El Vampiro, El Carretón y la Diosa

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Diosa: Morrigan. 

Leyenda Local: El Carretón del Diablo. 

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Era medianoche del 31 de octubre, Halloween

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Era medianoche del 31 de octubre, Halloween.

La luna llena colgaba en el cielo como un péndulo sombrío, con una luz naranja, que parecía el reflejo del mismo infierno. Arropaba todo el pueblo y parecía estar a la espera de desatar a sus demonios. Pude haberla admirado mejor, de no ser por la casa abandonada delante de mí.

Por supuesto, en sus tiempos de gloria, debió tratarse de una de las mansiones más concurridas de algún burgués. Parecía una pesadilla tallada en madera y piedra. Majestuosa y espeluznante. Sombras se arremolinaban alrededor de sus muros decrépitos y calados, cubierta de musgo, con enredaderas retorcidas que colgaban. Las ventanas de verde pálido, estaban rotas y desencajadas; en su interior, solo mostraba oscuridad.

El frontis, adornado con detalles arquitectónicos de otra época, había perdido su encanto, y la verja principal estaba carcomida, con ornamentos de hierro corroídos. Con el murmullo fantasmal del viento, las puertas de la entrada se abrieron, al igual que la principal. Aquella penumbra en su interior se veía como las fauces de alguna criatura monstruosa, que emitía un sonido de cadenas y ruidos extraños.

Caminé hacia ella con la piel erizada, debido al crujir de mis pasos, que parecía un eco de siglos de historias de horror y que no menguaba con la brisa fría de la noche y las ramas de los árboles cercanos, que arañaran las paredes con un susurro inquietante, como si la casa misma respirara.

Cuando llegué a la puerta principal, miré detrás de mí, solo para intentar probar si había una fuerza hipnótica mayor que me impulsara a salir despavorido. Pero solo vi los faroles desgastados de las calles empedradas que rodeaban a una plaza.

Allí supe que había ingresado en el corazón mismo del demonio.

No era solo una casa abandonada; era un vestigio de espanto y un monumento a las sombras en una noche maldita.

En ese instante, comprendí que mi viaje vacacional a Coro y mi encuentro con "La Casa de las Ventanas Verdes" desencadenarían eventos que cambiarían mi destino de formas que ni siquiera mi naturaleza inmortal podía prever.

Aquella voluntad desconocida que no me permitía huir, hizo que diera mi primer paso. Me asusté de muerte, pero solo era el crujido del piso cuando atravesé la penumbra. Una estatua española de la diosa Atenea, parecía observarme con sus ojos petrificados.

Atravesé un arco y llegué al salón principal. No había mobiliario, pero todo estaba cubierto de telarañas y polvo, como si el tiempo hubiera decidido no volver a pasar por allí.

Pero, mi atención se centró en una criatura emplumada, negra y brillosa, y que se removía de forma grotesca, entre las garras de las sombras.

El horror del miedo, un elemento humano que no recordaba, había aparecido desde que había llegado a la ciudad, con fauces abiertas para triturarme.

Aquella criatura cuervo, emanaba un aura diabólica. Sus plumas, oscuras como la noche sin luna, parecían resplandecer con matices siniestros, y sus ojos oscuros, brillantes, me observaban con una inteligencia profunda y antigua.

Entonces, algo increíble ocurrió: La criatura se desdobló ante mis ojos, como una serpiente que tomaba forma y buscaba alzarse. Cuando finalmente lo hizo, tomó la forma de una mujer, pero una como ninguna que hubiera visto antes.

Se erguía ante mí, imponente y elegante. Sus cabellos oscuros parecían fundirse con la noche, y aquellos ojos, un abismo profundo, me permitía sentir el peso de un millar de almas. Y las plumas de cuervo, no habían sido más que su propia vestimenta.

Me observó con un brillo despiadado en sus ojos, como si supiera que mi destino estaba sellado y ya no hubiese escape de lo que estaba por venir.

—Miserable inmortal —comenzó con una voz susurrante como el hielo y que parecía cortarme—, no eres bienvenido aquí. Has burlado la historia y a los humanos, pero no a mí, La Gran diosa Morrigan. Deberías marcharte antes de que sea demasiado tarde.

A pesar del temor que sentía, la arrogancia que siempre había sido parte de mi ser se elevó. ¿Temer a la muerte? Aquella noción me hizo soltar una risa despectiva.

—He burlado la muerte tantas veces, que comienzo a creer que es real solo para los humanos —lo que dije, si bien era cierto, lo hice con orgullo. Y aunque la esencia de la criatura que tenía enfrente parecía diabólica, la mención de la muerte hacia mí me hizo verla irónicamente como una burla.

—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó con curiosidad.

Un silencio. Yo sabía que los nombres poseían poder y a meritaba mantenerlos ocultos. No quería responder, pero sabía que lo que fuera que me hizo abrir la boca en ese momento, se trataba de un poder ancestro. Así que, con cuidado, respondí:

—Adrián Albrecht.

La diosa sonrió. Mi corazón pareció detenerse por un instante.

De repente, mi cuerpo se sintió más ligero. Sabía que cualquier hechizo que hubiera usado había terminado en ese momento. En un parpadeo, salí de aquella mansión hacia las calles.

Me congelé, debido a lo que estaba en la colina al final de aquella vía.

Me llené de pánico, cuando vi un gigantesco carruaje tirado por un caballo esquelético que se alzaba. Un hombre con ojos rojos, vestido en ropajes que parecían fusionarse con la oscuridad, estaba al mando. El sonido de cadenas y ruidos extraños que había oído, emanaba del interior de la carreta. Iba a huir, pero antes de dar un solo paso, un relincho espeluznante llenó el aire.

De manera inexplicable, la carreta y su conductor aparecieron frente a mí. Un látigo, frío y despiadado, se enrolló en mi cuello. Escuché del cochero una risa, lenta y siniestra, como un lamento agónico.

Morrigan bajó del carruaje.

—Yo sé cuál es tu nombre y lo que has hecho, al igual que mi lacayo, el Carretón del Diablo —su voz, pareció desgarrar mi propia alma—. Por fin podrás pagar por tus pecados, Adolf Hitler.

No quería negarlo, pero mi charco de sangre allí había terminado. 

Truco o Trato: Una Antología de Horror.Where stories live. Discover now