Minner Foran [TomTord/TordTom]

46. Frío.

Tord tenía un lugar seguro donde guardar armas. Llegaba a ser irónico que él tuviera pesadillas sobre explosiones y pólvora y a la vez tuviera una pequeña colección de pistolas.

No las tenía cargadas, tampoco las sacaba a menudo, pero tener el conocimiento de que estaban ahí, al alcance de su mano, lo hacía sentir seguro. La única manera de sobrevivir en el frente era tener un arma cargada y un dedo en el gatillo, y realmente nunca sintió que salió de allí.

Así que dejó la pistola de Tom junto a las demás, en una caja de madera guardada en lo más profundo de su closet. No era tan seguro como una caja fuerte, pero era suficiente con tener la certeza de que ninguno de sus compañeros de piso entraría a su habitación, ninguno lo ha hecho en todos esos años, no creía que sucedería ahora.

En esa misma caja guardaba sus propias cosas de valor, como su pasaporte, el disco de vinilo que le regaló Annette y su casco pickelhaube que le dieron sus amigos. Algunas veces que se sentía nostálgico sacaba sus cosas y las observaba, trazando los bordes con sus dedos para revivir los recuerdos. Pero en ese instante, Tord sólo quería mantener bajo su guardia el arma que Tom casi usa en sí mismo.

Bajo su propia perspectiva, sentía las armas de fuego de diversas maneras. En sus sueños del frente, son bestias escupe fuego que matan indiscriminadamente a cualquiera que esté en su camino, las pistolas que tiene guardadas le dan el poder de defenderse de cualquier amenaza. La pistola de Tom es distinta, pues estaba bajo un lente que aclaraba sus pensamientos y despertaba nuevos sentimientos en Tord. La veía tal cual era: Un objeto metálico, frío y peligroso utilizado por personas.

¿Qué podía pensar de esa arma si hubiera sido utilizada como se pretendía?, nada más que una herramienta. Si Tord se hubiera encontrado con un escenario completamente distinto en el que la acción de Tom hacia sí mismo no hubiera sido interrumpida, la pistola sería parte del fondo. Porque la acción recae completamente en la persona que jala el gatillo, y eso era lo que producía un nudo en la garganta de Tord.

Tom tenía toda la intención de suicidarse hace unos momentos.

Las rodillas del noruego fallaron en el momento en que ese pensamiento atravesó su mente, claro y directo. Afortunadamente, él estaba en cuclillas frente a la caja enterrada en su closet, por lo que cuando cayó sobre sus rodillas no dolió ni fue un impacto estruendoso.

Tom estuvo a punto de desaparecer.

Una oleada de frío invadió el cuerpo de Tord, erizando cada vello y generándole piel de gallina. No se sentía de esa forma desde que estaba en el frente, asustado de ver cuerpos caer inertes frente a él.

Por una parte, Tord jadeó por aire para tranquilizar su corazón agitado, calmando el terror anterior. Por otra parte, sentía una pizca de alivio creciente, palpitando cálidamente en un mar de angustia que lo tenía a la deriva, como un faro en medio de una tormenta. Tenía miedo de morir y, sobre todo, tenía miedo de que Tom muriera.

Hace tiempo Tord había creído que ese temor natural a la muerte lo había abandonado, dejándolo como un cascarón vacío que no tiene ningún valor en la vida y que con calma espera su momento de expiración. Pero había recuperado ese impulso de seguir, de querer vivir otro día más.

Una sonrisa se formó en los labios del noruego, en una mueca desesperada con ojos brillantes inundados de lágrimas que nunca cayeron. Ojalá hubiera recuperado ese deseo de vivir de una mejor manera que la de detener a Tom de acabar con su vida, pero ya estaba hecho. Y sinceramente, Tord no se arrepentía de nada.

Ganando fuerza en sus piernas, Tord se puso de pie, sintiéndose mareado por unos segundos, pero recuperándose rápidamente. Aún estaba algo conmocionado, pero ocultándolo lo mejor que podía con una expresión desinteresada, salió de su habitación.