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Rodeada por una alta y afilada verja metálica y al final de un camino de piedras que atraviesa un jardín frondoso, se erige una mansión de piedra oscura y tejados tan negros que hacen que el edificio, en su altura, parezca fundirse con la noche. Varios grandes edificios que terminan en puntas afiladas como enormes colmillos rodean una zona central, donde una gran puerta de madera gris ceniza atrae toda la atención de Liu. La puerta se halla bajo un arco de piedra tallada con esmero para crear detalles pequeños que no distingue en la distancia y otros enormes, como dos gárgolas que parecen guardar la entrada, que ve a la perfección y le erizan en el vello del cuerpo. Es tan enorme, piensa Liu, que cuando el vampiro abre la verja metálica y empieza avanzar por las losas de piedra, la puerta no parece ganar proporciones con más sentido ¿Quién tendría, en la entrada de su casa, lugar donde uno debe ser invitado a entrar, una puerta tan grande que luce inamovible?

Pero Liu obtiene rápidamente su respuesta cuando Alexander, usando una sola mano, empuja los metros y metros de madera maciza como si se tratasen de simple papel. No es una puerta para evitar que su dueño entre, es una puerta para evitar que los humanos que son traídos a dentro logren escapar.

Liu mira hacia arriba antes de entrar, dándose cuenta de que la mayoría, sino todos los ventanales de cristal oscuro, están tapados por cortinas rojas como la sangre desde dentro.

<<¿Cuánto dinero ha debido costar esto? ¿Cómo ha podido permitírselo? ¿Los vampiros siquiera trabajan?>>

Alexander ríe, enternecido por las preguntas que acosan la curiosa mente de su presa, y las responde mientras el otro enrojece y se lleva las manos a la cabeza en un inocente gesto.

—Tú mismo lo dijiste, Liu, puedo tomar lo que quiera por la fuerza. Eso incluye dinero, y aunque es muy conveniente, no es de las cosas que logran saciar mis deseos.

Liu asiente en silencio. Piensa en sus padres, en cómo, antes de que su abuelo ganase la lotería, habían trabajado duro para amasar sus pequeñas fortunas y en cómo ni todo el dinero de ambos habría podido comprar la casa de Alexander.

Cuando se adentran, el chico se siente todavía más impresionado por el interior del lugar que por el exterior. Las paredes eran de delicados tonos crema, pero uno apenas podía ver la pintura en ellas, pues estaban decoradas, cerca de la entrada, por enormes cuadros que Liu habría jurado que debían pertenecer a algún museo y, unos pasos más allá de la entrada, adentrándose en el extenso salón, la mayoría de las paredes están forradas por enormes estanterías caoba ataviadas de libros, algunos con los lomos maltrechos, como si fueran increíblemente viejos, y otros lustrosos, como el bruñido suelo de madera oscura de la sala.

Los muebles son también una chocante, pero hermosa mezcla entre el pasado y el presente: un sofá victoriano de tapicería gótica sobre detalladas patas de metal negro frente a una delgada televisión de plasma, una moderna mesa de cristal y, sobre esta, vajilla de porcelana que parece haber sido pintada a mano mucho tiempo atrás, un tocadiscos con su caja de madera bien conservada y la bocina áurea brillando, colocado sobre un buró junto a un pequeño equipo estéreo.

A la derecha y a la izquierda se hallan aperturas que llevaban una a la enorme cocina moderna del lugar, posiblemente en desuso, y la otra al ala este de los edificios y, al fondo de todo, frente a varios pasillos repletos de puertas cerradas unas al lado de otros, se hallan unas escaleras de caracol que ascendían hacia la segunda y tercera planta y que descienden discretamente hacia un lugar que Liu no está seguro de querer descubrir.

Por un momento, el muchacho se permite perderse en la belleza y el lujo del lugar que deberá convertirse en su infierno, incluso aunque lo explora solo con su vista pues su cuerpo se halla indispuesto.

—Estás temblando —comenta Alexander, su tono era ronco, más no preocupado.

Alexander avanza hacia el sofá rojo y deposita al muchacho sobre este con cuidado, tendiéndole después una manta gris que se encontraba apartada a un lado. Liu lo mira desconfiado, incapaz de saber si ese pequeño gesto tendrá un gran precio más adelante, pero incapaz también de seguir ignorado su frío: toma la manta y se enrolla haciéndose un ovillo.

—G-gracias... —murmura con una voz pequeña y triste.

Alexander lo observa por largos segundos. Liu es solo una patética criatura temblando y enroscándose sobre sí mismo en su sofá, como un animal abandonado, y aunque usualmente una imagen tan vulnerable habría sido suficiente para tenerlo abalanzándose sobre él, decide esperar. Aguantar. <<Mi compasión a cambio de su sumisión>> se repite, recordando el bonito cosquilleo en sus labios cuando Liu lo besó, tentándose a sí mismo al preguntarse cómo se sentirá cuando Liu se entregue a él no solo con un beso, sino con algo más.

—Traeré algo para el dolor.

Liu agradece de nuevo con un hilillo de voz y se hace más pequeño en su esquina del sofá. Escucha los pasos de Alexander alejarse y, casi tan pronto como se desvanecen, vuelen, sin otorgarle un solo segundo de paz. Suspira, abrumado, pero no le sorprende que el vampiro haya vuelto tan rápido dadas sus habilidades. Lo que sí que le sorprende es oír una risa a sus espaldas.

Una risa que no se le hace familiar.



Chan chan chaaaaan ¡Fin del capítulo! ¿Qué os ha parecido? 

¿De quién creéis que será esa risa? 

¿Pensáis que va a ser alguien que ayudará a Liu o... todo lo contrario?

Gracias por leer <3

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