9.

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Eran pasadas las 11 de la mañana cuando Chiara y Violeta aparecieron en la entrada de la pequeña casa, en una urbanización a las afueras de Motril, de los Hódar.

Here we go...

Cogidas de la mano, la granadina tiró de ella para que empezara a caminar, pero la bruja simplemente se resistió quedándose en el sitio.

–Creo que debería esperar aquí fuera.

–¿Qué...?

Violeta, resistiendo a soltar su mano, se giró en mitad de la calle para quedar cara a cara.

–Creo que... No quiero...–no sabía muy bien cómo decirlo sin hacerle sentir mal– Quiero daros vuestro espacio, tienen mucho que asimilar tus padres: tu accidente, el hechizo... Y no quiero condicionar la situación, Violeta. Si tu me necesitas, entro contigo, no quiero que pienses que... Solo quiero darte el espacio que necesitas. Bueno–respiró cortando la velocidad de sus palabras–, simplemente voy a preguntarte.. ¿Quieres que entre contigo?

Violeta parpadeó un par de veces antes de sonreír.

–¿Te puedo abrazar?

–¿Desde cuándo me lo preguntas?

Las veces anteriores, la actriz no había necesitado preguntarlo para hacerlo. A Chiara tampoco le molestaba que lo hiciera, era simplemente curiosidad.

–Porque quizás no es una necesidad de mi cuerpo, sino que quiero hacerlo.

En el abrazo, la bruja se dejó llevar con una sonrisa en los labios y separarse de ella fue fácil, al igual que hacerse a un lado y verla entrar sola en aquella casa. Lo difícil fue después, cuando comenzó a caminar y todos los pensamientos le vinieron encima...

Y las sensaciones.

Lo peor eran las sensaciones.

La joven de ojos verdes agachó la mirada hacia sus pies y sintió un escalofrío que le atravesó de pies a cabeza; algo iba a pasar. Al segundo, sus ojos distinguieron un pequeño parque en aquella urbanización y la bruja decidió atravesarlo, para acortar el paseo, pero allí sentada en un banco vio a alguien conocido.

Muy conocido, de hecho.

Y Chiara supo que estaba esperándola a ella:

–Ni un día de tranquilidad, eh–espetó sentándose al lado de la mujer en el banco–. Cuánto tiempo, Noemi.

–Me alegro de verte por aquí, Chiara.

Como si no supieras que estaría aquí, claro.

Puso los ojos en blanco al instante:

–¿Qué haces aquí?

–¿Te acuerdas de la visión que tuve?–chasqueó la lengua– Pues tengo que estar hoy.

La sensación en su pecho creció y creció... iba a estallar. Chiara sentía que si no lo decía en voz alta, le iba a explotar en su interior; dejó caer parte de su cuerpo hacia adelante y soltó la bomba.

–¿Es con respecto a su padre, verdad?

–¿Lo sabes?

Había sorpresa y esperanza en la voz de la directora.

–No–dudó–. No lo sé.

–¿Tienes visiones ya?

Y durante unos segundos, Chiara quiso negarlo con rotundidad, pero no le salió. No podía, porque sabía que no era verdad...

–Sensaciones, más bien. Odiosas sensaciones que no me sueltan...

–Se empieza por ahí. Poco a poco, pronto serás capaz de...

El problema es que no quería tener visiones.

–Lo sé.

De verdad, que no quería. Su vida ya tenía suficiente, como para sumarle aquel marrón.

Todo brujo era como un abanico con su magia; un abanico se podía abrir más o menos, dependiendo de cada uno. O un recipiente con el que se podía llenar hasta el borde o hasta la mitad de magia, quizás ni siquiera se llenaba ni un cuarto. De ahí la diferencia con los rangos; un Rango 1 había llegado casi a su plenitud de magia, cuando un Rango 20, era prácticamente un ser no-mágico. Contra más magia, más habilidad podía adquirir el brujo, más trucos y más hechizos sabía hacer.

Sin embargo, solo puede haber la existencia de un Rango 0, el director o directora de la junta, y este adquiere la habilidad de conocer el futuro cuando se le presenta la oportunidad.

Un don tan poderoso que solo una persona en el mundo podía tener...

Eran seres tan especiales, que tan solo aparecía algún futuro Rango 0 cada dos o tres años. Y solo cuando un joven brujo empezaba a dejar rastros de que podía tener visiones, se presentaba ante la junta y se sometía un intenso escrutinio, si quería ser director y si era óptimo y... si era mejor que el brujo que estaba en el puesto.

En el caso de Noemí había visto pasar a diez jóvenes intentando ser Rango 0 -intentando sustituirla-, pero todos habían sido echados atrás, por no ser suficiente para la junta de brujos. Finalmente, una vez suspendidos, se les retiraba la habilidad de conocer el futuro.

–Tu madre estará orgullosa de ti.

–No sé si quiero estar en la junta ni mucho menos como directora, Noemí.

El rostro de la directora lo dijo todo en aquellos momentos, a Chiara tampoco le importaba que se hiciera la ofendida. Podría negarse a aquel poder incluso antes de que la junta, o su madre, se enterasen... pero, justo en aquel momento, su teléfono móvil empezó a sonar en su bolsillo.

Era un mensaje de Violeta pidiendo que volviera a su casa.

Un segundo más tarde, se estaba apareciendo en el mismo lugar en el que había dejado a la actriz veinte minutos antes. Y casi sin ser consciente aún de dónde tenía los pies, sintió un abrazó por la cintura...

Y aquel aroma le avisó de que era la granadina.

–Mi padre quiere hablar contigo de algo, está...

–Hola, Violeta. Creo que me tengo que presentar primero, Noemí Galera–la G ascendió tal cual siempre hacía ante una primera presentación de un brujo; las dos mujeres se giraron para ver llegar a la directora con un andar seguro y tranquilo, y con una sonrisa en sus labios–. Rango 0 y directora de la junta. Yo también quiero hablar con tu padre, de hecho.

–¿Qué es esto, Chiara? ¿Qué...? No entiendo nada...

La inglesa vio cómo Violeta intercalaba miradas entre las dos brujas intentando entender toda aquella situación:

–Es la directora de la junta de los brujos, quien me ayudó a salvarte del coma y... ella sabía que estaríamos aquí. La muy bruja...–dijo con aspereza– tiene visiones y lo sabe todo.

–Bueno, todo, todo no...–contraatacó la mujer de gafas de pasta coloridas–. Al parecer no sé las opiniones de la gente sobre la junta.

Pero en aquella pelea verbal de las brujas, y la confusión de la no-mágica, llegó una pareja hasta ellas atravesando la puerta principal de la pequeña casa en Motril, saliendo al exterior.

–Violeta, ¿por qué no hacer pasar a...? Oh –Chiara vio cómo aquel hombre de mediana edad palidecía al segundo–. Noemí Galera...

–Jon Leroux.

Un segundo más tarde el padre de Violeta contestó ante aquel nombre:

–Por favor, llámame Juan Carlos Hódar. Ni ese nombre ni ese apellido son míos ya...

I put a spell on youWhere stories live. Discover now