11.- Yandere

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El sonido crudo de un ahogo aterró a Isagi. Se llevó las manos a la garganta pensando que sería el siguiente, pero otro sonido similar fué repetido a su derecha. Ambos atacantes quedaron inconscientes por el chico que le hizo una promesa a cambio de amistad.

—Bachir...

El sonriente amigo lo calló al colocar un dedo sobre sus labios.

—La encontré. —dijo mostrándole una jeringa con un extraño líquido azúl en su interior.

—¿El arma es esto? —preguntó incrédulo. —Será imposible usarla en Barou. Busquemos a otra persona.

—No se puede. —aseguró— Cuando la encontré, el director me habló y dijo que debemos usarla en aquél con la clasificación de riesgo más alta del equipo contrario.

—¿Porqué tantas condiciones? —se quejó Isagi.

Bachira se encogió de hombros.

—Talvez le gusta que sea entretenido.

El caminar pesado de Chigiri se detuvo justo al ver a Isagi y Bachira. Sintiendo alivio por encontrarse con personas de su celda. Dejó a Imamura en el suelo, mordiendo su propio brazo para soportar el dolor de tener el pie izquierdo partido hasta el talón.

Bachira le contó a Chigiri lo que significaba la jeringa en su mano y acordaron un plan para volver y neutralizar a Barou en los siguientes 8 minutos, sin embargo, Imamura sufría, así que Isagi se ofreció a cuidarlo y detener la hemorragia hasta que acabara el tiempo.

Por su parte, Kunigami había recibido un empujón que lo mandó sobre un par de contenedores de basura. Perdió de vista a Barou al tratar de deshacerse de los desechos que le cayeron en la cara.

Chigiri y Bachira llegaron a donde estaba y el pelirrojo se cubrió la nariz al ver el desastre en el que estaba embarrado el héroe musculoso.

—¿Estás bien? ¿Dónde está el rey asesino? —preguntó Bachira, pero no hubo respuesta. —No entiendo, si quería matarte, ¿porqué escapó?

El rey sabía que cada segundo perdido era una víctima menos a la cuál cobrarse y Kunigami era un hueso duro de roer. Nada lo dejaría más insatisfecho que no poder demostrar su grandeza como un asesino temible.

Al ver el camino de sangre, supo que tenía un platillo servido en espera.

—Hey... Isagi... —llamó Imamura débilmente, mientras Yoichi presionaba el tobillo con fuerza. —Fuí una mierda contigo... ¿porqué me ayudas?

—No lo sé, pero no me importa. Si Chigiri te rescató es porque merecías otra oportunidad... Todos deberían tener una.—confesó de manera inconsciente, pensando en su propia situación. —No creo que exista la maldad pura, todo tiene una razón, incluso para tí.

Imamura se llevó el brazo sobre la cara y sus lágrimas de dolor se convirtieron en melancolía y arrepentimiento.

—Yo... la amaba, Isagi. Era la única para mí. —dijo entre llanto— Pero fuí un idiota...

Imamura recordó claramente y con lujo de detalle cada inolvidable momento con su primera novia. Citas, romance, cine, paseos, regalos, era una relación encaminada al éxito. Él nunca vio las señales. Las oscuras y trágicas señales.

—Mi novia era una yandere que lastimaba a todas las chicas que se me acercaban sin que yo me diera cuenta. Cuando la descubrí, traté de detenerla, forcejeamos y perdí el control, la asfixié hasta la muerte. —chilló arrepentido al ver esas imágenes pasar de nuevo por su cabeza— No quise hacerlo, fué... un accidente...

Isagi escuchaba su historia con horror en el rostro. Sus manos temblaban sobre la herida de Imamura.

—Me atribuyeron sus demás crímenes por falta de investigación y por eso estoy aquí. Me hubiera encantado... ver a mi madre una última vez.

—¡Aún puedes hacerlo, Imamura! ¡Sólo tienes que levantarte!

—No... Mi mamá se suicidó cuando me condenaron. Estaba tan decepcionada.—confesó dando un suspiro y notando una sombra amenazante acercándose a ellos— Sálvate, Isagi. Tú todavía tienes a alguien que te quiere. No sabes cómo te envidio.

Con el último impulso de sus energías, Imamura empujó a Isagi contra la pared, recibiendo en su lugar una aplastante patada en el rostro que lo dejó inmóvil.

—A los animales que agonizan hay que darles una muerte rápida. —Gruñó Barou con tono diabólico para luego mirar a Isagi directamente a los ojos, paralizandolo de miedo. —Y a los cobardes que huyen también.

PENTÁGONO DE LA MUERTE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora