Sin Tiempo: Parte I

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Hay cosas en la vida que solo ocurren una vez, y tú y yo lo sabemos

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Hay cosas en la vida que solo ocurren una vez, y tú y yo lo sabemos. En algún momento, tuvimos que encontrarnos a alguien que solo apareció allí como una oportunidad para amar. ¿Pero quién se percata de ello?

Héctor soltó un grito ahogado mientras la gravedad se abalanzaba sobre su cuerpo con una fuerza implacable. Las turbulencias sacudían el armazón del avión con una violencia que hacía temblar todo a su alrededor. En un abrir y cerrar de ojos, el ambiente se volvió hostil, marcado por el repentino colapso del avión. A pesar de los intentos del personal a bordo por comunicarse a través de los altavoces y con la estación central, sus palabras se perdían entre los gritos y la desesperación que llenaba la cabina. Héctor quiso unirse al coro de voces, pero la presión en su estómago lo dejó sin aliento, convirtiendo su voz en un eco silenciado por la angustia.

El avión golpeó el suelo con una fuerza devastadora, arrojando a Héctor hacia adelante con un violento impulso. El metal desgarrado del asiento frente a él se estrelló contra su frente, abriendo una profunda herida. Luego, su cuerpo chocó contra el suelo con un estruendo sordo, y fue envuelto por una oleada de dolor y agotamiento. En momentos así, siempre se deseará morir instantáneamente.

Cuando Héctor recobró el conocimiento, una oleada de dolor se apoderó de su cuerpo, forzándolo a contorsionarse en una expresión de agonía. Cada inhalación era un desafío, el aire estaba impregnado con un olor a quemado que penetraba sus sentidos, inundándolo con el aroma del plástico derretido, el cuero chamuscado y la carne carbonizada. Solo tuvo que alzar la vista un poco, para darse cuenta que estaba un paisaje desolador que parecía más propio de una selva inhóspita que de cualquier lugar civilizado que hubiera conocido.

—¿Dónde estoy? —se preguntó en voz alta, su voz sonaba áspera y ronca, mientras luchaba contra la sequedad de su boca.

Escudriñó el entorno en busca de algo familiar, pero nada se asemejaba a su tranquilo patio trasero, el único lugar verde que conocía en la ciudad que vivía. En su lugar, se encontraba rodeado de escombros: metal retorcido, plástico derretido, cables expuestos, prendas de vestir destrozadas y cuerpos, demasiados cuerpos. Héctor abrió los ojos con horror y se tapó la nariz y la boca para evitar el hedor del combustible quemándose, el polvo y la muerte que llenaba el aire.

Los golpes y moretones en sus brazos, rostro y piernas, así como los desgarros en su ropa, no pasaron desapercibidos cuando una brisa helada barrió el lugar. Se estremeció de frío, mientras se esforzaba por ponerse de pie, apoyando las manos en el suelo y empujándose con dificultad. Y, como buscando hacerle saber que todo era real, casi se echó a llorar al sentir el ardor en sus pulmones al respirar con fuerza. "Esto no puede ser real", pensó con desesperación, "no puede serlo".

Avanzó tambaleante por el terreno irregular, apartando las ramas de los arbustos a su alrededor. La oscuridad de la noche envolvía el entorno como un monstruo oscuro, siniestro y denso, devorándolo, pero solo era interrumpida por los sonidos de la supuesta selva, para él, que lo rodeaba, una experiencia totalmente ajena, que lo más cercano a un animal salvaje había sido la de un perro doméstico. Frunció el ceño al darse cuenta de que la situación era mucho peor que cualquier documental de supervivencia que hubiera visto. Se detuvo, reacio a buscar supervivientes entre los escombros y los cuerpos carbonizados, porque no creía que lo hubieran. Además, volver a ver la imagen del accidente, el hecho de solo pensarlo, le hizo perder el equilibrio por un instante, pero logró sostenerse agarrándose al tronco de un árbol cercano. ¿Por qué tuvo que irse de Venezuela? ¿Por qué tuvo que tomar un avión? ¿Qué necesidad real había?

Truco o Trato: Una Antología de Horror.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora