14. 𝚄𝚗𝚊 𝚌𝚊𝚛𝚊 𝚏𝚕𝚘𝚝𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚊𝚐𝚞𝚊

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𝙶𝚒𝚟𝚎𝚛𝚗𝚢, 𝙵𝚛𝚊𝚗𝚌𝚒𝚊

Erik aún no se sentía con fuerzas para ver a su madre y hablar de todo lo que tenía relación con su tío, pero necesitaba saber lo que había acontecido días atrás

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Erik aún no se sentía con fuerzas para ver a su madre y hablar de todo lo que tenía relación con su tío, pero necesitaba saber lo que había acontecido días atrás. 

Su madre estaba menos preparada que él, pero aún y así fue ella quien le hizo llamar a sus aposentos. 

Antes necesitaba aire, la mansión y su supuesta enfermedad, le había tenido preso demasiados días, y su salud poco a poco más recuperada le pedía aire. Decidió salir a dar una vuelta a los alrededores de la mansión para aclarar la mente.

Dio una vuelta por la parte delantera de la casa, donde crecían los olmos, cerca del estanque. Erik se tumbó en la hierba, buscando el sol de invierno, como solía hacerlo con Juliette cada vez que hacía calor y querían leer tranquilamente, solo fue un año y le parecía una vida.

De repente la imagen vívida de Juliette le vino a la cabeza, su voz, un tonto recuerdo sin importancia.

Erik... ¿En qué piensas?  —le preguntaba su amiga en los recuerdos.

Erik piensa en todo y en nada —murmuró el niño tumbado y mirando al cielo.

Erik sabía que Juliette se ponía nerviosa cada vez que hablaba de si mismo en tercera persona.

Así que Erik piensa en todo y en nada... Es odioso cuando hablas de ti en tercera persona. ¿Por qué lo haces? —le preguntó ella retándole con una sonrisa—. ¿No me lo vas a decir?

Erik se rió y negó con la cabeza. Juliette exasperada volvió a tumbarse en el hierva.

Recordaba el cabello castaño de Juliette ondeando y enredándose con las pequeñas margaritas, su risa y las diminutas y suaves pecas de su nariz que aparecían cuando hacía sol, y sobre todo recordaba esos ojos llenos de futuro tan verdes como la hierva en la que se tumbaban. 

También recordaba el sonido del viento moviendo las hojas cuando se quedaban dormidos ahí, el mismo sonido que escuchaba ahora.

¿Dónde estás, Juliette? —preguntó al aire como si pudiera obtener una respuesta.

Una voz interrumpió sus pensamientos, la voz de un hombre que se acercaba por el sendero principal.

¡Disculpe! No quiero molestarle ¿Puedo preguntarle algo? Busco al señor de la casa —dijo el hombre a lo lejos.

Cuando Erik se incorporó pudo reconocer a un hombre que ya había visto antes. Ese sujeto vestido de manera estrafalaria, casi sacado de una novela de Dickens con su extraño y ajado sombrero de copa, era sin duda el propietario del circo de fenómenos. El Signore Cattivo.

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