Capítulo 16. Lorena

9 3 4
                                    

Hay días
En los que las cosas no salen como querías
Y me llueven recuerdos de cuando te despedías
Y siguen doliendo aún las balas recibidas
Y hasta en esos momentos soy tan mía
Hay días
En los que hay que aprender a perdonarse recaídas
Y abrazarme muy fuerte y recordar que soy mi amiga
Y que si no fuera por mí ¿por quién sería?
Que es una suerte poder sentirme mía
Mía, Belén Aguilera

— ¿Podemos hablar? — fue lo primero que me dijo Luis al acercarse a mí mientras estaba haciendo sentadillas con la barra.
— ¿Ahora? — respondí algo nerviosa —. Estoy en mitad de una serie.
— Ahora no. En otro momento, en un lugar más tranquilo, a ser posible.
— Bueno... ¿cuándo y dónde?
— ¿Podemos quedar este fin de semana? — Sus ojos verdes se clavaron en los míos y respiré hondo antes de soltar la barra en su sitio y responder.
— No estoy segura.
— ¡Vamos, Lorena! — Bufó llevándose las manos a la cabeza — ¿Por qué me evitas?
— No te estoy evitando — dije a la defensiva.
— Venga, ya ni siquiera vienes al gimnasio...
— Estoy aquí...
— ¿Después de cuántas semanas? — su tono de voz expresaba una decepción mezclada con tristeza que nunca había visto en él y bajé la mirada.

No dije nada, tenía razón. Llevaba semanas sin pisar el gimnasio, tan solo había decidido ir ese día al darme cuenta de que iba a perder el dinero de ese mes como siguiera así. Llevaba días ignorando sus mensajes, y si respondía lo hacía con monosílabos, pero sí, lo estaba evitando y era inútil intentar negarlo cuando ya se había percatado de todo.

— Mira, Lorena, en estos meses... te he cogido mucho cariño — dijo finalmente —. Y me gustaría seguir teniendo tu amistad en mi vida.
— Lo siento — murmuré, aún sin mirarlo a los ojos, y él relajó su expresión.
— No pasa nada — dijo atrayéndome hacia sí para darle un abrazo —. Es solo que... si he hecho algo malo no me gustaría que me dejaras de hablar sin decírmelo.

Me separé de él y fue entonces cuando lo miré a los ojos, empapándome de ese verde oscuro que parecía que tuviera el bosque más grande del mundo metido en su iris.

— No has hecho nada malo - aseguré dibujando una sonrisa en mi rostro intentando transmitirle confianza, y Luis me la devolvió —. ¿Cuándo quedamos?
— ¿Estás segura?
— Por supuesto.
— El sábado. Quiero llevarte a cenar a un restaurante colombiano y que pruebes la comida de mi país.
— Suena bien — sonreí agradeciendo internamente haber encontrado a una persona como él.

Luis miró hacia la barra que estaba usando para las sentadillas antes de que me interrumpiese.

— Has bajado el peso — señaló escudriñándome con la mirada y provocando en mí una carcajada.
— Estoy oxidada, Luis, permítemelo por favor.
— Está bien — rió —. Pero solo porque me vas a dejar que te invite a cenar el sábado.

***

Llegó el esperado día y en cuánto nos sentamos en la mesa del restaurante y pedimos la cena, la cual toda fue recomendación de Luis, éste me miró fijamente con una expresión sería.

— ¿Hablamos? — Sugirió y asentí con la cabeza. Él cogió aire antes de empezar -. Verás, Lorena, yo... no sé cómo decirlo sin que suene raro, pero... — se llevó sus manos a la cara y la frotó en un gesto de nerviosismo así que intenté evitarle el mal trago.
— ¿Te gusto? — murmuré. Él asintió.
— ¿Tanto se nota?
— Un poquito — sonreí tímidamente antes de continuar —. Supongo que ahora tengo que hablar yo... verás, te quiero mucho, pero creo que no estoy en ese punto todavía.
— ¿Todavía? ¿Crees que podrás estarlo? — Bajé la mirada.
— No lo sé — dije bajito —. Pero ahora mismo no puedo. No puedo dejar de pensar en una persona de la que me enamoré hace un año.
— Vaya... Lo siento, no sabía eso — lo miré a los ojos.
— No quiero hacerte daño, Luis. Ni hacerte esperar tampoco.
— No me vas a hacer daño, Lorena. Y lo de esperar, creo que va a tardar en irse este sentimiento así que supongo que va a ser difícil no esperar un tiempo.

***

Esa noche llegué a casa destrozada emocionalmente, me tumbé en la cama mirando al techo, sin poder dormirme, pues en cuanto cerraba los ojos, allí estaba su mirada de ojos negros. No podía seguir engañándome, no podía seguir evitando el dolor que me provocaba el haber terminado con Raquel de esa manera. Y es que, al final había sido yo la que había acabado con algo que ni siquiera había empezado y me sentía demasiado culpable. Pero no podía seguir intentando hacer como si nada pasara, no podía seguir tratando de enamorarme de otras personas para tapar la herida.

Esa noche, a pesar del dolor que me provocaba el recuerdo, me alegré de haber sido sincera con Luis, de haber verbalizado lo que aún sentía, y de haberme permitido, por primera vez, llorar por ella.

La primavera que hay en tus ojosWhere stories live. Discover now