Sin Tiempo: Parte III

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En un corto lapso de dos semanas, Héctor demostró ser un administrador excepcional en la casona de George

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En un corto lapso de dos semanas, Héctor demostró ser un administrador excepcional en la casona de George. Con rapidez y eficiencia, aprendió los procedimientos necesarios para mantener la casa en orden: desde supervisar el cuidado de los caballos, que estuviera al día la cocina —incluso cocinar—, hasta garantizar la limpieza impecable de cada rincón. Demostró habilidades para la gestión financiera al encargarse de las cuentas y los pagos a los empleados. Pero su destreza no se limitó solo a las tareas prácticas, también parecía tener un talento innato para la decoración y el cambio de ambiente en la casa. Sin embargo, su eficacia como administrador venía acompañada de una cualidad inesperada: la elegancia y delicadeza en sus acciones, que recordaban más a las de una perfecta esposa que a las de un hombre.

Este contraste entre sus habilidades administrativas y su comportamiento atípico, generaba desconcierto y perturbación en George, quien no podía evitar cuestionarse sobre la naturaleza de los hombres en el lugar y época de donde Héctor afirmaba provenir, imaginando un escenario que desafiaba las normas sociales establecidas.

Aquella tarde, la sala de la casona irradiaba un encanto peculiar, una mezcla entre el esplendor del siglo XIX y la modernidad del presente. Los nuevos muebles, diseñados por Héctor, exudaban elegancia y comodidad a partes iguales. Varios sofás de terciopelo azul ocupaban el centro del salón, adornado con cojines de estampados florales y geométricos. Las cortinas, de un tono blanco níveo, contrastaban con las paredes de color azul pastel, creando una atmósfera serena y acogedora. A un costado, una mesa de centro de madera oscura sostenía una bandeja de plata con delicados tazones de porcelana y una elegante jarra de cristal llena de limonada y una botella de licor.

La visita que tenía en ese momento, le tenía de malhumor como siempre. Pero no podía simplemente echarlos cuando venían a verle por la supuesta amistad que les unía, además de que venían de un largo camino por la ciudad. El problema, es que eran las mismas personas que vieron a Héctor casi desnudo en su llegada a la mansión. Los hombres, Paul y Martín se acomodaban en los sofás, mientras Juliette y Ciela admiraban los detalles de la sala con expresiones de asombro y curiosidad.

—¿No les parece que la sala ha cambiado bastante desde la última vez que estuvimos aquí? —comentó Juliette, admirando la nueva decoración—. Héctor realmente tiene un gusto exquisito.

Juliette era una mujer elegante y refinada, esposa de Paul. Era encantadora y sofisticada, conocida por su habilidad para moverse con gracia en los círculos sociales de la alta sociedad. Su cabello rojizo la hacía ver como una obra de arte inglesa, con la peculiaridad de los irlandeses. Además, sus ojos avellana irradiaban esa inteligencia y determinación que George conocía.

—Sí, es cierto. Nunca había visto una mezcla tan interesante de estilos antes —añadió Ciela, observando el conjunto con atención—. ¿Quién hubiera pensado que el señor Murray contrataría a un hombre para redecorar la casa?

Truco o Trato: Una Antología de Horror.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant