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Conociéndote

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Conociéndote.

Verano de 1994.

—Señora Pomfrey.

La voz de cierto rubio resonó a lo largo de la enfermería, eran vacaciones de verano, y la falta de estudiantes en Hogwarts hacía que la sala que normalmente albergaba una o dos camillas con pacientes, ahora estuviese completamente vacía y en silencio.

—¿Señora Pomfrey, esta aquí? —volvió a escucharse su voz a lo largo de la habitación, pero nadie le respondió.

El chico suspiró pesadamente y caminó, como pudo, hasta una de las camillas, sentándose con cuidado sobre la misma para luego acomodarse y quedarse allí esperando a ser atendido, se recostó y juntó sus manos sobre su estómago para descansar manteniendo los ojos cerrados.

El joven Malfoy, quien normalmente volvía a su casa en las vacaciones, había excusado su ausencia con sus padres argumentando el querer enfocarse en sus estudios para lograr mejores notas en sus próximos años y así superar a Potter; dicha excusa había sido suficiente para su padre, y aunque su madre se demostrara más rehusada a la idea, finalmente aceptó siendo convencida por su marido. Aunque en sí aquella razón que les dio no era del todo una mentira, tampoco era la verdad absoluta, sus notas eran bastante buenas y el estudio no se le dificultaba, pero había un sentimiento en su interior que no le dejaba volver a su hogar, si es que podía llamarse de esa forma; a fin de cuentas, la mayor parte del tiempo se quedaba solo dentro de esa mansión tan grande. Cuando solo era un niño la inmensidad de su casa le parecía increíble, siempre se jactaba del dinero perteneciente a su familia y aprovechaba cada momento para alardear sobre su apellido, pero últimamente, y luego de haber residido en Hogwarts durante prácticamente tres años, su casa ya no se sentía tan genial, y la falta de personas deambulando la hacían tener un aire desolado si debía compararla con su escuela.

El chico abrió sus ojos de golpe cuando alguien le tocó el brazo dos veces, sacándolo de su ensoñación de golpe y  haciendo que se sentará en un impulso.

—¡Oh! Lo siento, no era mi intención asustarte. —una figura femenina se encontraba frente al rubio, tenía el cabello largo, casi tanto como su madre, pero este estaba atado en una coleta alta y era de un color chocolate tan oscuro como la madera de un viejo roble, sus ojos eran de un tono miel profundo pero eran cubiertos por un par de lentes redondos de pasta fina. En sus orejas colgaban dos pendientes de plata, uno en forma de rayo y el otro con forma de luna creciente, mientras que su cuello se encontraba desnudo. Vestía bastante sencilla, una camiseta sin mangas de cuello alto blanca, una falda tableada azul oscuro, medias can can y zapatos de vestir, bastante apropiado para el clima cálido de julio; se fijó que no llevaba más accesorios, ni pulseras, ni anillos, tampoco una tobillera o pin. —Eh... ¿Hola? ¿Acaso te has golpeado la cabeza? —preguntó ella, llenando el vacío de la habitación con su voz.

El rubio encarnó una ceja y negó por unos segundos mientras que la chica volvía a erguirse sobre sí misma. Él se sentó en la orilla de la cama y le observó con superioridad, esperando a que se largara o que al menos le explicara el por qué le había llamado la atención antes, pero no fue así, la castaña no hizo nada más que quedarse parada frente a su camilla con una sonrisa pequeña adornando su rostro, que probablemente fuera solo por cordialidad. El silencio de la muchacha le estaba impacientando asique decidió tomar él la palabra, hablando en un tono seco y bastante autoritario.

Hold Me | Draco MalfoyWhere stories live. Discover now