Capítulo 17. Raquel

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(2 años antes)

Déjame curarte y déjame ser parte de esto
Y aliviar el dolor que te aprieta fuerte dentro
Déjame cuidarte y déjame ser tu reflejo
Y sentir el calor que hace que florezca el pecho
Déjame cuidarte, Miriam Rodríguez

— Tenemos que dejarlo  — Cristina soltó esa bomba una de las tardes que pasábamos en su casa sin hacer nada, tan solo viendo realities absurdos en su  sofá. 

Unos meses antes había ido al médico porque estaba muy mal, sin ganas de hacer nada, sin fuerzas para levantarse, y nada ni nadie podía sacarla de esa profunda tristeza que la estaba consumiendo poco a poco. Le habían diagnosticado depresión y le habían recetado unas pastillas que esperábamos que, poco a poco fueran ayudándola. Eso, unido a una buena terapia con un psicólogo al que estaba yendo y el calor de su familia, volverían a traerla de vuelta. A la niña tan especial, enérgica y feliz que todos conocíamos. Pero lo que no me esperaba era que de repente quisiera dejarlo y que me lo dijera así, de repente, sin un "tenemos que hablar" antes. 

— ¿Qué? — pregunté perpleja incorporándome en el sofá y girando un poco el torso para mirarla directamente. 
— Quiero dejarlo — repitió desde su misma pose, con la espalda apoyada en el respaldo y la cabeza gacha. 
— ¿Te refieres a… lo nuestro? — no podía creerme la conversación que estábamos teniendo. 
— Sí, lo nuestro.
— ¿Por qué? ¿Qué he hecho mal? — pregunté preocupada y entonces ella me miró por primera vez. Tenía los ojos vidriosos y le estaba empezando a temblar el labio inferior —. Cristina… — susurré su nombre llevando mi mano a su mejilla para acariciarla con ternura —. Cristina, ¿qué pasa?
— Tú no has hecho nada. Pero no puedo dejar que sigas conmigo.
— ¿Por qué? 
— Joder, Raquel, mírame. No hacemos nada, nunca quiero hacer nada, no quiero ni salir de la cama y si lo hago es para venirme al sofá, y voy a clase a duras penas y te estoy arrastrando a esta vida de mierda…
— Eso no es así… — dije —. Estás en terapia y estás intentando ir a mejor. El hecho de que te levantes de la cama y te duches o vayas a clase ya es un paso gigante — ella negó con la cabeza. 
— Ni siquiera me aguanto yo, Raquel. ¿Cómo te voy a pedir que me aguantes tú? 
— Es que no me lo estás pidiendo. Estoy aquí porque quiero. Porque te quiero

Cristina suspiró.

— Te estás perdiendo muchas cosas estando aquí conmigo. 
— Me da igual — me encogí de hombros —. Tenemos mucha vida por delante para disfrutar de esas cosas juntas. Pero quiero estar a tu lado siempre, en las cosas buenas y en las cosas malas, y voy a estarlo, te guste o no, a no ser que me digas ahora mismo que me odias y que no me quieres ver ni en pintura. 
— ¿Por qué?
— Ya te lo he dicho. Porque te quiero. Porque me importas — hice una pausa antes de continuar —. ¿Me dejarías si me partiese una pierna? — ella negó con la cabeza. 
— No es lo mismo. 
— Sí es lo mismo. 

Cristina cerró los ojos. Se le veía cansada. Cansada de luchar contra su mente, contra todos los monstruos de su cabeza. Volví a recostarme en el sofá y la traje hacia mí envolviéndola con mis brazos y ella, por fin, dejó caer las lágrimas que llevaban asomando tanto rato a través de sus ojos verdes.

— Te quiero — murmuró. 
— Y yo a ti, mi niña.
— Pero no te merezco — respondió con la voz entrecortada.
— Te mereces todo el amor del mundo, cariño. Te mereces a todas las personas que tienes a tu lado, te mereces todo lo bueno del mundo.
— Pero soy una carga, soy una carga para todos. 
— Eso es mentira — susurré, dejando que llorase, sin decirle nada más, simplemente estando ahí intentando ser un apoyo.

Desde ese día, empecé a quedarme todos las noches en su casa a dormir, prácticamente, me había mudado con ella y con su madre, aunque esta última tenía que pasar mucho tiempo trabajando en el hospital, pues era médica de urgencias. 

Algunas noches descansábamos mejor y otras, sin embargo, se despertaba llorando y gritando por culpa de las pesadillas que tenía de manera recurrente, y lo único que podía hacer yo era abrazarla lo más fuerte que podía, en silencio, hasta que por fin se calmaba y se quedaba dormida de nuevo. Aunque, cuando eso pasaba, yo nunca podía volver a dormirme, me quedaba despierta observándola y velando su sueño, y era entonces cuando yo también me permitía llorar. Porque me dolía verla sufrir y lo único que quería en ese momento era tener una varita mágica y liberarla de todo lo que estaba sintiendo.

 Porque me dolía verla sufrir y lo único que quería en ese momento era tener una varita mágica y liberarla de todo lo que estaba sintiendo

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La primavera que hay en tus ojosWhere stories live. Discover now