La Última Broma: Parte II

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Transitaba por las calles de Gelidara

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Transitaba por las calles de Gelidara.

Una ciudad que respiraba el control totalitario en cada esquina y en cada rincón de su arquitectura fría y distante. Aquí, los edificios de acero y cristal se alzaban como monumentos a la opresión, con diseños funcionales y minimalistas, imponentes, amenazantes y que carecían de calidez. Cada estructura, era un recordatorio de la autoridad más que celebraciones de sus logros.

Observé, el sistema de transporte público eficiente que lo rodeaba. Trenes de alta velocidad pasaban zumbando, y el sistema de transporte subterráneo funcionaba como un reloj, aunque siempre bajo la atenta mirada de las patrullas de seguridad del gobierno. Las cámaras de vigilancia parecían brotar en cada esquina y te observaban milimétricamente, sospechando de todos, mientras los drones acechaban desde el cielo, recordándome que no tenía lugar donde esconderme.

Gruñí un poco, por al aburrimiento que me causaba esta ciudad. La población que transitaba por las vías vestidas, apagadas y del mismo color uniforme, me recordaba todo lo que habíamos perdido y de lo que los libros de historias hablaban: la capacidad de reír o disfrutar de la vida. Era tan monótona como la arquitectura de la ciudad. Los colores, grises y negros, era el estandarte del sistema.

Lo bueno, es que mi abrigo largo y oscuro se mezclaba con la multitud, pasando desapercibido en la masa de ciudadanos que evitaban llamar la atención de las autoridades. Cada paso que daba, sentía el peso del miedo y la cautela constante, como si cada esquina escondiera secretos y peligros indescifrables.

Gelidan sírata —Buenos días, dije, con mucha cortesía en "Gelidariano", la lengua artificial impuesta por el régimen, en el pequeño quiosco de una esquina que vendía café, cigarros y periódicos. Tenía una pequeña y antigua radio sonando.

Gelidan sírata, sahara, ahlathara idh matasaan? —Buenos días, señor, ¿en qué puedo ayudarle en esta mañana?, me dijo de vuelta el anciano, con una expresión seria y severa, mirándome directamente a los ojos. Había sido cortés, pero su tono era grosero.

Yimhi nub gresso udh atzara elba? —¿Podría darme un cigarro y un periódico?, le pregunté, mientras me removía los bolsillos del abrigo para sacar mi tarjat, que no era más que toda tu vida en una tarjeta—. Shirakha imadna idh shirikazhi —Quédese con algo de cambio, añadí, sabiendo que era pertenecía a Los Conformes.

Latha, ithi se lathar uzhnikh udh shirazha idh latharjithi —No, aquí se paga lo que vale y se devuelve lo justo, me respondió con reprimendas, como si le hubiera ofendida.

Le ignoré. Lo menos que me interesaba en ese momento era pelear con un anciano. Encendía el cigarro y tomé una calada. El señor me devolvió la tarjeta, y justo cuando seguiría mi camino, escuché algo en la radio que llamó mi atención:

Truco o Trato: Una Antología de Horror.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora