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Capítulo 3

Su habitación era enorme, mucho más que su antiguo departamento que constaba de un sofá cama, y la diminuta cocina, tenía que compartir el baño con los demás inquilinos de su piso, así que esto era un gran avance de su último hogar.

Había un enrome ventanal con vista al bosque, el color blanco predominaba, las paredes, sillones, incluso la gigantesca cama, tenía además un lujoso baño y un vestidor, su ropa no podía llenar aquella ostentosa habitación.

Quizá era una buena retribución por todo lo que se le exigiría al aceptar aquel trabajo, por lo que Miles le había contado sería prácticamente una prisionera de aquella casa. Se sienta en el sillón de tres plazas frente al ventanal mientras vuelve a leer las condiciones generales de su contrato, antes de firmarlo.

Puede escuchar la voz del castaño que la trajo a este lugar unas horas atrás:

"1. No se podrá abandonar la mansión Sallow bajo ninguna circunstancia: la empleada no puede salir del territorio de la mansión, incluso si los menores a su cargo se encuentran ausentes. Debe estar presente en el lugar en caso de surgir algún inconveniente, se solicita su disponibilidad los siete días de la semana, las veinticuatro horas del día. [Los días libres se negociaran en la firma del contrato]

2. Total responsabilidad de los gemelos Sallow: se espera de la empleada tomar completa responsabilidad de los niños a sus cuidado, tomará decisiones respecto a sus rutinas diarias, alimentación, educación y salud.

3. Cumplimiento riguroso de las reglas de convivencia: la empleada deberá cumplir con los acuerdos de convivencia en la mansión, al igual que el resto de los empleados, esto incluye el respeto a las zonas restringidas y la socialización con los empleados de mayor rango."

Habían muchas mas reglas, la que le parecía aun más absurda era la que le prohibía ponerse en contacto con el padre de los gemelos, ¿Cómo entonces le comunicaría el estado de sus hijos? , claro por medio de Duncan, él sería su único contacto con el misterioso señor Sallow, ni siquiera conocía el nombre de su jefe, estaba reconsiderando seriamente declinar la oferta de trabajo y volver a la ciudad como cualquier humano cuerdo, pero los bonitos ojos verdes de la pequeña rubia vuelven a su mente una y otra vez.

Por lo poco que sabía, los gemelos habían perdido a su madre hace poco, nadie quería decirle la razón y ella no iba a insistir, lo que tenía claro era que esos dos niños necesitaban de una persona que ocupara el lugar de su figura materna, pues no habían logrado adaptarse bien a la perdida, y ella logró hacer un lazo con la bebé.

¿Pero sería suficiente?

No lo quedaba nada en la ciudad, ni tampoco en el pueblo vecino, así que bien podría tomar el empleo, al menos por un año, hasta ahorrar lo suficiente para mudarse a otro lugar, y comenzar de nuevo.

-Pase...- se pone de pie cuando abren la puerta, es Morgan, quien trae un carrito con comida.

-Debes tener hambre- destapa una charola y el simple aroma le hace rugir el estómago- no sé lo que te gusta, pero el señor nos ha pedido que traigamos todo esto para ti.

-Son muy amables y huele delicioso, señora Morgan, pero es demasiado- observa las cuatro bandejas en el carrito.

-Tranquila, es una cena completa a tres tiempos.

-Pero hay cuatro...

-El señor Sallow ha pedido que le subiéramos dos postres- la interrumpe, ella sonríe y acepta que acomode su comida en la mesita de centro qué hay frente al sillón donde se encontraba antes.

AylaWhere stories live. Discover now