Capítulo 1 - Un domingo común

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Un domingo común

Mayo de 1995

En Allende, en un domingo cualquiera, las familias pasean por las únicas dos plazas de la pequeña ciudad. Si el día es caluroso, acuden al río, y mientras los niños se bañan y juegan, los padres asan carne. Otras familias asisten a la misa del mediodía, o a la misa más concurrida, la de las siete de la noche. Otras familias se reúnen por la mañana en el parque deportivo para apoyar a sus hijos en los partidos de futbol de las diferentes ligas infantiles, y por la tarde, para alentar a sus padres y esposos en la liga de aficionados.

Y así se pasa el domingo; viendo televisión, jugando, conviviendo, y muchos eligen este día para surtir la despensa o el mandado, en también solo dos supermercados que existen en la ciudad, uno pequeño y tradicional llamado Súper Marroquín y el nuevo, moderno y mucho más grande, Don Mandado. En esas dos tiendas se encuentran los únicos niños que pasan su domingo trabajando, los paqueteritos. Esta historia trata sobre ellos, adolescentes de doce a quince años que trabajan medio turno empacando las provisiones de los clientes. Con este aporte extra de dinero, ayudan a sus familias en los gastos importantes; pero no todos son niños (como yo los veo), en el turno nocturno, los paqueteritos son personas de la tercera edad, en su mayoría hombres que no completan con su pensión, si es que la tienen, para poder mantener a su familia.

Transcurre el domingo en Don Mandado con abundante trabajo para ellos; con las filas interminables en las diez cajas del supermercado, las bolsas se acaban una y otra vez. En el estacionamiento, también abunda el trabajo, pues dos de ellos empujan una gran fila de carritos; el peso de la larga ristra los obliga a pedir ayuda a otro par de compañeros que pasan cerca transportando bolsas de otros clientes hacia sus coches, y así, juntos, lograr dominar a "la bestia", que a veces pareciera tener control sobre ellos y no al revés. Joaco, su supervisor, les grita desde la tienda que tengan cuidado con los autos, pues semanas antes, Ángel había golpeado la puerta de uno cuando intentó dominar a la bestia el solo.

Treinta y cinco grados centígrados, los de afuera se apresuran a entrar al aire climatizado, los de adentro no quieren salir, aunque acarrear bolsas hacia los autos signifique un poco más de propina. Se acercan las siete de la tarde y el sudor continua chorreando por todos lados, empapando la camisa blanca de todos los paqueteritos, que lucen un rostro agobiado y cansado, hasta que ven llegar a los paqueteros ancianos, entonces sonríen, pues podrán salir a aprovechar la última hora y media de sol que queda, y con esto, se convertirán en niños "normales", cómo los del resto de la ciudad que disfrutan del domingo.

El plan estaba hecho, las bicicletas listas, veinte minutos de viaje a toda velocidad, lleno de curvas y bajadas, de emoción, para llegar a la ribera del río corriendo, quitarse los pantalones y la camisa en el trayecto, y echarse un clavado al agua; incluso ya tenían puesto su short debajo del pantalón.

De los quince paqueteritos, solo van ocho; porque no quisieron invitar a Chuy, "El Púas", y a sus tres compinches: Óscar, "El Pirata", Carlos, "El Charro" y Santos, "El Nejo"; los buleadores del equipo de trabajo. Tampoco invitaron a Dandy, un niño que no socializa con casi nadie y a todos cae mal, no solo por su actuar femenino y su finura (por lo cual le llaman Bamby), sino también porque realmente es de una clase social, digamos, superior a los demás paqueteritos, y suele presumir sus bienes materiales y menospreciar a los demás; hijo de madre soltera con nuevo esposo que quiere enseñar a su nuevo hijo el valor de la humildad y el valor de las cosas, mandándolo al supermercado a trabajar. Los otros dos niños que no irán son los hermanos Edgar y Éric Cedillo. Edgar tiene doce años y es invidente, su hermano Éric, de catorce años, lo guía en su camino y lo ayuda a embolsar, le lleva bolsas y le describe, desde la caja de al lado, los productos difíciles que Edgar no puede identificar con su tacto. Edgar ya casi domina bien el uso del bastón, aun así, necesita de Éric, y aunque pudieran viajar los dos en una sola bicicleta, Edgar todavía no tolera esa sensación de ir a gran velocidad, de hecho, la última vez que lo intentaron, Edgar lloró del susto y Éric casi se pelea a golpes con el Púas y sus compinches, quienes se burlaban.

PaqueteritosWhere stories live. Discover now