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   Lo primero que me llamó la atención de él fueron sus caras

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   Lo primero que me llamó la atención de él fueron sus caras. Las dos. Le sobresalían a uno y otro lado de la cabeza y cada una miraba por encima de un hombro, o sea que tenía una cabeza mucho más ancha de lo normal, como una especie de tiburón martillo. De frente, lo único que se veía eran dos orejas superpuestas y dos patillas que parecían un reflejo exacto la una de la otra.

Iba vestido como un conserje de Nueva York, es decir, con un largo abrigo negro, zapatos relucientes y un sombrero de copa negro que lograba sostenerse no sé cómo
encima de su ancha cabeza.

—¿Annabeth? —dijo su cara izquierda—. ¡Deprisa!

—No le haga ni caso —intervino la cara derecha—. Es muy grosero. Venga por
este lado, señorita.

Annabeth se quedó boquiabierta.

—Eh... yo...

Tyson frunció el ceño.

—Ese tipejo tiene dos caras.

—El tipejo también tiene oídos, ¿sabes? —lo reprendió la cara izquierda—. Venga, señorita.

—No, no —insistió la cara derecha—. Por aquí, señorita. Hable conmigo, por
favor.

El hombre de las dos caras observó a Annabeth lo mejor que pudo, o sea, con el
rabillo de los ojos. Era imposible mirarlo de frente a menos que te centraras en uno u
otro lado. Y de repente comprendí que eso era lo que estaba pidiendo: que Annabeth
eligiera.

Detrás de él, había dos salidas con grandes puertas de madera y gruesos cerrojos
de hierro. La primera vez que habíamos cruzado la estancia no había ninguna puerta.

El conserje de las dos caras sostenía una llave plateada que se iba pasando de la mano
izquierda a la derecha, y viceversa. Me pregunté si sería una sala distinta, pero el
friso de los dioses parecía idéntico.

A nuestras espaldas, había desaparecido la entrada por la que acabábamos de
llegar. Ahora sólo había mosaico. No podíamos volver sobre nuestros pasos.

—Las salidas están cerradas —observó Annabeth.

—¡Todo un descubrimiento! —dijo, burlona, la cara izquierda.

—¿Adonde conducen? —preguntó ella.

—Una lleva probablemente adonde usted quiere ir —dijo la cara derecha de forma alentadora—. La otra, a una muerte segura.

—Ya... ya sé quién es usted —balbuceó Annabeth.

—¡Ah, qué lista! —replicó con desdén la cara izquierda—. Pero ¿sabe qué puerta debe escoger? No tengo todo el día.

—¿Por qué tratan de confundirme? —preguntó Annabeth.

La cara derecha sonrió.

—Ahora usted está al mando, querida. Todas las decisiones recaen sobre sus hombros. Es lo que quería, ¿no?

³CENTURIES (PJO&HP)Where stories live. Discover now