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Al día siguiente Liu sí que va a clase. Le cuesta horas mentalizarse para salir de la cama y cuando se ha acabado de arreglar siente que nadie ha hecho en el mundo esfuerzo más grande para una tarea tan cotidiana. Aun así, lo logra y desayuna un poco de leche, así como se baña y venda su cuello. Se arrastra de habitación en habitación y luego va a clase con su mochila llena de libros, prácticamente arrastrándose hacia el instituto.

El día pasa lento y deprimente, pero en la tristeza y el cansando de Liu, el muchacho halla una extraña paz: nadie lo está molestando hoy, es como un fantasma en pena flotando por los pasillos, invisible a los ojos de los matones que antes lo habían martirizado tan pronto lo atisbaban. Uno de ellos lleva el brazo vendado y Liu piensa que desquitará su frustración y dolor en él cuando sus ojos se cruzan, pero el muchacho simplemente mira atrás de Liu, como si viese a través de él, y se marcha puntualmente hacia su pupitre.

Prestar atención es una batalla perdida. Liu ha logrado ir a clase, pero su cuerpo es lo único presente en el aula, pues su mente viaja todo el rato o al pasado, reviviendo la terrorífica noche anterior, o al futuro, preguntándose ansiosamente ¿Y ahora qué? Liu sabe que ofrecerle al vampiro un beso ha logrado comprarle algo de tiempo, pero también es consciente de que tiene una, dos noches a lo sumo, antes de que el ser empiece a pedir más.

Cuando el muchacho llega a casa tras las clases el paso del tiempo se le antoja tan inevitable como atroz. Quiere hacer deberes o estudiar, seguir con su sueño de lograr ir a la universidad y avanzar con su vida, pero sus ojos se quedan clavados con horror en la forma en que el sol lentamente se pone, como recreándose en el horrible destino que le depara.

Una parte de él, pequeña, soñadora e infantil, le asegura que esto es todo. Que ha pagado ya por sus pecados y que no merece más sufrimiento, que Alexander se ha saciado con su beso y que jamás lo atormentará de nuevo.

Y esa parte de él se quiebra cuando escucha pesados pasos detrás de él junto a una voz ronca y desgraciadamente familiar.

—Buenas noches, mi presa.

Liu se tensa en su silla y pronto dos grandes manos cubrieron sus hombros, masajeándolos juguetonamente al principio y luego apretándolos para empezar a manejar al chico como un títere. Alexander hace al chico levantarse de su silla y voltearse, encarándolo. Liu jadea al verlo, su apuesto y masculino rostro pálido y sin mácula alguna sería tan deslumbrante, con el mentón y los pómulos marcados, con esos carnosos labios color melocotón y la aristocrática nariz recta, con esas pestañas largas y esos ojos felinos y seductores... de no ser por los iris rojo sangre y los grandes colmillos que sobresalen de la boca del mientras le sonríe con malicia.

Alexander desliza sus manos lentamente por los brazos del chico y hasta llegar a su cintura, avanza hacia él hasta que la espalda baja del muchacho choca contra el borde de la mesa donde sus libros están esparcidos y luego lo alza, haciéndole sentarse sobre esta, y se aproxima hasta quedar entre sus piernas.

Liu sabe lo que el hombre desea tan pronto lo ve mirarle los labios e inclinarse hacia su rostro, así que exhala, tratando de relajarse, y entreabre su boca, invitando al inmortal a robarle un beso más. Alexander se hunde en sus belfos sin vacilación alguna, primero amasándolos despacio con los suyos y luego volviéndose más ansioso por sus besos y su cercanía, mordiendo, chupando los labios del muchacho humano hasta dejarlos rojos y arrancarle pequeños sonidos que traga a placer, apretando con fuerza sus manos en los costados del mortal, atrayéndolo hacia su enorme cuerpo y presionándolo contra este para poder sentir cada centímetro de su figura temblando y estremeciéndose por su tacto, mas no osándose a huir.

Oscura Perdición (Yaoi, vampiros) [En AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora