Capítulo 7. Lorena

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This is me praying that
This was the very first page
Not where the story line ends
My thoughts will echo your name
Until I see you again
These are the words I held back
As I was leaving too soon
I was enchanted to meet you
Enchanted, Taylor Swift

Los meses fueron pasando y la relación con Raquel seguía igual. No iba mal, pero tampoco avanzaba más, y si lo hacía era algo casi imperceptible. En las clases de baile se notaba que ya habíamos dejado de ser una simple profesora y alumna, aunque ninguna de las dos dijéramos nada, pero no fue hasta primavera, que empezamos a vernos más.

Un sábado decidimos ir al cine para ver una comedia romántica en la que una pareja de amigos, él gay y ella lesbiana, se veían obligados a fingir que eran pareja en el trabajo ya que el jefe era un homófobo asqueroso y podría despedirlos de saber la verdad. Ambos compartían piso y un día decidieron invitar a otra pareja, la cual también estaba en la misma situación. Y a pesar de que ya sabíamos lo que iba a pasar al final, que efectivamente, las chicas acabarían juntas al igual que ellos, nos lo pasamos en grande y nos reímos muchísimo con algunas escenas. A la salida del cine fuimos a cenar pasta a un restaurante italiano que estaba cerca, mientras compartíamos nuestras opiniones sobre la película que habíamos acabado de ver, y poco más tarde, nos pusimos a hablar de un tema nuevo para nosotras: nuestras parejas.

— Bueno, yo solo he tenido un novio - empecé a explicar cuando me preguntó por mis parejas -. Fue en bachillerato. Él era tres años más mayor que yo, yo tenía 16 y él 19. Era... una relación muy tóxica. Siempre estaba pendiente de mis redes sociales, de las personas que me seguían y a las que seguía yo. Me preguntaba a diario quién era equis persona, de qué conocía a tal otra... Y lo peor es que yo no era capaz de verlo. Era mi primer novio, creía que así era cómo tenía que ser una relación, creía que los celos eran señal de que me quería, creía que cuando me decía que no fuera demasiado escotada o que no me pusiera una falda corta, lo hacía para protegerme, para que no me acosaran tíos por la calle. Creía... creía que no iba a encontrar nunca a nadie que me quisiera y me comprendiera como él lo hacía. Y agradezco que en ese momento ni yo misma supiera que era bisexual, porque estoy segura que, de haberlo sabido, habría tenido celos hasta de mis amigas.

«Pronto empecé a sentir ansiedad. A pesar de creer firmemente que él no era malo y que solo quería lo mejor para mí, me agobiaba estar en esa relación, lo cual me hacía sentirme culpable y desagradecida. Así empecé con mi trastorno por atracón. Me refugié en la comida y empecé a engordar. Y a pesar de todo, él seguía conmigo. Pensaba que era perfecto porque me aceptaba tal y como era. Hasta que me dejó. Me engañó con una de su clase de la universidad. Dos años estuve sometida a él, a sus celos y a su toxicidad. Dos años en los que tenía que haberlo dejado yo antes de que me hiciera más daño. Pero me dejó él por otra chica más delgada que yo. Y lo peor es que él mismo me confesó que fue por eso. Me dijo que estaba gorda y que ya hacía tiempo que no le atraía.

Lo peor de todo es que ahora miro fotos de aquella época y ni siquiera estaba gorda. Un poco más rellenita, sí. Pero ni siquiera creo que llegara a tener sobrepeso. Pero en ese momento creía de verdad que mi cuerpo era horrible, creía que nadie me querría si no adelgazaba. Y empecé a dejar de comer. Ese fue el comienzo de mi siguiente trastorno alimenticio. Y bueno, el resto... ya lo sabes. Estuve un tiempo mal, fui a terapia, empecé a recuperarme y aun me quedan algunas secuelas, e incluso recaídas».

Cuando acabé de hablar, me di cuenta de que no había tocado en todo ese momento mi pasta al pesto con piñones y queso parmesano, y Raquel, por haber estado escuchándome, tampoco había tocado sus tallarines a la boloñesa.

— Menudo cabrón. Qué asco de tío — resopló Raquel, y yo asentí.
— Se nos va a enfriar esto — dije yo hincándole el diente a mi cena para intentar quitarle hierro al asunto y disfrutar lo máximo posible de la velada.

Comimos en silencio, aunque no era un silencio incómodo, sino más bien, un silencio que hablaba por sí sólo, de los que no hacen falta palabras para sentir el apoyo de la persona que te acaba de escuchar. Salimos del restaurante y pusimos rumbo a la parada de metro. Seguíamos en silencio. Tras bajar del metro, de camino a nuestras respectivas casas, de vez en cuando, sus manos rozaban las mías y mis dedos hacían lo mismo con los suyos. Agradecí que la única luz existente en ese momento fuera la de la luna, la única que estaba siendo testigo de lo que estábamos sintiendo, porque así no se apreciaba el rubor de mis mejillas al tacto de su piel.

Al llegar al cruce donde teníamos que separarnos, decidí romper el silencio que llevaba acompañándonos casi toda la noche.

— Yo no te he preguntado por tus parejas...
— Solo tuve una novia hace unos años — dijo mirando hacia abajo.
— ¿Y qué pasó?

Raquel bajó la mirada antes de responder:

— Tenía depresión.
— ¿Qué? ¿La dejaste porque tenía depresión?

No obtuve respuesta por su parte. Solo seguía mirando al suelo.

— ¿Raquel? — Nada. Ni una respuesta. Asumí que sí, que la había dejado por eso. Y yo no quería seguir teniendo relación con una persona que había sido capaz de dejar a alguien solo por una enfermedad que no había decidido tener. Porque yo había tenido un TCA, y aun no estaba bien del todo, y me daba miedo que terminara haciéndome lo mismo.

No dije nada más. Simplemente me fui corriendo a casa llorando. Estaba decepcionada y dolida con la persona con la que más me había abierto emocionalmente desde hacía años. Estaba dolida y triste porque no me podía creer que este fuera el final de una historia que ni siquiera había empezado aún.

 Estaba dolida y triste porque no me podía creer que este fuera el final de una historia que ni siquiera había empezado aún

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La primavera que hay en tus ojosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant