1845
𝙶𝚒𝚟𝚎𝚛𝚗𝚢, 𝙵𝚛𝚊𝚗𝚌𝚒𝚊
Hacía cuatro años que varios sirvientes habían tomado la decisión de irse, no solo por la locura inminente de Sophie Bellerose, que tenía el ánimo de una bomba de relojería, sino también por la naturaleza del pequeño barón; no soportaban mirarlo, hacerlo era como mirar a la muerte a los ojos. Pobre Erik decían algunos, en el mejor de los casos claro.
En el pueblo ya se había extendido el rumor, en parte cierto aunque pocos lo habían visto, sobre el rostro terrible de la criatura.
Pero también se hablaba de las capacidades y dones del niño, cualquier persona sabia por naturaleza hubiera alabado esos talentos, sin embargo para los temerosos pueblerinos, las dotes innegables que le atribuían a ese niño eran fruto del diablo. Este era el peor de los casos y el más extendido.
Todos pensaban que dada su complexión delgada y su malformación iba a ser un niño débil y asumían con tranquilidad que no duraría mucho vivo, pero se equivocaron, tenía la fuerza mental y física nunca vista en un niño de su edad. Lo consideraban diabólico, no podía ser posible.
Se decía que hablaba varios idiomas que había aprendido a la edad de dos años cuando comenzó a leer libros por su propia cuenta, que desmontaba engranajes complejos y los mejoraba, como relojes o brújulas.
Y por supuesto, la vocecita angelical que se escuchaba acompañada de un piano celestial si estabas cerca de la mansión; esa voz atraía como una sirena a un marinero, no podía ser normal, era tan desgarradoramente bella que el hecho de pensar que esos sonidos venían de esa pequeña criatura deforme les hacía tener escalofríos.
Sophie se encontraba delante de su tocador, siempre con el espejo colocado a espaldas de la puerta, no fuera a ser que el pequeño Erik entrase corriendo y se encontrase con su propio rostro.
El mismo día en el que la criatura comenzó a caminar, Sophie mandó encerrar en las bodegas cualquier espejo menos ese. El tocador en el que se había mirado tantas veces con su querido Pierre... aún le parecía verlo tras ella a punto de besar su cuello.
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MONSTRUO
RomantizmEl reflejo de Erik Bellerose es el mundo, y el mundo le llamó monstruo. Incapaz de formar parte de la luz, un monstruo debe esconderse y actuar como tal. ¿Pero es él en realidad el monstruo en esta historia? Tal vez sí.