La Muerte Final

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¿Cuánto tiempo llevaba vagando por aquella niebla infernal? No tenía idea

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¿Cuánto tiempo llevaba vagando por aquella niebla infernal? No tenía idea.

El vampiro medieval, Lord Aldric, había caminado el mundo durante 500 años, pero esa noche había sido arrastrado a un rincón inexplorado. Su extrañeza se debía a que no poseía el recuerdo en concreto, que le diera respuesta del motivo por el que vagaba.

A pesar de su inmortalidad, sentía una pesadez en sus pies que le recordaba la fatiga mortal. Sin embargo, eso no era lo que realmente le molestaba, sino la densa niebla que lo arropaba. Además, era una noche sin luna en aquella Europa medieval. Y a medida que caminaba, la atmósfera tomaba un tono más oscuro y angustiante; un reflejo de su propio aislamiento; un plano de sombras, como si el mundo mismo conspirara para castigarlo.

De haber tenido un corazón que latiera, Aldrich estaba seguro que aquel siguiente encuentro con el bosque hubiese sido su final. Se detuvo para observarlo: Era un boscaje de pinos. Los árboles parecían retorcerse como criaturas sombrías. Sus ramas nudosas se alzaban como garras hacia el cielo, y el viento susurraba entre las hojas, que, en lugar de brindar consuelo, ofrecía caricias de la mismísima muerte. Incluso, oía voces que resonaban como un lamento fantasmal, que helaba sus huesos.

—¿En qué maldito abismo me hallo? —pronunció, mirando con horror el bosque.

Por supuesto, se cuestionó.

Era cierto que los delitos que le incluían, era una serie de crímenes que iban desde asesinatos, agresiones, secuestros, hasta cometer actos cada vez más oscuros y aterradores entre los mortales, en especial si se trataba de un cazador de vampiros.

¿Esta era una especie de castigo por sus crímenes?

Si tan solo recordara qué hacía allí y cómo había llegado, tal vez la aceptación de sus propios pecados menguaría el miedo que sentía por atravesar aquel bosque.

Sin saber cómo, se vio así mismo arrastrando los pies en aquella dirección.

Con la niebla danzando a su alrededor y cada paso cargado de angustia, las voces se transformaban en susurros audibles que se filtraban entre los árboles y parecían seguirlo. Las palabras, a menudo intercaladas con risas burlonas, narraban sus propias transgresiones con una precisión y detalle escalofriantes.

Lord Aldric, era conocido como uno de los vampiros más sanguinarios y temidos. De hecho, entre los suyos, se podía escuchar su nombre pronunciado con un tono de horror y repulsión.

Además, no solo oía sobre sus actos, sino que revivían con imágenes vívidas en su mente. Distinguía a sus víctimas, indefensas y aterrorizadas, y sentía el terror que había infligido. Una vez se habría burlado de sus crímenes como si fueran un juego, ahora se veía atormentado por el remordimiento. Su arrogancia se desmoronaba mientras el peso de sus pecados le aplastaban. Incluso, le recordaban sus palabras satíricas y su desprecio por la vida mortal.

¿En qué momento había pasado de ser un depredador despiadado a un ser atormentado por sus propios actos?

—¡No rogué por esta maldición de la inmortalidad! En la noche en que perdí a mi amada esposa y mis hijos, fui condenado a la eternidad. Al despertar, me vi transformado en el abominable monstruo que ahora soy. Mi ser quedó esclavizado a esta naturaleza demoníaca que me consume —respondió entre alaridos a las voces, con los ojos inyectados en sangre. Estas soltaron más burlas.

Al fin, emergió del bosque, y un puente colgante, se alzaba ante él, condenándolo a cruzar hacia una cabaña solitaria que se aferraba al peñasco, rodeada de acantilados y pinos oscuros.

Aunque no quisiera, cruzó el puente y las cuerdas oxidadas gimieron y crujieron, como si lloraran por él.

Intrigado por la cabaña, entró. Pero, al hacerlo, se encontró con una escena sorprendente: Una joven mujer, de belleza tentadora, estaba sentada frente a un antiguo tomo, entre velas encendidas. Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y su piel pálida contrastaba con el tono carmesí de sus labios.

La joven levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Lord Aldric. No mostró sorpresa ni miedo, sino un brillo de reconocimiento.

—Has venido, Lord Aldric —susurró con una voz melodiosa—. Te esperaba. Eres un alma perdida entre las sombras, condenado a vivir en la soledad.

Aldric estaba a punto de preguntar quién era la mujer cuando un impactante recuerdo lo asaltó. Dogan, el cazador temido, el mismo que con osadía le advirtió de su caza, le clavó una estaca por la espalda con una ballesta a la altura de su corazón desde el bosque, cuando devoraba a su última presa. ¿Había muerto?

Miró a la mujer enojado. Seguramente se trataba de una bruja que buscaba atormentarlo. Y cuando iba a decirle algo, ella se adelantó:

—Aquí no tienes ningún poder, Aldrich. De hecho, soy quien vino a ofrecerte un trato: permanecer atrapado entre las sombras o encontrar la paz en la muerte final.

Aldric, intentó moverse a una velocidad sobrehumana como solía hacer, o sacar sus colmillos e incluso gruñir, pero no, en cambio se mantuvo allí, paralizado.

—¿Tengo alguna otra opción? —preguntó, curioso y con aquel enojo burbujeante.

—La tuviste en vida, ya no hay más, Lord Aldrich —respondió ella, no con sorna, sino empatía.

Aldrich tragó grueso, vio a la bruja ponerse en pie y se acercó a él con un libro en la mano. En sus páginas, Aldric vio grabadas runas antiguas. Él sabía algo: no podía vivir el mismo tormento que vivió en el bosque por la eternidad. Si era cierto, era preferible estar en paz.

—Deseo la paz de la muerte final —respondió.

La hechicera recitó conjuro, y Lord Aldric se desvaneció en una neblina oscura que se disipó en el aire. Su existencia como vampiro llegó a su fin.

—Te he liberado de tus cadenas vampíricas, Lord Aldric. Ahora, eres libre...

Lo que la bruja no contó, es que a liberarlo de su condena, lo había llevado a la paz de la muerte final de aquellos que se han ganado el infierno como Aldric. Las llamas eternas.

Truco o Trato: Una Antología de Horror.Where stories live. Discover now