Sin Tiempo: Parte IV

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George llegó a la casona con paso firme pero agitado. Bajó del carruaje como un toro embravecido, mientras su mente parecía procrastinar de un punto a otro. El encuentro con Madame Rosa había sacudido su mundo, confrontando verdades que preferiría haber mantenido enterradas en lo más profundo de su ser. Su corazón latía con fuerza, y su respiración era rápida y entrecortada, mientras caminaba por el sendero que conducía a la entrada principal.

La brisa fresca de la tarde que anunciaba la llegada de la noche agitaba las hojas de los árboles, pero George apenas registraba su presencia. Estaba luchando por procesar la revelación que había recibido y la profunda incomodidad que había despertado en su interior. El sol brillaba en el cielo, pero en su mente reinaba una oscuridad creciente.

Al llegar a la puerta principal, su mano se detuvo antes de abrir. Una mezcla de ira, negación y confusión era el revuelo que tenía en él. ¿La culpa? La culpa la tenía ese muchacho que había llegado para destruirle. Empujó la puerta con fuerza, dejando escapar un chirrido que resonó en el aire. Una de las sirvientas estaba justo al otro lado, pero George apenas la registró. Sin compasión alguna, la apartó de su camino, haciendo que tropezara y cayera al suelo con un gemido ahogado. Sus propias acciones lo sorprendieron, pero no se detuvo a reflexionar sobre ellas. Tenía un objetivo en mente, y nada ni nadie lo detendría.

Con pasos decididos, se dirigió hacia la habitación de Héctor. Sus ojos reflejaban el conflicto emocional que lo consumía por dentro. La puerta de la habitación se abrió de golpe con un estruendo que hizo temblar las paredes, y George irrumpió en el interior con una mezcla de furia y desesperación.

Aquella mirada airada en sus ojos no pasó desapercibida para Héctor, quien se incorporó bruscamente en la cama, dejando escapar un grito de sorpresa y miedo, retrocediendo hasta quedar contra el cabecero. La tensión en la habitación era palpable, y ambos hombres se enfrentaron en un silencio cargado de emociones no expresadas.

—¡¿Qué demonios te sucede?! —exclamó Héctor, con los ojos abiertos de par en par por el susto.

—¡Será mejor que no huyas si no quieres que algo malo salga de todo esto! —respondió George, con voz grave y autoritaria.

Héctor frunció el ceño, confundido y alarmado.

—Entiendo lo que dices, pero no me estás convenciendo.

George avanzó hacia él, pero Héctor se deslizó con agilidad fuera de la cama, preparándose para escapar.

—¡Vaya! Parece que eres un bromista, después de todo —comentó George, con una sonrisa sardónica.

—No, pero no me gusta cómo me mira, señor... Te ves muy alterado y furioso —respondió Héctor, con un dejo de preocupación en su voz.

—¿Furioso? —rió George, pero una lágrima solitaria recorrió su mejilla, revelando la gravedad de la situación—. No estoy furioso, estoy irritado, enojado, airado, con ganas de acabar con alguien por esta maldita existencia.

Truco o Trato: Una Antología de Horror.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora