La Astucia del Herrero (Parte 3)

8 3 57
                                    

Uzgalk reconoció que no era culpa de la noble; no por completo. Chrestos al ser un joven inexperto en cuestiones de amor y coqueteos, era capaz de caer con una increíble facilidad en artimañas que otros experimentados pudiesen reconocer. Pero, no descartaba la idea de que la noble vino con un plan entre el vestido.

Sin perder la calma o caer en la colera, se apresuró en pedirle a un cardumen de sus socios alevines que le dijeran a su banquero que ocultase el preciado dinero que con mucho esfuerzo consiguió. Además, se les fue entregado un mapa con una ubicación especial en la que Uzgalk solía ocultar sus mejores materiales.

Para un par de jornadas siguientes, una turba de enfurecidos y malnacidos nobles se presentaron en el patio del orco. Entre ellos, la muchacha de largo y sedoso cabello que convenció a Chrestos de dar la información necesaria.

Ni tan cobarde o valiente, Uzgalk se presentó al frente de la puerta principal, dispuesto a lidiar con sus némesis.

¡Orco malévolo ser! ¡Nos has engañado! —dijo un furioso hombre que lanzó un escudo de materiales endebles al piso.

Queremos de vuelta nuestro dinero, de lo contrario, te llevaremos ante el Rey —una noble de una edad parecida al primero, se abalanzaba entre los presentes. Sus ojos apuntaban al orco que, acostumbrado a los insultos, le dio igual lo que le señalaran.

La mujer de hace unos ciclos atrás, vestida con un traje que claro que no tenía plumas y pieles de especies a punto de extinguirse en Jugert, tomó una punta de su vestido, la movió llena de suavidad, formando la mitad de una circunferencia.

Aquello se representaba como una burla o señal de reto en las tierras de Jugert. Ella se reía, desconociendo que su oponente, ya pensó en un contraataque.

—Yo me encargo —detuvo a su amigo el abogado. Hizo contacto con los que estaban primero en la fila—. Sé que están molestos por la treta, y que no confían en los de mi raza. Pero ahora les traigo una oferta imposible de rechazar: un duelo entre mi amigo y alguno de los suyos. Ustedes ponen la condición, yo la aceptaré sin remordimiento.

—Si tú mismo lo planteas —la noble que hizo la ofensa dejó ver sus botas de piel—. Quiero que, si nosotros ganamos, nos dejes quedarnos con todas tus armas de mejor nivel. Si es que perdemos, te dejaremos en paz.

«Excelente, ya voy poniendo mis papeles en orden», pensó. Aquella era una frase para decir que se la estaba por ocurrir una idea para poner en su lugar a las pestes reales.

—Excelente. Yo, Uzgalk, herrero orco de profesión, acepto. Quien peleará por mí será este chico —señaló al sátiro al que, por mala suerte, le cayeron unas cuantas trazas de sudor por la frente.

—Voy a colocar el día del encuentro. Pero primero quiero que nos entregues armas de verdad, no falsificaciones.

—Claro. Sería bajo de mi parte no aceptar las consecuencias de mis actos.

—Creo que nos estamos entendiendo. Quiero que el duelo sea dentro de siete ciclos, días; lo que es una semana o ciclo mayor.

—Bien. Nos vemos un día de estos, no les voy a fallar.

Chrestos apretó los puños e intentó no rasgar el piso de madera con las pezuñas. No era posible que su amigo se estuviese rebajando así para agradar a quienes despreciaba, menos que pensara en ponerlo a pelear, siendo que ni un cuchillo que no fuese de cocina podía manejar.

Pero, vaya, esta historia está llena de ellos. Uzgalk no se iba a quedar de brazos cruzados. En su mente, una idea inédita trazó.

Por la tarde, mientras el sátiro iba por montones de litros de clorofila bebible, y kilos de pequeñas plantas de agua dulce y salada, en la habitación de la cocina con piso de madera con grietas a medio podrirse. Paredes grises despintadas por la humedad y una despensa provista de nada más que galletas hiper-saladas, carne seca en tiras que desprendía un aroma no tan apetecible para algunos; y una mesa con tres sillas, el orco se reunía con sus socios.

Ranvirkth: de magias y asperezas (Tomo I)Where stories live. Discover now