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    Al romper el alba, los integrantes del grupo de búsqueda nos reunimos en el Puño de Zeus

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    Al romper el alba, los integrantes del grupo de búsqueda nos reunimos en el Puño de Zeus. Había preparado una mochila con un termo de néctar, una bolsita de ambrosía, un petate, cuerda, ropa, linternas y un montón de pilas de repuesto.

Hacía una mañana despejada. La niebla había desaparecido y el cielo estaba azul. Los campistas seguirían asistiendo a clases, volando en pegaso, practicando el arco y
escalando la pared de lava. Nosotros, entretanto, nos sumiríamos bajo tierra.

Enebro y Grover se habían apartado un poco del grupo. Ella había estado llorando, pero ahora procuraba dominarse para no entristecer a Grover. No paraba de arreglarle la ropa, de colocarle bien el gorro rasta y sacudirle los pelos de cabra de la camisa. Como no sabíamos con qué íbamos a encontrarnos se había vestido como un
humano, o sea, con la gorra para ocultar sus cuernos, con unos vaqueros y unas
zapatillas con relleno para esconder sus pezuñas de cabra.

Quirón, Quintus y la Señorita O'Leary permanecían junto a los campistas que
habían acudido a desearnos buena suerte, pero reinaba demasiado ajetreo para que resultase una despedida feliz. Habían levantado un par de tiendas junto a las rocas
para hacer turnos de vigilancia. Beckendorf y sus hermanos estaban construyendo
una línea defensiva de estacas y trincheras. Quirón había decidido que era necesario
vigilar la entrada del laberinto las veinticuatro horas. Por si acaso. Annabeth estaba revisando su mochila por última vez.

Silena se acercó a mí y me acarició la cara con una expresión de preocupación.

—No quiero que vayas —suplicó —Por favor, quédate conmigo.

—Lo hago por Annabeth, Silena —le dije a mi tía.

—¿Ella haría lo mismo por tí?

—Y hasta con treinta planos de respaldo por si tenemos que ocultar un cuerpo.

Silena sonrió levemente y me acarició el cabello, se le veía preocupada, incluso más que cuando yo había ido a las demás misiones.

—Arlette —llamó Annabeth —¿Estás lista?

Asentí y junto a mi amiga rubia nos dirigimos a Percy, a quién ella le hizo la misma pregunta.

—Cuidaos —recomendó Quirón—. Y buena caza.

—Tú también —le respondió Percy.

Subimos a las rocas, donde Tyson y Grover nos aguardaban ya. Estudié la grieta entre los dos bloques: aquella entrada que estaba a punto de tragarnos.

—Bueno —dijo Grover, nervioso—. Adiós, luz del sol.

—Hola, rocas —asintió Tyson.

Y los cinco juntos nos sumimos en la oscuridad.

Y los cinco juntos nos sumimos en la oscuridad

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