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Quería irme, quería desaparecer, quería correr a casa, refugiarme en los brazos de mi hermano y no tener que soltarlo jamás.

—Dess... ¿estás bien? —sentí como tomaban mi brazo y al buscar al responsable, vi a Will.

Me hirvió la sangre.

¿La persona correcta y el momento correcto?

—Suéltame. —espeté sacudiendo mi brazo y siguiendo con mi camino.

«Déjala, está loca.»

Escuché la voz de Naya pero ni siquiera tenía ganas de responderle en ese momento. Tras disculparme con todos en la biblioteca, darle las gracias a Agnes y dejarla con mil dudas por mi estado, fui hacia la casa de Ross, tenía que irme lo antes posible.

Entré dando un portazo y pasé directamente al lugar donde estaba mi ropa.

No podía llorar, ya no quería hacerlo.

Probablemente estaba arrojando mi futuro a la basura por un idiota pero no me importaba, no tendría futuro si tenía que quedarme y seguir aquí viendo la cara de todos aquellos que me habían mentido.

Tomé mi teléfono y marqué le primer número en mi lista.

—¡La niña de mis ojos! —Joseph habló al otro lado.

Sentí como recuperaba algo de estabilidad al escucharlo, pero la perdía al mismo momento en que me di cuenta que estaba a horas de aquí y que no podía atravesar el teléfono para abrazarlo.

—Ven por mi... porfavor, Josh —mi voz salió en un susurro adolorido.

Fue casi como si me dijera a gritos que aunque lo ocultara y tratara de mentirme a mi misma, estaba sufriendo.

—¿Qué pasa? —cuando la pregunta salió de boca, escuché el estruendo de un puerta y seguido de eso, un auto encendiéndose. —Desireé, ¿Qué pasa?

No pude más.

Podía ser fuerte con todo el mundo pero jamás con él, cuando sentía su presencia, inmediatamente volvía a ser esa pequeña niña que lloraba por horas en la seguridad de sus brazos.

—Escúchame —dijo al no obtener respuesta. —Estoy en camino y llegaré lo más rápido que pueda, porfavor... —su voz amenazó con quebrarse. —No llores.

Dije que estaba bien y colgó la llamada.

Vi a mi alrededor y quería destrozar todo, quería incendiar este lugar y hacer que no quedarán ni cenizas.

Pero lo único que podía hacer era irme.

Sabía que el camino era largo y que aunque quisiera, tardaría más de una hora así que puse el seguro de la puerta y tras recoger todo lo que tenía en ese lugar, me recosté en la cama.

Quería ser fuerte, quería irme sin hacer drama para que vieran que esta mierda me daba igual.

Pero no era así.

Mis ojos se empezaron a cerrar y apoyé mis cabeza en una de las maletas, ya saben lo que dicen:

Cuando duela, solo duerme.

[...]

El ruido que venía desde la puerta, me despertó con el corazón latiendo a mil.

Mis ojos se estabilizaron y el cielo seguía exactamente igual, no había pasado poco más que una hora. Posé mi mirada en el origen del sonido y solo podía observar una puerta cerrada.

DESTRÚYEME | Jack RossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora