Capítulo 12 - El uniforme

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El uniforme


Al mediodía, en el supermercado, los paqueteritos comentan sobre el juego cada vez que pueden. Cesarín llega tarde junto con su papá. Los compañeros se percatan de la tristeza de ambos, los saludan de paso, pero no se atreven a preguntar nada. Todos imaginan lo peor, y sí...

Ambos entran a la oficina del gerente de la tienda, quien de inmediato vocea a Joaquín, el supervisor, y a don Tomás. El papá de Cesarín les informa la triste noticia y abraza a su hijo para acompañarlo en el llanto. El gerente, el supervisor y don Tomás expresan condolencia y los abrazan.

En las cajas, Iván le pregunta a Aarón:

—¿Crees que Lauris falleció?

—No hay otra explicación para esto —contesta Omar, Aarón solo niega con la cabeza y agacha la mirada.

Los paqueteritos no logran ver hacia dentro de la oficina, pues está localizada hasta al fondo de la tienda.

En la oficina, el padre les da una somera explicación sobre la muerte de su hija:

—No sabemos cuánto tiempo pase...que su corazón deje de latir. El doctor nos explicó que pudieran ser desde horas, hasta días. Queremos que la familia esté reunida en todo momento.

El gerente le dice con tristeza:

—Lo sentimos mucho. No hay ningún problema, César se puede tomar los días que quiera y si hay algo en lo que les pueda ayudar, no dude en decirme.

—Por mi parte, lo mismo, si puedo ayudar en algo, con todo gusto —expresa don Tomás—. Si pueden avisarnos cuando será el velorio, —Cesarín frunce el ceño— se lo agradecería mucho, ya sea que avise aquí en la tienda o a mi casa, queremos acompañarlos en estos momentos tan difíciles.

—Sí, claro, gracias. Ahorita ya vamos rumbo al hospital y en la tarde nos darán nueva información.

César exclama con molestia:

—¡No entiendo porque hablan como si ya estuviera muerta! ¡Su corazón todavía late!

El papá se sienta en una silla y le explica con tranquilidad:

—Mijo, ya te expliqué que solo respira gracias a una máquina, pero que su cerebro está muerto, y eso significa que ya falleció, mijo.

—Es que me niego a pensar que ya no hay ninguna posibilidad, ¡los milagros existen! ¿Verdad, don Tomás?

Don Tomás no responde. Su corazón se resquebraja al ver al pequeño mantener la fe. Cesarín insiste:

—Pero usted me enseño eso, que los milagros existen, ¿Por qué ahora que quiero creer en uno, usted no?

—Mijo, es que no hay ninguna posibilidad...

—¡Sí, ya sé! —le grita Cesarín a su padre y sale de la oficina dando un portazo.

—¿Me podría permitir hablar con él? —le pide don Tomás al papá.

El padre accede entre lágrimas, don Tomás sale de la oficina y ve que Cesarín sale corriendo de la tienda. Don Tomás le sigue lo más rápido que puede, pero el pequeño se adelanta mucho. El anciano lo ve en la lejanía que sube los escalones de La Santa Cruz, así que mejor se regresa a la tienda y se sube a un taxi que lo dejará en la cima de la explanada.

En La Santa Cruz, encuentra a Cesarín llorando, sentado en el piso, con la espalda recargada en la barda de monos. Es tanto el viento, que desvía la trayectoria de sus lágrimas al caer.

PaqueteritosWhere stories live. Discover now