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Liu despierta justo tras la salida del sol, cuando varios rayos se cuelan por los huecos de su persiana y le apuntan directo al rostro. Tiempo atrás los haces de luz le habrían molestado, pero ahora se siente incapaz de quejarse de la luz, no cuando significa paz y seguridad.

Este sábado por la mañana se encuentra de un inusual buen humor, y es que puede descansar por fin tras una noche sin sentirse perseguido y cazado. Incluso es capaz de albergar la esperanza de que Alexander se haya cansado de él por fin, dejándolo atrás para siempre.

El muchacho logra aprovechar su mañana. Tiene que aprovecharla. Tiempo atrás amaba holgazanear los fines de semana y dejar el tiempo correr incluso si eso significaba pasarlo en su cuarto a solas con sus ideas. Ahora no soporta quedarse solo, no con sus pensamientos, con sus recuerdos, con su culpa. Así que mantenerse distraído le ayuda, le obliga a seguir adelante. Por esa razón Liu decide limpiar la casa, estudiar y salir a comprar hasta llenar su nevera. No le resulta difícil hacerlo pues cuando sus padres murieron, dejaron tras de sí dinero suficiente como para que él no tuviese que preocuparse por trabajar nunca. Aun así, quiere hacerlo. Sus padres jamás vivieron un estilo de vida lujoso, trabajaron duro siempre y aunque ahorraban, la mayoría de su fortuna les cayó del cielo cuando el abuelo de Liu, comprador compulsivo de boletos, tuvo la suerte de ganar la lotería y la desgracia de morir una semana después de una sobredosis.

Algunos en su escuela aman chismear sobre como Liu es triplemente suertudo. <<Suertudo una vez porque el viejo ganó la lotería>> suelen decir <<Dos veces porque el viejo la palmó y le dejó el dinero a la madre. Y tres veces porque la madre ha muerto y le ha dejado el dinero a él>>, pero Liu no se siente afortunado por ello, porque la fortuna que tiene entre manos no es ni de lejos la que él desea. Sabe que es privilegiado, que otros son dejados sin nada para sobrevivir cuando el mundo les arrebata a sus seres queridos y que, en ese sentido, sí que ha tenido suerte, pero cambiaría una y mil veces todo su dinero por tener de vuelta a sus seres queridos ni que fuera un día. Tan siquiera está interesado en gastarlo en lujos, lo usa para vivir y sueña con poder ganarse él mismo la vida. Con dejar el dinero de sus padres en el banco y olvidarlo, no seguir dependiendo más de su muerte, no seguir sintiéndose tan terriblemente culpable, como una sanguijuela que chupa y chupa de la desgracia que terminó con sus vidas para poder seguir él con la suya.

Cuando el muchacho termina de cuidar de su casa, limpiando, ordenando y abasteciendo su hambrienta despensa, es su turno de cuidar de él mismo. Esa es la parte del día que más se le hace cuesta arriba. Mantener todo impoluto y cómodo le gusta, le hace tener una sensación en su interior como si esperase visita, como si en cualquier momento fuese a oír las llaves en la puerta de entrada o la forma especial en que Matheo picaba al timbre, imitando melodías de canciones.

Pero cuidarse a sí mismo le recuerda que no tiene a nadie más para hacerlo. Aun así, se esfuerza en ello, porque sabe que, si se obliga a salir adelante, algún día hallará un motivo para no tener que sentirse tan culpable por ello. Liu se cocina una nutritiva comida y guarda la crema de verduras sobrantes para el siguiente día mientras deja su plato humeante enfriarse en la mesa.

Estudia un rato antes de comerlo y para cuando ha terminado sabe que tiene que darse una ducha. Arrastra los pies hasta el baño y cuando entra intenta evitar lo máximo posible su reflejo, pero al final cede. Necesita verse a sí mismo para curar las heridas que lleva días desatendiendo, fingiendo que si las ignoraba quizá habrían desaparecido.

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