6. 𝚂𝚒 𝚋𝚎𝚖𝚘𝚕 𝚖𝚊𝚢𝚘𝚛

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1853

𝙶𝚒𝚟𝚎𝚛𝚗𝚢, 𝙵𝚛𝚊𝚗𝚌𝚒𝚊

El invierno se aproximaba otra vez

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El invierno se aproximaba otra vez. Casi año entero había pasado raudo como el aleteo de un gorrión.

Los pueblerinos de el tumultoso pueblo de Giverny habían tenido un nuevo cotilleo durante meses, y es que muchos comentaban la llegada de ciertos sirvientes de los Bellerose.

En la taberna del pueblo era un tema bastante común, tanto que rozaba la obsesión de los más ignorantes.

Daniel era un hombre muy simpático, y aunque nunca hablaba más de lo debido ni chismorreaba con los otros pueblerinos de Giverny.

Daniel siempre tenía buenas palabras para sobre el barón y su madre a los pueblerinos que así le preguntaban. 

Les explicaba que él tenía un salario justo, que le trataban con respeto e incluso les contó que su hija había a aprendido a leer perfectamente y a tocar el piano gracias a las enseñanzas del joven Barón Bellerose.

Eso sorprendió a todos, que se imaginaban al barón como una especie de demonio cruel.

Daniel había ido a desayunar a la taberna esa mañana, los domingos en la mansión Bellerose no se trabajaba.

Uno de los antiguos sirvientes de los Bellereose, Louis Lamer... —dijo uno de los hombres de la taberna.

¡Oh sí! Lo recuerdo, ese patán aún me debe cinco francos —mencionó la mujer del tabernero—. Le gustaba comer bien a ese... Vaya si le gustaba.

Algunos de los hombres se rieron.

Déjame terminar Susanne —intentó continuar el hombre—. Pues ese mismo patán de Louis Lamer, me dijo que vio a la criatura, él era sirviente, y fue a limpiar la habitación con otros, cuando abrió la cuna vio al mismísimo diablo. Dijo que incluso tenía patas de cabra y los ojos blancos como un fantasma. 

Se me ponen los pelos de punta, además saber muchas lenguas es una señal diabólica. Y tal como dijo Ivonne, otra de las sirvientas que huyó pocos años después, dijo que a los dos años ese monstruo ya leía y podía hablar en varios idiomas, incluso el arameo. Aunque ella no dijo nada sobre lo de tener patas de cabra. Pero sin duda es un monstruo —añadió una mujer.

Daniel no pudo evitar soltar una sonora risa. Se reía de ellos, de todos y cada uno de los pueblerinos que se habían creído tales patrañas.

Una cosa es creer en Dios, y otra cosa muy distinta es ver demonios donde no los hay —dijo Daniel con una mano apoyada en su barbilla, estaba estupefacto ante tanta ignorancia—. Ese joven habla muchos idiomas puesto que es simplemente brillante e inteligente. No hay ningún apice diabólico en él. Al contrario, es un amo muy justo pese a su corta edad. 

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