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–No hay nada que limpiar, Chiara. Nadie te está acusando.

¿Pero... la podemos salvar?

Sin embargo, Chiara no abrió la boca de nuevo, y se sentó en aquella butaca que había en la habitación blanca y triste, y pensó. Durante horas su mente estuvo en mundo paralelo al que estaba viviendo; durante horas no se movió de aquella habitación con la mente disociada, culpable, y con el sentimiento que no podía dejar a la actriz en aquella situación.

Había algo que no quería admitir, porque si lo hacía sería su perdición.

Se enteró por una enfermera que había sido un accidente muy grave y que Violeta se encontraba en coma, y que el personal médico que la trataba no tenía muchas esperanzas puestas en que se fuera a recuperar. También se enteró de que los padres vivían en Motril, Granada, y que aún no habían sido capaces de contactar con ellos.

No podía dejarla a solas.

Tenía tantas cosas que contarle, que no podía dejarla marchar.

Mentalmente, repasó todos los hechizos que conocía de memoria; pasaban todos de ser muy flojos a ser ilegales. Y realmente, no sabría si habría alguno que funcionase.

Quizás simplemente, no podría hacer nada.

Chiara durante horas no apartó los ojos de aquel rostro herido, pálido, y casi sin rastro de vida. No la volvería a escuchar cantar, no la volvería a ver encima de un escenario o la admiraría desde las alturas del teatro; no llegaría a conocerla, no le contaría de su mundo, no sabría de sus gustos, sus pasiones, sus deseos... No pasarían ningún verano juntas, ni ninguna tarde de domingo enredadas en el sofá. No hablarían de música hasta altas horas; no podría enseñarle lo mucho que le gustaba tocar el piano y lo mucho que le gustaría tocar para ella...

No sabría si de verdad hubiera funcionado.

Quizás simplemente, Chiara se tenía que levantar de aquella butaca e irse.

Quizás era hora de saber si de verdad era una derrota.

–¿Aún no te has ido?

La voz de Noemí Galera la sorprendió, pero a la vez no lo mostró en absoluto; su cabeza seguía demasiado ocupada, sin quitar los ojos del rostro de la paciente.

–Hay algo que me retiene aquí.

Y era verdad, pero no lo especificó.

–Lo mismo que me ha hecho volver.

La mujer más mayor le lanzó un libro, no muy grueso, a las manos de Chiara quién lo recibió con expectación.

–¿Por qué?

–¿Quieres salvarla o saber el por qué?

–Ambas.

La inglesa abrió el libro mirando todos aquellos hechizos, todos eran conocidos y ninguno decía nada sobre cómo hacer que un ser no-mágico saliera del coma... No había nada en aquel libro que les solucionara aquella situación.

Noemí se acercó a la ventana de la habitación y miró ya al cielo oscuro.

¿Cuántas horas han pasado?

–Somos criaturas muy débiles los brujos, ¿lo sabes, no?–empezó a decir la directora y Chiara tuvo la sensación de saber por dónde iba la conversación, aquello solo hizo que se tensara en la butaca, porque no lo había querido admitir aún en voz alta y cerró el libro de hechizos–. El amor es nuestra debilidad.

Al instante, a Chiara le vino a la cabeza las mil historias, fábulas y cuentos que su padre le había contado de niña por la noche. Su favorita siempre había sido la historia del hilo rojo, la historia de dos personas enamoradas y destinadas a estar juntas. Su padre siempre le había hablado de aquella realidad, de que solo existía un amor verdadero, incluso en sus historias inventadas que le contaba de pequeña.

I put a spell on youWhere stories live. Discover now