11. 𝙻𝚊 ú𝚕𝚝𝚒𝚖𝚊 𝚕𝚎𝚌𝚌𝚒ó𝚗

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Si se hubiera podido ver la piel antinatural que tenía Erik bajo la máscara, se intuiría que el color de su ojera ya de por si hundida y oscura, lo era aún más y estaba irritada por el llanto.

 Erik había pasado una noche muy mala, pesadillas donde miles de caras de repulsa le perseguían hasta dejarlo muerto del miedo y del dolor. 

Aunque en sueños, la ópera cambiaba algo en su mente, entendía como interpretarla, podía crearla, le dolía no poder compartirlo con el mundo.

Juliette había llamado a la puerta de su estudio esa mañana, y aunque nada en el mundo le hacía más feliz que estar cerca de ella, el día anterior y las pesadillas le habían afectado tanto que no se sentía con ánimos.

Aún y así le abrió la puerta. Al encontrarse con la sonrisa y los ojos verdes de su amiga, notó una sensación cálida en la boca del estómago, sin embargo no se sintió mejor. 

Vio lo lejos que estaba de poder llevar una vida normal, Juliette aunque fuera real, aunque le hiciera sentir a punto de volar no le hacía sentirse más normal, al menos no esa mañana.

Aquí estás —Juliette entró al estudio como si estuviera en su casa. Su actitud era jovial pero parecía que había algo más detrás de esa sonrisa. —No hablamos absolutamente de nada de lo que vimos ayer... y fue interesante.

No hay mucho de lo que hablar, ¿no crees? —Cerró la puerta y se dirigió al sofá burdeos al lado de la ventana, se dejó caer y miró a su amiga con los brazos cruzados.

Juliette daba vueltas rozando con su dedo las partituras del escritorio de Erik, parecía que flotaba algunos centímetros por encima del suelo, se la veía radiante y soñadora.

Yo creo que sí. Yo creo que hay mucho de lo que hablar —murmuró— He cambiado de planes ¿Sabes? 

Juliette tomó una de las plumas de escribir de Erik y jugueteó con ella entre sus dedos mirando aquí y allá mientras paseaba por el estudio de manera liviana como si fuera la primera vez que estuviera ahí. El niño la seguía serio y abatido con la mirada.

—Qué significa que has cambiado de planes ¿Vas a quedarte? —preguntó el niño con algo de sorna, sabía que eso no iba a pasar, simplemente la retaba.

Sabes que eso no es posible. —dijo ella sonriéndole como si hubiera dicho una tontería.— El plan es el siguiente, voy a estudiar Ópera en París. Quiero ser cantante de ópera. No conozco a mi abuelo, pero quiero convencerle de que me consiga un tutor. Mi objetivo va a ser ese, y lo voy a conseguir.

Erik puso los ojos en blanco, ya no entendía como se sentía, ni porque esa noticia le resultaba desagradable. 

¿Sentí envidia de ella? Para una persona normal como Juliette desear algo así resultaba algo sencillo. Su mundo estaba lleno de posibilidades.

Erik se cuestionó si simplemente la noticia le resultaba molesta por la  por la facilidad de desearlo de ella o por qué no confiaba en las dotes de canto de Juliette, él ni siquiera la había escuchado cantar jamás. Le parecía un capricho, y la música no era un capricho.

O tal vez, y eso Erik no se dio el lujo de ni siquiera pensarlo, es que si alguien debiera enseñar a Juliette, no era otro que él mismo, pero ese pensamiento, no se le cruzó por la mente. Tal vez hubiera entendido un poco más sus sentimientos si lo hubiera pensado.

Así que ópera, Juliette... Quieres ser cantante de ópera. Ni siquiera pareces muy atenta a mis clases de piano, y aunque has mejorado llevas casi un año sin saber tocar más que tres piezas. ¿Qué te hace pensar que puedes cantar ópera? Jamás te he escuchado cantar ni una sola nota —Las palabras surgieron de Erik como dagas envenenadas, el problema es que todo lo que decía era verdad, y no lo quería maquillar. No ese día. Además, estaba celoso, no entendía muy bien de qué o de quién, pero lo sentía—. Juliette, la música no es un capricho.

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