Capítulo 4- Tranquila, estoy aquí

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Silencio absoluto. Numa se revuelve en su asiento notando como la sangre se acumula en su cabeza que colgaba boca abajo. La gota de una sustancia azul se resbala por su cuello hacia la nariz y cae hacia el techo del avión. El chico abre y cierra las manos comprobando que todavía puede hacer algo tan simple. Ambas van al cinturón de seguridad que le mantiene pegado al asiento. Al abrirlo cae golpeándose contra el techo del avión, que ahora hacía de suelo. El chico emite un gruñido al darse la vuelta con el ceño fruncido, sus músculos se resisten al principio a moverse, son una maraña de tensión y dolor.

Con una mueca consigue ponerse en pie y entonces ve las ruinas del avión, un amasijo de hierros que enreda y atraviesa a la gente, los afortunados gritan de dolor e intentan salir de sus sepulturas de metal. El sonido está distorsionado como si su cabeza se negase a procesar lo que pasaba a su alrededor.

―¿¡Roberto!?―Gritaba Gustavo a un lado levantando asientos dejando ver a su compañero que yacía ileso pero en estado de shock. Mira a su alrededor durante un momento.

Eduardo grita aterrorizado bajo unos asientos, Fito acude a su ayuda pero sin éxito, eran demasiado pesados. Se le unen Marcelo y Daniel y entre los tres consiguen moverlo. Marcelo alcanza la cara de su compañero con ambas manos―Sí, amigo, soy yo. Estoy acá.

―No quiero más muerte, no quiero que se muera nunca más...―Diego no es capaz de hablar con coherencia, sus gritos se funden con el resto de ruidos.

Roberto y Gustavo siguen descubriendo a más personas, colocando huesos, evaluando cortes y acompañando en los últimos momentos de los que ya solo les queda agonizar. Numa lo observa todo admirado por el coraje de estos. Cada vez escucha el ruido a su alrededor con más viveza y cada vez es más consciente de lo sucedido para su desgracia.

―¡El piloto está vivo! ¡El piloto está vivo!―Grita Moncho desde otro lado. Numa, Gustavo y Daniel se asoman a la cabina.

El comandante agoniza en su puesto con el cuadro de mandos completamente atravesado en el pecho. Moncho aprieta botones intentando hacer funcionar la radio.

―No se prende nada, ni una luz―el chico se gira al piloto desesperado― necesito que me digas cómo funciona ¿qué aprieto?―el piloto a penas consciente no contesta―¿Hola? Nos caímos en la montaña, somos uruguayos ¿Alguien nos escucha? ¿funciona o no?

―...pasamos Curicó... pasamos Curicó....―entre estertores el piloto daba sus últimas palabras.

―¿Qué es Curicó? No te entiendo, repetí.―Moncho desquiciado grita al hombre.

―...que Dios los acompañe.―Entonces su mirada se pierde y de su boca ya lo sale vaho.

En la parte frontal del avión otro cuerpo recobraba la conciencia, no sabría decir qué fue si el golpe casi mortal en la cabeza que lo borró todo a negro, el insoportable dolor de su pierna derecha, la presión alrededor de su cuerpo que aplastaba cada uno de sus huesos, la pastilla o el hecho de ser completamente consciente de que acababa de estrellarse su avión en los Andes.

Escuchaba voces de fondo, difuminadas, todas gritaban con horror, había gente andando. Suertudos. Intentó mover su mano pero notó algo frío alrededor de esta que impedía el movimiento. Su pierna derecha, soltó un lamento al intentar si quiera mandar un estímulo nervioso. Estaba de lado, pero algo detrás suya la impedía moverse, estaba duro. Estaba completamente inmovilizada, aplastada por algo. Por suerte todavía podía respirar, o por desgracia. Tenía su pernera derecha empapada de algo caliente, era lo único que notaba caliente porque su cuerpo no podía parar de temblar intentando generar algo de calor.

Intentó abrir los ojos, pero le pesaban. La luz que se colaba por las ventanas del avión enfrente de ella la hicieron daño. Tuvo que parpadear un par de veces más sin poder todavía enfocar. Había algo delante suya, se movía levemente.

La Sociedad de la NieveWhere stories live. Discover now