron cómo había estado todo. Dije que bien porque no quería preocuparlos. Me di cuenta de lo mucho que los extrañaba, de lo mucho que quería regresar a casa y vivir mi vida como todos los demás.

Después me di cuenta que no podría vivir mi vida como todos los demás porque en realidad, nunca fui como ellos.

🥀

El chico pelirrojo se me acercó de nuevo una tarde donde la nieve caía contra los árboles y todo se llenaba de una capa blanca y fría. Me encantaba la nieve, me gustaba salir a la calle para sentirla contra mi piel, aunque usualmente me enfermaba después de eso. Aquí no me dejaban salir, no querían arriesgarse a que nos enfermáramos todos por contagios.

—Hola —dijo cuando se sentaba frente a mí en la mesa. Solo así, como si no me hubiera ignorado por meses. Solo lo miré sin responder. Marie no estaba y Don estaba jugando cartas con otro sujeto que hacía demasiado ruido, así que yo jugaba solo, con un personaje ficticio en la silla vacía donde se sentó él—. ¿Puedo jugar?

Alcé los hombros y asentí porque me daba igual. Repartí las fichas y lo dejé que comenzara. Lucía un poco mejor, sus manos ya no temblaban cuando ponía las fichas en su lugar y, aunque aún mordía sus labios con insistencia, no estaban resecos, solo lastimados. Sonrió la primera vez que me ganó y fue extraño porque no lo había visto sonreír nunca en ese lugar. Pensé que lucía atractivo.

—Voy a probártelo —dijo de pronto, sin mirarme.

—¿El qué?

—Que yo también la he visto.

No supe qué responder porque no sabía si eso era algo mejor o peor. Lo miré y él no apartó la vista en ningún momento. Lucía confiado y tranquilo, seguro de lo que me estaba diciendo. Yo fui el primero en desviar la mirada hacia las fichas mientras las revolvía llenando el silencio con el sonido contra la mesa. No sabía qué pensar al respecto, pero quizá no tendría que hacerlo en absoluto. Si podía probarlo significaba que yo no estaba loco o al menos eso es lo que quería creer.

KensingtonWhere stories live. Discover now