Hielo contra Hielo (Final)

2 2 20
                                    

Era hora. El tiempo del combate que decidiría el destino entero de lo que quedaba de una nación, se iba a librar.

Dos hermanos que saldarían más que cuentas familiares y caprichos del ahora.

En las llanuras que antes se cubrían de extensa nieve eterna y habitadas por los jululunes que las defendieron hasta el final, Kitaki y Ulnasa se miraban a los ojos: tan iguales, tan distintos. A él le sorprendió que ella accediese a ejecutar la tradición de un pueblo que había abandonado a su suerte. Pero, sabía que no era tiempo de resquicios.

Debajo de los pies de ambos la tierra que oscilaba entre el amarillo y el marrón, recibiría las pisadas. El viento no soplaba de ningún lado, sería que los Cuatro Vientos estaban demasiado ocupados en defender a su tierra de los planes de los orjims o no deseaban hacer acto de presencia.

Incluso con el calor que les gustaba a los orjims, Kitaki vestía las prendas típicas de los kuruluk en color azul con partes blancas; también lo era por su magia. La versión mejorada del permafrost le exigía a su usuario mantener el calor corporal al momento de usarla para no debilitarse. Ulnasa, por su lado, llevaba la ropa de combate del pueblo que le acogió sin protestas pese. Estas, de color rojo fuego, eran ligeras y le cubrían el cuerpo como única función. No eran bonitas, ni elegantes o sensuales, eran de guerra.

En ese momento, las personas y los seres presentes, se separaron en dos mitades para observar lo que se venía, pero con una distancia considerable de los dos kuruluk.

En una cama de madera especial, llena de almohadas y lacayos que se ocupaban de cumplir los deseos de su amo, estaba Nahaar junto a las pequeñas atrapadas en la áspera prisión fría. Deseaba que el asunto se acabara rápido.

Si el estaba más hacia al este, el lado que según las tradiciones kuruluk era el de buena suerte, aquel que apoyaba a Kitaki yacía en el oeste o la dirección de los malos presagios, oculto entre la multitud. Llevaba las prendas rojas de los orjim y el cabello en uno de los peinados tradicionales de tal nación.

Ulnasa, para el momento, dio una mirada analizadora del panorama. Vio si la situación empeoraba, llamaría a su esposo y fieles altos mandos a darle pelea al hacedor de problemas.

Las manos ocultas por detrás, se le volvían ásperas, un aspecto importante antes de que usara el permafrost. En su lengua perdió el sabor; Kitaki, también. El menor aprovechó para lanzarse halito helado a las palmas.

Se dieron una mirada más.

Y, como dos animales silvestres que eran cazador y presa al mismo tiempo, gritaban al unisonó: —Urururuh, urururuh.

El sonido que hacían los kuruluk anterior al combate. La primera parte era descendiente, la segunda, ascendiente.

Entonces, comenzó.

Kitaki congeló su propio puño para lanzárselo a Ulnasa directo al estómago. Pero ella, lo esquivó. Sin perder la guarda le daba un derechazo a mano a medio congelar que la hermana mayor, no tuvo problemas en detectar y procedió a moverse unos centímetros para evitar el impacto del golpe.

Al ver que con los puños no era, Kitaki hizo una extendida rápida que preparó su pierna para dar un puntapié que congelaría parte de la pista para darle la ventaja que anhelaba. Pero, cuando movía la pierna hacia al suelo, Ulnasa le detuvo con la fuerza de su pie que desvió la de la bota de cuero herbáceo.

Entonces, al ver que el furtivo recuperaba el aliento, le dio un golpe en el pecho, ensartándole una escarcha delgada que, si bien no penetró hasta el fondo de su piel, lo dejaba debilitado para el siguiente movimiento por el que Kitaki puso los brazos en forma cruzada. Con la fuerza de su muñeca desvió un pedazo de hielo que fue a caer del lado izquierdo.

Ranvirkth: de magias y asperezas (Tomo I)Where stories live. Discover now